lunes, 28 de abril de 2008

Iniciativa

El pabellón estaba a rebosar. Nada cabía entre aquél espacio que se había habilitado para que tú hablaras. Mujeres, niños, hombres... todos con banderas, chapas, globos... La sala repleta por ti. Un pequeño altar, un micro... Todo decorado con los colores que te correspondían por derecho propio. Un sol radiante entraba por las ventanas, que estaban abiertas, y la gente empezaba a llevar menos ropa en aquella época del año. Tus maquilladores personales comenzaron a retocarte.

-Un minuto señor -un técnico te aviso mientras pasaba a toda prisa.

Terminaron de adecentarte y te secaron el sudor. Te asomaste tímidamente entre la cortina. Ahora mismo una persona perteneciente al sector más juvenil de la organización que presidías estaba contando alguna gilipollez acerca de no sabías qué jornadas de m.ierda. Pensaste para tus adentros que mientras esas estupideces te aportaran partidarios, lo mismo te daba.

En ese momento la chica que estaba soltando su tonto discurso, le presentó a él, al mandatario. Y como siempre, saliste con la mejor de tus sonrisas. Al salir, sonó un gran clamor conjunto. La sala estalló en vítores y aplausos. Juntaste tus manos por encima de tu cabeza y comenzaste a saludar. Lanzaste besos a todo el mundo.

Te aposyaste en la tarima, te acercaste al microfóno, y comenzaste tu discurso.

- Muchas gracias a todos, compañeros. Antes de nada, dar las gracias y felicitar a esta chica tan guapa y a su grupo, por la labor tan importante que están realizando para nosotros. Por favor, pido un aplauso para esta joven chica - al girarte, mientras aplaudías, coreado por todo el mundo, comprobaste que aquella bobalicona se estaba poniendo roja-. Si es que, con gente tan guapa y con las ideas tan claras, no entiendo como puede haber alguien que no esté todavía en nuestro partido, sindicato, o lo que sea que es esto -hubo risas tímidas entre las personas integrantes de aquella masa-. Verán, conduciendo hacia aquí, después de haber estado en el puticlub de mi barrio y haberme bebido unas cuantas copas, tuve una visión. Algo que todo el mundo de este país, esta región o pueblo debería saber. Y es que nosotros tenemos la razón, y eso es lo que queremos transmitir - esto último lo dijiste con gran fuerza, dando énfasis, siendo coreado al poco con grandes aplausos-. Porque queremos lo mismo, porque dos y dos son cuatro y porque el blanco será blanco -de nuevo, vítores y aplausos. Alguna prenda de vestir íntima cayó en la tarima. Y no todas las piezas eran de mujer-. Gracias gracias -te agachaste y, tras oler durante largo rato un calzoncillo, volviste a la tarima para proseguir tu discurso-. La verdad es que todo lo que estamos haciendo no se puede entender sin vosotros. Hagáis lo que hagáis, es algo de tremenda importancia. Y si no hacéis nada, todavía mejor. Pero bueno, no habéis venido aquí para verme aquí, con mi tremendo atractivo, si no a oír lo que quiero para vosotros y para el mundo. Y todo esto quiero decirlo antes de que se me pase el efecto del speed. Tengo una clara misión para vosotros, pero por partes. Los ancianos tendrán que vestir de amarillo chillón, y aprender a bailar rock. Las ancianas, por el contrario, deberán vestirse como jugadores de rugby, y saludarse pecho contra pecho mientras saltan. Los hombres de mediana edad tendrán que vestir con minifalda y aprender a rapear. Las mujeres deberán practicar activamente la zoofilia, o necrofília en caso de no tener animales en casa. Y para los niños, tengo lo mejor. ¡Gente que está por venir! ¡Criaturas! ¡El futuro es vuestro! ¡Todavía estáis a tiempo! ¡Suicidaos!

Ya no recuerdas mucho, pues te desmayaste allí mismo. Solo recuerdas a la gente aplaudiendo entusiasta. Al despertarte, estás en una cama de un hospital. Al despertar, pudiste ver a una enfermera, jadeando. Al toser, para hacer ver que estabas consciente, pudiste ver como un perro salía corriendo de la habitación.

-¿Está usted bien, señor?

-Si chata, sí. ¿Y el doctor?

