domingo, 30 de noviembre de 2008

Realidad

Mirad a vuestro alrededor. Cada vistazo que hagáis, será distinto. Nuestro entorno se mueve, varía, se transforma de modo que todo sea innovador cada vez que se observa, siempre y cuando uno tenga intención de disfrutar.

Al menos esa era mi forma de ver las cosas.

Adoro la realidad por lo sincera que es. Nada lo disfraza, no pretende endulzar. No le importa el impacto que pueda ocasionarte, es demoledora e implacable... pero es cierta. Andar, cantar, bailar, amar, sonreír, llorar, golpear... todo es infinitamente más gratificante si sabes que lo haces de verdad. Si eres capaz de ver las cosas como son. Soy consciente en cada paso, en toda decisión, en toda afirmación de lo que puede acarrear mi comportamiento. Inspiro cada sensación, asiéndola con fuerza, procurando no soltarla, porque sé que existe, que está ahí. Que, por mucho que el futuro cambie, es algo que ha ocurrido. Bueno o malo, qué más da. Cualquier suceso, por mínimo que sea, puede cambiar un mundo. Y es la gracia que tiene vivir sin filtros, la incertidumbre.

Y, no obstante, todo es demasiado ficticio. Escaparates llenos de mierda que pretenden crear una vaga sensación de felicidad. Sucedáneos. Falsedad. Sustancias que buscan aislarnos durante unas asquerosas horas de la patética existencia que nos vemos obligados a soportar. Cajas, pantallas, ondas y papeles nos escupen mentiras a la cara mientras sonreímos, satisfechos sin saber porqué. Porque en realidad, en lo más profundo de nuestro ser, sabemos perfectamente que estamos vacíos, que somos carcasas sin cerebro y sin voluntad. Hemos perdido la ilusión por lo pequeño. Que un informe, un examen o media hora de nuestra vida colapse a un rayo de sol, el batir de alas de una mariposa o a un abrazo, es algo que apena.

Un lunes por la mañana. Sueño. Malas caras. La realidad no gusta, y se prefiere creer que es así porque se necesita un coche más rápido, una nueva batidora o una amante que se ajuste a unos cánones estéticos que no se entienden. Sábado por la noche. Risas. Ansia. La realidad no gusta porque se cree que las experiencias que puede ofrecer son innecesarias en comparación con lo que se debería experimentar las únicas horas que son realmente de uno.

Se pisotea todo lo que nos rodea. Las vivencias, los objetos... son transformados sin piedad. Y lo curioso es que ahora comprendo que, a pesar de nuestra desazón, a pesar de la incapacidad para guardar en nuestro corazón un atisbo de alegría con lo que hay, no tenemos la valentía como para cambiar nuestro entorno. Nos limitamos a cambiarnos a nosotros mismos durante cortos periodos de tiempo, fingiendo sonrisas idiotas.

Ya he dicho que siempre he considerado a lo verdadero, lo puro, como lo más hermoso. Siento que mi existencia es más plena cuanto más sé que lo que hago es real. Siempre he creído que el mundo, en cuanto a las sensaciones, las anécdotas, los sentimientos, los objetos, la vida... es perfecto tal y como es, que es posible disfrutar de ello. Quizá el mundo no sea tan perfecto como pensaba.

O tal vez el ser humano no se merezca existir en él.

sábado, 22 de noviembre de 2008

La vida

Demasiadas son las metáforas que se han usado para reflejar este inmenso cúmulo de segundos que es la vida. Un camino, un río, un viaje... Cada cual más o menos acertado, con cosas verosímiles y cosas increíbles. Pero no dejan de ser lógicos estos fallos, pues la imagen a la que intentan evocar estas figuras literarias no deja de tener sus incoherencias. Uno suele tender hacia algún lado, con mayor o menor éxito. Muchas veces hay demasiadas ramificaciones, multitud de opciones. Giramos la cabeza, desorientados, sopesando con rapidez pros y contras de cosas que realmente no son importantes, dejando a un lado lo que verdaderamente tiene valor.

