martes, 22 de julio de 2008

Chulu

Cada instante de mi vida
Habría merecido la pena.
Un beso, una carta, una
Lágrima perdida en el fondo de una sonrisa.
Una sonrisa ya muerta.

viernes, 18 de julio de 2008

Salto

La fría madera del asiento que ocupo dentro de la sala del juzgado número 3 me despierta. Alzo la vista, y veo como el juez habla, probablemente refiriéndose a mí. Ni en su rostro ni en el mío se refleja el más mínimo atisbo de humanidad. Ya no recuerdo qué es eso. No desde aquello. Mi mente divaga entre oscuros recuerdos mientras la persona con toga que continúa hablando delante mío menciona varias veces la palabra justicia. No puedo más que sonreír mientras sigo recordando.

Recuerdo cómo mi matrimonio fue siempre un fracaso. Sus ansias de posesión me agobiaban, pero callaba. No me dejaba salir de casa, sus desprecios eran constantes. Lo único que podía hacer con libertad era llorar, agazapada, mientras él trabajaba o estaba en el bar, bebiendo. Comenzaron las agresiones. Mi vida se transformó en una esfera de soledad y tristeza de la que no podía salir.

Una noche volvió, en un estado de embriaguez mayor de lo que acostumbraba. Me insultó, me culpó de todo lo malo que había en su vida. Me amenazó con un cuchillo y, más tarde, me tiró al suelo, mientras me arrancaba la ropa a tiras. A partir de ahí, sólo fui consciente del dolor.

Recuerdo despertar en el suelo de la cocina, rodeada por algunas manchas de sangre esparcidas por el suelo. Sus ronquidos se oían desde el sofá del salón. Y me cansé. Empuñé el cuchillo que descansaba sobre la mesa de la cocina y me acerqué a su cuerpo. Le rajé la tripa, le descompuse la cara. Me ensañé con él hasta que no quedó más que una masa sanguinolenta irreconocible. Me senté en el sofá y no tardó en llegar la policía, alertada por algún vecino a causa de los gritos que había producido él.

Y ahora, por primera vez en mucho tiempo, me encuentro en paz. El juez sigue creyéndose mejor que yo, empuñando palabras como justicia o moral. Me lo imagino siendo violado repetidas veces, y no me imagino que pudiera realizar una acción mejor que la mía. Me imagino a toda la sala en la misma situación que yo, y no veo una salida mejor.

No oigo el número de años que he de pasar en la cárcel, y no soy consciente de mi traspaso allí. Veo pasar mis días en una celda. Mientras me sorprendo de la cantidad de mal que puede hacer una persona, incluso después de muerta, paso mi sábana por encima de un madero situado por mí a tal efecto. Ato un nudo corredizo alrededor de mi cuello, tras subir a una silla. Le sonrío a la muerte y salto.