-Ahora viene -en ese instante, entró el doctor. Entró con un enfermero detrás, que estaba haciendo ritmos de rap con la boca-.

-Bien señor, ¿Como le va? Ahora mismo le vamos a examinar. Yeah. MC Doctor para el señor, ¡ahá! -la verdad es que odiabas el tonito con el que el doctor te estaba cantando esas palabras, pero no pudiste evitar sonreír ante la poca personalidad que tenía la gente-. Dentro de poco tendrá que marchar, porque muchos abuelos no saben bailar ni saludar. ¡Yeah!

Saliste al poco del hospital, mientras veías a abuelas vestidas de jugadores de rugby, mientras muchas morían porque el saludo era demasiado para lo que su frágil cuerpo podía aguantar. Muchos abuelos, vestido de amarillo, también sucumbían por los complicados y rápidos movimientos que el rock and roll precisaba.

No obstante estabas feliz. Acababas de comprobar que la estupidez de la masa es infinita. Que poca gente tenía la iniciativa y la personalidad suficiente como para ver que todas sus medidas eran una estupidez. Que un líder con carisma valía más que cualquier argumento firme. Y así, dirigiste a un mundo lleno de mujeres zoofílicas, de abuelos rockeros de amarillo, de abuelas jugadoras de rugby y hombres raperos. De los niños, nunca más se supo.

martes, 22 de abril de 2008

Lucha virtual

Por fin había llegado el día. El viento traía consigo aires de cambio. El cambio de base. Abajo lo antiguo. Fuera lo inútil. Muerte al opresor. Destrucción para construir. Odio para amar. Estabas convencido de que hoy lo conseguirías. La gente se había hartado de todo lo que le rodeaba. La confrontación era inevitable. Lo nuevo contra lo viejo. Los rebeldes contra las fuerzas del orden.

No dudas. La seguridad se refleja en tus ojos mientras avanzas por la calle. Un enorme cordón policial se encuentra frente a ti. Tus compañeros y tú proferís insultos, mientras los policías comienzan a acercarse. Tumbáis contenedores y les prendéis fuego, mientras otros comienzan a lanzar piedras y cócteles molotov contra los antidisturbios.

Encuentras una pistola en el suelo, y la coges, sin vacilar. Apuntas contra las filas enemigas, que se acercan hacia a ti. Derecha, izquierda, centro, derecha, otra vez derecha... Uno tras otro van cayendo. Por fin, se rinden y retroceden. La calle es vuestra.

Corréis hasta donde unos instantes antes se encontraban vuestros adversario. Una bala entonces impacta contra tu hombro. Sientes como tus fuerzas disminuyen notablemente. No tienes mucho tiempo.

En el suelo encuentras, probablemente olvidado por los policías, un enorme lanzagranadas. Entonces, observas la fachada del ayuntamiento. Una enorme flecha roja, situada encima, la señala inconfundiblemente. Te arrodillas en el suelo, acomodando el arma en tu hombro, consciente de la importancia de este momento. Y disparas.

El proyectil sale, y contienes la respiración. Tras unos segundos, el edificio estalla. Ha triunfado la revolución, profesa un cartelito que aparece en tu pantalla, parpadeando.

Por fin conseguiste pasarte el juego de mayor éxito en el mercado : "Revolución : la lucha anti-sistema". Conseguiste adquirir la edición de lujo, y había valido la pena. Te sentías importante y concienciado. Habías logrado algo importante.

Fuera, tras tu ventana, si te hubieras fijado, habrías visto como el mundo estallaba en llamas.

domingo, 20 de abril de 2008

Tu historia

Lo recuerdas todo como si hubiera sido ayer.

Sentada en el sofá de tu casa, observabas el televisor mientras cenabas. Las noticias iban transmitiéndote desgracias ajenas. De algunas te preocupabas. De otras no.

Fue entonces cuando el presentador anunció que les había llegado un informe de última hora. Por lo visto, unos gamberros habían producido unos disturbios en su cuidad. En seguida aparecieron imágenes de lo sucedido. Contenedores volcados, gente con la cara tapada lanzando piedras contra la policía.

El caos.

Recuerdas que apenas te preocupaste por los motivos por los cuales aquellas personas se estaban enfrentando con las fuerzas de la policía. Simplemente te dedicaste a condenar el hecho con la rotundidad a la que estabas acostumbrada.