Voces susurran desde altavoces mensajes contradictorios. Enormes carteles te instan a que lo dejes todo por su mensaje. Señores formales muestran un mismo lienzo, mal reflejo, con distintas tonalidades. Olvidamos y dudamos lo que nuestros sentidos nos muestran por la acción de gritos desaforados de gallos de corral. Sufrimos por promesas realizadas por gente que no nos conoce.

Personas indeseables pueblan el sentir. Seres mezquinos, falsos, hipócritas y lineales. Estúpidas mentes incapaces de un gesto desinteresado, que no saben lo que es dar sin recibir, que se rigen por el quedar bien. Montones de mierda con extremidades, manipuladores y falsos.

Existen, por contra, personas indispensables. Almas capaces de sacar de lo más profundo de alguien una sonrisa. Amistades con las que no te importaría andar sobre un camino de chinchetas. Que están siempre a tu lado, para lo bueno y para lo malo, mostrando su apoyo.

El ciclo vital humano quizá sea el más complejo en cuanto a contenido, y el más simple en cuanto a estructura. Estudiar, trabajar, consumir y fenecer. Y, sin embargo, para esta gesta son necesarios un montón de cachivaches. La necesidad no es lo que nos empuja a tener tal o cual cosa, a aprender esto o a aquello o a realizar un trabajo físico o mental. ¿De que se trata, pues? Tal vez la desorientación. Si no sabes quién eres, dónde estás o porqué vives, no sabrás qué quieres. Estamos muy atareados realizando labores sin sentido como para deternernos, un segundo siquiera, a pensar el porqué real de nuestras acciones.

Y lo cierto es que no soy capaz de poder menospreciar ninguna de las metáforas anteriores. Cada cual camina con los compañeros que puede; escogiendo su propio recorrido; haciendo caso a las señales de los lados solo si él quiere; deteniéndose si tiene la suerte de encontrarse a algún labriego, manteniendo con él una conversación cargada de sabiduría. Uno nada en un río más o menos caudaloso, procurando no ahogarse. Tratamos de elegir vehículo, itinerario y destino sin error.

Por mi parte, la vida no deja de ser lo que debe ser todo. Bromas, sonrisas. Un abrazo, una lucha. Versos, números, besos. El Sol, la Luna, el cielo. Una mirada, una protesta. Textos acumulados en un cajón. Caminos con chinchetas y personas con las que recorrerlos.

Un día demasiado largo, que espero que no termine nunca.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Miedo

Muchas veces me hablaste de él. Con reticencia, me fuiste mostrando uno a uno los motivos por los que aparecía. Inseguridad, desconfianza, impotencia e intranquilidad simplemente son unos cuantos elementos que forman parte de una larga lista. Cuántas veces los habré maldecido, en silencio. Demasiadas son ya las coasiones en las que desearía que todo se volatilizara, simplemente por dejar de pensar. Muchas cosas he dejado de hacer por esto, pese a saber lo que quiero.

Los abracé, no obstante, como si fueran míos. Traté de calmarlos, aliviarlos, ignorando mis propias dudas y temores. Cerré un círculo, abrí caminos. Retomé cosas que dejé en el olvido, asimilándolas con más fuerza a mí. Incorporé aspectos que no creí que pudiera. Odié algunas cosas nuevas y recordé las viejas. Pero seguían sin irse.

Día tras día, golpeaba mi sien, sin querer marchar. Volví con más ganas a la tarea de conseguir la paz. Prometimos eternidad en una noche. Grité en forma de frases, palabras, versos y abrazos lo que pienso y siento. Mostré repulsa ante lo que me repugna y no tuve modo de expresar mi tristeza ante atrocidades pasadas. Y siempre existían motivos para la incertidumbre, para el no saber.

Fue por aquél entonces cuando me detuve, de puro agotado, para ver qué estaba haciendo. Era cierto que no sabía nada con certeza. No podría haber negado, de ninguna de las maneras posibles, que supiera con certeza qué iba a ser de mí mañana. Pero sabía algo. Una afirmación mucho más rotunda y mucho más importante de lo que puede ser la eternidad.

