sábado, 25 de julio de 2009

Velada

El salón únicamente estaba alumbrado por una lámpara, y hacía tiempo que, fuera, las farolas daban luz a la ciudad. Sentado en un cómodo sofá de cuero, observaba como mi compañero de velada daba vueltas alrededor de una habitación atestada de libros sobre estanterías. Algunos de esos libros tenían su nombre impreso en el lomo. Paseaba nervioso, como era costumbre en él, pese a que no parecía preocupado. Era bastante activo e incapaz de permanecer quieto y, las más ocasiones, callado.

Yo, en cambio, nunca he sido mucho de hablar. Sentado, allí, apuraba el cigarrillo que sostenía entre mis dedos y observaba, con desdén, cómo mi vaso de whisky comenzaba a terminarse. Mi amigo no tomaba nada, como era ya habitual en él. Observaba yo el techo, completamente absorto, sabiendo que tarde o temprano él acabaría por sacar conversación. Finalmente, mis predicciones dieron su fruto.

- ¿Sabes? Muchas veces me pregunto hasta qué punto nuestras formas de expresión son distintas. Quiero decir, eres un compositor de éxito, tus discos se venden bien, no así como la mayoría de mis libros, que en muchas ocasiones ni yo alcanzo a comprender. Siempre he entendido que eres un músico realmente capaz por lo que se dice, si bien yo no tenga realmente herramientas para saber hasta qué punto eso es cierto. No obstante, lo que expresas, me parece en muchas ocasiones frío, como si tus canciones no fueran del todo un reflejo de ti.

- Bueno, eso es muy relavito, ya lo sabes –contesté, apoyando el vaso en la mesa tras haberlo terminado del todo durante la exposición de mi interlocutor-. Siento lo que canto como una forma de mostrar cosas que veo o de cosas que me impresionan.

- Quizá yo sea más visceral en mi correspondiente arte. No negaré que hay canciones tuyas que realmente me llegan o emocionan, pero es con mis escritos, tanto cuando trabajo con ellos como cuando simplemente los releo, cuando realmente llego a sentir lo que estoy recibiendo.

- No entiendo.

Se levantó y fue hacia la ventana. Solía abrirla después de que alguien estuviera mucho tiempo fumando en su salón. Pareció que algo llamó su atención y pidió que me acercara a la ventana. Afuera, un grupo de jóvenes estaban pegándose.

- Se podría decir que mi forma de expresión se asemeja a eso que ves.

- Oh, por favor, no empieces. Esa gente va metida hasta el culo, no creo que puedas encontrar un ejemplo de algo que se te parezca menos.

- No negaré que odio a esa gente. Sabes de sobra que considero ese tipo de vida y actividades como una forma inútil de evadirse y un patético intento por dejar de pensar en lo asquerosa y vacía que es su vida. Conoces lo que siento cuando esos temas me tocan de cerca y pocas personas aprecian del mismo modo que tú, querido amigo, el vacío que siento en esos casos. Alguna vez he sentido deseos de hacer volar por los aires a ese tipo de personas y su falta total de apego y aprecio a la vida me dan ganas de vomitar. Tú mismo me dijiste en una ocasión que considerabas que no entendía porqué había personas que necesitaban en algún momento dejar de ser ellas mismas para pasárselo bien, y acertaste de pleno. Y, no obstante, en ejemplos como este, puedo entender porqué mi forma de expresión es mucho más visceral que la tuya.

- No lo entiendo. Dices que odias a esa gente pero que identificas tu forma de expresión con una reyerta entre borrachos.

- Bueno, todo tiene una explicación. ¿Ves a aquél chico en el suelo, sangrando? Ha caído, está hundido. Sin embargo –mientras hablaba, el chaval comenzó a levantarse-, es capaz de sobreponerse, ir hacia aquello a lo que odia y golpear –mientras hablaba, el muchacho comenzó a correr y empujó a otro, mucho más grande que él, al suelo. Una vez allí, comenzó a propinar puñetazos al chaval inmovilizado-. Del mismo modo que ese muchacho descarga su ira contra una cara, yo lo hago con un folio. Él no será del todo consciente de lo que pasa y sólo cuando lo que tenga delante sea una masa sanguinolenta que diste de ser una cara, será consciente de qué ha hecho. Lo mismo me pasa a mí, para mí las palabras no dejan de ser otro tipo de puñetazos. Mis textos son una forma alternativa al lloro, a la tristeza, a la melancolía. Precisamente por eso puedo llegar a identificar eso.

Estuvimos durante un rato en silencio, observando la reyerta. Hacía tiempo que la persona inmovilizada no se movía, pero la persona de encima seguía golpeando. Finalmente, mi amigo se giró y cogió la botella de whisky de la mesa y volvió hacia la ventana.

- ¿Vas a volver a beber?

- No. Sin embargo, aunque pueda reconocer en esa violencia mi forma de expresión, has acertado en una cosa. Una cosa crucial.

- ¿El qué?

- Que odio a esa gente.

Al terminar la frase, lanzó la botella, que impactó sonoramente en la cabeza del chico, que continuaba golpeando. El vidrio se hizo añicos, y el cuerpo cayó sonoramente al suelo. La cantidad de sangre que manaba y el tamaño de la brecha hacían pensar que ya estaba muerto. Yo estaba aterrado. El que hasta hace unos segundos estaba lanzando el proyectil cristalino por la ventana, se giró hacia mí.

- Quizá, para redondear esta velada, cabría decir que tú y yo somos partes de una misma persona, pero sería mentir. Pobre de aquél que tenga que albergar en su interior dos personalidades tan contrapuestas como la nuestra. También podríamos decir que necesitamos el uno del otro para coexistir, pero podríamos hacerlo, sólo que quizá seríamos distintos. En realidad, sólo hay una forma buena de terminar con esta noche.

- ¿Cuál? –contesté, perplejo.

- Yéndote. Tengo que escribir.