Incluso no pudiste reprimir una sonrisa cuando viste que los antidisturbios disparaban pelotas de goma. Por fin esos alborotadores entenderán que esas no son formas de hacer nada.

No dieron más detalles acerca de la noticia, y continuaste cenando, olvidando en seguida la noticia. La televisión ofrecía ahora una serie de vida cotidiana, donde un danés esquizofrénico no sabía como decirle a su urólogo que era budista alternativo. Entonces, sonó el teléfono.

Una voz te comunicó que tu hijo estaba en el hospital, y que era grave. El médico trató de darte explicaciones, pero, sin colgar el teléfono, saliste corriendo hacia el hospital.

No podías creer que algo le hubiera pasado a tu hijo. En él habías depositado todas tus esperanzas. Era una persona sana, con cabeza, que le iban bien los estudios y al que adorabas. Él había sido tu principal punto de apoyo cuando tu amado había muerto al caer de un andamio. El gobierno negó las indemnizaciones que procedían y tuvo que ponerse a trabajar mientras continuaba sus estudios. Llegaba exhausto a casa, pero siempre exhibía la mejor de sus sonrisas.

Entraste corriendo por la puerta del hospital, preguntando a la recepcionista qué se sabía y en qué habitación estaba. Recorres rauda la distancia que te separa de tu hijo y entras con potencia donde, tu hijo, descansaba sobre una cama, con la cabeza deformada a causa de un enorme moratón. Estaba rodeado de multitud de aparatos que no sabías para qué funcionaban.

El médico, en la sala, te puso una mano en el hombro, mientras te consolaba, diciéndote que habían hecho todo lo posible. Pero oíste su voz lejana. Sólo podías ver a tu hijo en la cama, con los ojos cerrados y sin vida. Sin su sonrisa.

Y lloraste. Como jamás habías llorado. Expulsaste tu alma por los ojos, sin poder casi respirar. Te apoyaste en el hombro del doctor, que te consoló de forma un tanto fría. Aunque ya no notabas eso. No notabas nada.

El medicó se fue, y te dejó sola, en la habitación. Al poco rato, entraron, tras pedir permiso, un grupo de jóvenes. Les reconociste como amigos de tu hijo. Se pusieron a tu alrededor. Unos trataron de consolarte. Otros callaron. Otros lloraban.

Te explicaron que acudieron a una manifestación convocada contra el racismo, a raíz de la existencia de otra manifestación de carácter xenófobo que se estaba produciendo en aquella misma zona. La policía les evitó el paso, mientras la otra manifestación discurría sin problemas, lo que provocó tensiones y, más tarde, disturbios. Los policías, en contra de lo que tienen permitido, dispararon pelotas de goma al aire, y una alcanzó a tu hijo en la cabeza.

Dos semanas estuviste sin salir de tu cama. Llorabas. Por tu hijo, por la situación, por lo que la gente decía. Por todo. Nada era normal. Todo se había vuelto del revés.

Pasaste dos años, denuncia tras denuncia, pero nadie se hizo cargo. Tu hijo había muerto y nadie era el responsable.

Solo el apoyo de sus amigos.

Y ya es el cuarto año que vas a poner flores. Unas flores que a nadie le importan. Que suelen ser robadas o pisadas. Unas flores cuya historia es ignorada, pisada y tergiversada.

Por eso has decidido dejar este mundo. "Porque,", piensas mientras apuntas el cañón de una pistola hacia tu cabeza, "cuando el mundo ignora tu historia, es mejor ignorar al mundo".

Y así, de este modo, termina tu historia.

Adiós.

sábado, 19 de abril de 2008

Dolencias

-Adelante- dijo el doctor, mientras se subía la bragueta.

-Buenos días tenga usted- el paciente entró temeroso. Tenía una cara que más se acercaba al gris que al tono que correspondería. Sus ojeras se aproximaba al negro, y sus ojos hundidos denotaban cansancio y asco. El doctor señaló un asiento, al que se acomodó inmediatamente. Comenzó a toser compulsivamente al hacerlo.

-Jesús – contestó educadamente el médico.

-Gracias.

-Bueno, usted dirá.