Lo cierto era, y siempre lo había sido que no era en sí mismo importante el hecho de dudar o no. Lo realmente relevante era lo que se hacía para paliarlo. El hecho de prometer, de gritar, de abrazar, de protestar, de sonreír. Todo ello conformaba mi particular viaje a Ítaca. Mi destino, la felicidad. Mi barco, mis ideas. Lestrigones, mi inseguridad, Cíclopes, la desconfianza y Poseidón, la impotencia.

Y, como siempre, las ganas de querer y sentir, mis eternas compañeras de un viaje sin final.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Cómo plasmar.

Coge una imagen, aférrate a ella con todas las fuerzas que seas capaz de reunir y no la dejes escapar. Proyéctala en tu mente y trata de sentirla. ¿Qué te transmite? Si es triste, piensa porqué es así, cuáles son las características que han hecho de esa visión algo desolador y sin sentido. Si sale alguien, pregúntale qué le hace sufrir, intenta llorar por lo mismo que llora esa alma atormentada.

Si el panorama es feliz, sonríe, aunque no sepas bien el motivo. Empápate del gozo que observas, acapara para ti lo hermoso, la paz reinante. Abraza el descanso. ¿Algún ser humano tiene la fortuna de formar parte? En ese caso, ámalo como si fuera para ti la persona más importante del mundo.

Cuando la imagen sea injusta, identifícate con los damnificados. Odia y crea rabia en tu interior. Descubre como la impotencia te destroza desde dentro, poco a poco, inexorable. Mata el miedo.

Incorpora cada sensación como si fuera una parte imprescindible de ti. Aprende a ser capaz de ir a la par con lo que tu mente ha decidido mostrarte.

Sufre cuando sufra. Ríe cuando ría. Destroza cuando destroce.

Almacena todo lo que se ha creado en tu interior, masticándolo. Coge fuerza y escúpelo en un folio, con violencia. Y dará igual que no esté bien escrito. Será por completo indiferente que estén mal elegidas las palabras o que éstas se repitan. No importará que supuestos expertos resten valor a tu obra, porque será algo por completo tuyo, algo que creaste de la nada sin un fin concreto más allá de saciar esa necesidad humana de expresar lo que se quiere.

Porque ese puñado de palabras impresas en una hoja será otra parte de ti, tan importante como pudo ser esa imagen que trataste de plasmar.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Mi pequeña ventana

He visto mi vida pasar tras una ventana lluviosa. Una ventana sin cristal, una lluvia salada. No comprendo el porqué de la tristeza, pero persiste. Golpea, mata, acuchilla, asesina. Ya nada me queda salvo el no saber muy bien cómo expresar estos últimos momentos que me quedan cuerdo. Desde la distancia observé como la locura del mundo me contagiaba. Perdí los papeles. Lloré. Morí.

Olvidé.

Olvidé que los sentimientos son siempre mucho más complejos que cualquier lenguaje humano, y, sin embargo, es más complejo dominar un lenguaje humano que el sentir. Soy consciente de mi torpeza al tratar de expresar en silencio lo que mi alma tiene necesidad de gritar. Aquello que ansío que alguien recuerde. Buscar formar parte de la felicidad de quien sea, ser entendido. Compartir mi mente enferma con este mundo enfermo. Saciar mi necesidad de que me escuchen.

Solo la automutilación mitiga en parte esta sensación. Golpear mi mente con imágenes que me destrocen. Matar mi autoestima. Acuchillar aquello que me hace feliz. Asesinar mi sonrisa. Finalmente mi cordura ha quebrado, saliendo de lo sano. Nada de lo que escribo toma sentido. Soy incapaz de aislarme de mi peor enemigo, mi propio cerebro. Solo una sonrisa es capaz de sacarme de esta espiral de sangre.

Una sonrisa lejana, pero cuya luz es capaz de iluminar todos y cada uno de los rincones de mi ser. Voy a salir de este mundo, lo sé. Saldré como no entré y una parte de mi todavía llora desconsolada. Pero haber podido y poder agarrarme a algo tan hermoso hace que no me importe. He vivido, he derramado lágrimas eternas, he acuchillado, he olvidado, he golpeado, he matado, y, finalmente, he muerto.

Pero me voy con una imagen que es capaz de compensar todo lo malo que he pasado.