-Verá, mi dolencia es un tanto extraña. Me agobio con cualquier cosa, y ya desde por la mañana. El despertador para mí es una máquina de agonía, que me arranca de los dulces brazos de Morfeo y me devuelve a mi mortal vida. Me visto rápido, y angustiado por el tiempo. En ocasiones he llegado a salir sin pantalones de casa. Desayuno de pie, bebiéndome de un trago un vaso de leche fría, y luego, con la leche en la boca, introduzco como puedo un puñado de café en polvo, y mientras mezclo todo en la boca, salgo disparado hacia la parada de autobús, el cual siempre pierdo, para luego, tras haber esperado, coger el siguiente, que siempre viene lleno. En la calle me deprimo, pues siempre veo a gente corriendo y estresada, y los humos de todo lo que me rodea, toda la mugre y la cochambre me ahogan. Cuando consigo coger el autobús, suelo sufrir un par de mareos debido a la falta de oxígeno producido por la densidad de piernas, brazos y sobacos que se encuentran en el interior. Al bajar, me dirijo hacia mi rutinaria ocupación, donde el que manda me abronca por haber llegado tarde una mañana más. Tras volver, permanezco unos ocho horas en mi puesto, para luego salir tarde y llegar a casa para caer rendido en la cama habiendo cenado de forma muy frugal. Y todos mis días transcurren así. ¿Qué es lo que me pasa, doctor?

-Desde mi punto de vista, tiene usted una alergia severa.

-¿A qué? ¿Polen? ¿Polvo? ¿Gatos? ¿Perros?

-No. A la ciudad y a su forma de vida -el médico sacó un recetario, donde comenzó a garabatear.

-¿Cuál es la cura?

-Suicídese.

lunes, 14 de abril de 2008

Por qué

No sé porqué voy a escribir. He abierto internet, he estudiado, he abierto el blog, me he matriculado en 2º de bachillerato, le he dado a publicar nueva entrada, iré a la universidad, escribiré un texto... ¿Para qué? ¿Para hacer un poco más llevadera mi existencia? ¿Es eso a lo que aspiro? ¿Una vida llevadera? ¿Qué quiero? ¿Qué queréis? ¿A qué aspiráis? ¿Os lo habéis preguntado? ¿U os dejáis llevar por la inercia?

A veces pienso que el ser humano estaría mejor muerto. Todos. Sin excepción. Si, tú también, persona que lees. ¿Es que somos idiotas o qué? Todos luchamos por alcanzar ese nirvana que sería el ser todo lo normal que se pueda sin dejar de ser uno mismo. ¡Ja! Estáis tan obcecados en subsistir con vosotros mismos que no os dais cuenta de que os habéis olvidado de vivir. Lleváis una vida rutinaria, donde hasta el ocio está programado. Que pena dais. Que pena doy. Sois un asno que aprende de memoria, mirando al suelo, un camino que es siempre el mismo. Incapaces de mirara a los lados. Incapaces de mirar por encima del suelo. Sin poder imaginar siquiera girar la cabeza para ver al jinete o al labrador, que estará riéndose de nosotros mientras nos azuza con un chasquido de algún látigo o con una dolorosa palmada en el culo. Nos concentramos en el suelo, ignorando los golpes, las risas... Esa es nuestra vida. Todas iguales. No podemos ser felices porque no somos libres.

Quizá algunos me odiéis al leer este texto. Quizá sea algo pretencioso presuponer que no me odiarais de antes. Modificaré lo expuesto pues. Quizá algunos que no me odiarais antes me odiéis al leer este texto, y los que ya me odiabais, me odiaréis más. Pero bueno, tampoco pretendo ser querido. No tengo ningún deseo de agradaros. Tampoco de que me odiéis. No busco despertar en vosotros un sentimiento de repulsa o afecto por la persona que escribe. Llevo ya un tiempo escribiendo esto como para saber que, en el fondo, no espero respuesta por la persona que lee. "¿Qué cojones pretendes pues, gilipollas de mierda?", quizá se pregunte alguien que esté leyendo esto. La respuesta es sencilla. Nada. No pretendo absolutamente nada más que intentar transmitir parte de mi rabia y de mi asco hacia el mundo a través de unas palabras en lugar de contra la cara de alguien o contra paredes y puertas. No tengo objetivos al escribir. Trato de pasar mi insulsa e insustancial vida. Soy igual de patético que vosotros. Sinceramente, no sé porqué he escrito.

miércoles, 9 de abril de 2008

¿Qué es para mí España? (Redacción para Historia)

¿Qué es para mí España?

Desde un punto de vista objetivo, España es un país. Si uno se aleja un poco más en el globo verá que, además, España se encuentra integrando lo que se conoce como Unión Europea (UE). Si uno se aleja más verá que se encuentra dentro de la OTAN, y si uno se aleja del todo verá que España es un país miembro de las naciones unidas (ONU).

Este punto de vista es, quizá, más económico y político (tanto si consideramos que política y economía son distintos como si no) que otra cosa. Para añadir otro punto de vista, geográfico en este caso, se podría decir que España es el territorio comprendido por unos cinco sextos de la península ibérica, dos archipiélagos, así como las plazas de soberanía en el norte de África. Si uno nuevamente, y tal y como hemos hecho antes, se aleja más, se observa que se encuentra dentro del llamado continente euroasiático. Y si, finalmente, despegamos las narices del mapa, veremos que se encuentra del mundo.

Mentiría si dijese que algunos datos no he tenido que rescatarlos del fondo de mi memoria. La razón radica en que nunca me había parado a pensar qué es para mí España, puesto que nunca he sentido predilección por este país, pese a vivir en él. Quizá, y debido a fronteras creadas a partir de hechos históricos, económicos o políticos con los que no he tenido nada que ver, se diga que tengo que sentir predilección o simpatía por gente que viva en Galicia, o que tenga más en común con él que con alguien que viva en el extranjero (pese a que puede que el extranjero viva más cerca de mí) o quizá que tengamos que luchar por una causa común. Con esto no quiero decir que odio a los gallegos ni a las gallegas. Faltaría más. Simplemente expreso que no siento predilección por España, del mismo modo que no siento predilección por ningún país. Siento predilección por mi gente, mi familia, mis amigos… Sin importarme lo más absoluto donde vivan.

No profeso esa idea de unidad que parece que arraiga (o quieren que arraigue) últimamente, como si todos los españoles y todas las españolas fueran iguales, pensasen lo mismo o necesitasen lo mismo. Tampoco quiero entrar en una discusión acerca del individualismo, primero por que la redacción no trata sobre ese tema, y segundo por que tampoco estoy muy versado sobre ese aspecto. Solo digo que cada persona es un mundo, y querer englobar a varios mundos bajo la misma bandera, a la fuerza, no puede acabar bien. Supongo que leyendo esto se puede llegar a la conclusión de que soy altamente egocéntrico, que solo me preocupo por la gente que me importa. Dejando a un lado el hecho de que no me preocupo sólo por la gente que me importa, está el hecho de que por lo menos no profeso esa falsa solidaridad que existe, refiriéndome en este caso a España (aunque me imagino que será aplicable a cualquier país en los cuales la población media pueda permitirse el lujo de tener una televisión). Ahora mismo la solidaridad no existe excepto en muy honrosas excepciones, o como mucho se limita a un escueto “dios mío, que horror” cuando vemos alguna miseria por el telediario (las cuales, por desgracia, cada vez son más), y si la desgracia ha ocurrido en este país, quizá un “hay que hacer algo” o como mucho echarle la culpa al político X por no hacer lo que debería (esta última opción suele ser la más utilizada).

Quizá sea español, del mismo modo que soy castellano manchego, del mismo modo que soy bolo y europeo. Pero no siento eso más que como diversos gentilicios, una palabra que sirve para designar un lugar de nacimiento, no un sentimiento, una forma de vida o algo que me distinga de modo alguno del resto de seres humanos (excepto en el lugar de nacimiento, que no es para nada algo significativo a la hora de forjar una personalidad). Supongo que, para terminar y, en respuesta a la pregunta formulada que ha dado pie a toda esta redacción, España es para mí un país, y, como tal, me es indiferente.

martes, 8 de abril de 2008

Un día cualquiera en la España del Romanticismo

El sol comenzaba a entrar tímidamente por la ventana del cuarto cuarto. Isabel se desperezó y se levantó del lugar donde hasta hace pocos minutos había estado durmiendo. Fue a la otra habitación de la casa, que se encontraba comunicada con ésta por una puerta. Su padre estaba allí, sentado en una silla, roncando sonoramente. Todo él olía a vino. La niña, que no alcanzaba los 12 años de edad, se acercó y le besó en la frente. Pronto se arrepintió de hacerlo, pues la peste a alcohol barato que desprendía su padre hizo que se mareara.

Giró su cuerpo y se encaminó hacia la cocina, situada en aquella misma estancia, donde se preparó un chocolate en la chocolatera. Terminó apresuradamente y salió al exterior.

El sol de aquél 14 de julio de 1854 la deslumbró, teniendo que taparse los ojos, al tornársele todo como dorado, fruto del resplandor del astro rey. Pronto sus ojos se acostumbraron a la calle. La noche anterior había llovido, aunque no mucho, haciendo incómodo transitar por aquéllos lugares que, como aquél, carecían de empedrado, aunque no lo habían convertido del todo en un lodazal. Siguió su camino, sorteando los montones de basura que se acumulaban por doquier, a la vez que espantaba a las moscas que se empecinaban en confundirla con los montones de deshechos que se acumulaban sobre la arena mojada.

Algún cerdo madrugador desayunaba de los desperfectos que se almacenaban. El pestazo que había levantado el agua de lluvia era esperpéntico. Algunos puestos ambulantes comenzaban a anunciar sus productos, y las ventanas se abrían para arrojar todavía más desayuno a los puercos y demás animales que vagaban por el exterior. Sí, la rúe estaba llena de vida.

Isabel se dirigió hacia la fábrica dónde trabajaba. Aquella construcción se la antojaba faraónica a la pequeña, pese a llevar ya un tiempo trabajando allí. Suspiró, sabiendo que tenía muchas horas por delante de trabajo. De tedioso y aburrido trabajo. Pero qué remedio quedaba. En casa todos debían poner de su parte. “Al fin y al cabo”, se decía, “más vale un trabajo tedioso y aburrido y seguir vivo que nada”.

Entró y se dispuso a comenzar con su rutinaria tarea. “Si lo haces bien a lo mejor me dejan irme en 10 horas”, se animaba. Bien sabía que no era lo normal, pero, pese a que hacía tiempo que, debido a las duras condiciones de la vida que llevaba, había abandonado la niñez, todavía quedaban en su pequeño cuerpo resquicios de inocencia y bondad que hacía más llevadera y más ciega la existencia.

Las máquinas de aquél gigantesco telar siempre la habían horrorizado. Incluso en ocasiones soñaba con ellas. En esas noches, gigantescos telares y máquinas con rostro visible, se alimentaban de niños, convirtiendo el lugar en el que trabajaba en una sangría metálica.

Sacudió la cabeza, tratando de espantar esos amargos recuerdos. Sus diminutas manos comenzaron a manejar el telar, con la seguridad de un pianista experto, y comenzó con su trabajo. Movía constantemente la cabeza, para mantener su pelo rubio alejado de la máquina. No sabía si que su pelo entrara en contacto con ese armatoste de acero era peligroso o no, pero cambiaba de compañeros de trabajo con la suficiente frecuencia como para que tomara todas las precauciones posibles. En casa hacía falta todo el dinero posible, ella no podía faltar. Tenía una gran responsabilidad. Sobre sus hombros, los de una niña de 12 años, residía una fuente de ingresos que era crucial para su familia.

Continuó con su trabajo, ajena a todo cuanto pasaba a su alrededor. Pasaron las horas, lentamente, sin prisa. La ventilación del lugar era, lejos de toda duda, penosa. El ambiente se cargaba enormemente y pronto el calor del verano hizo agobiante el trabajo. Pese a todo, Isabel continuaba, obcecada en su tarea.

En medio de esa atmósfera opresiva continuaba de forma inercial. No sabía cuanto tiempo había pasado, cuando un grito desgarrador cruzó como un helado relámpago por todo el lugar. Todos los que allí se encontraban se sobresaltaron, aunque recobrando en seguida la compostura, continuaron con su tedio, ignorando los gritos de dolor, provenientes de una máquina cercana.

-¡Socorro! ¡Por el clamor del cielo! ¡Ayuda por favor!

Los gritos desesperados desgarraban el alma, y se prolongaron durante largo rato. Pese a todo, todos continuaron en sus puestos, sin inmutarse. Al fin y al cabo, no dejaba de ser algo normal. Pasaron las horas y les dieron permiso para irse a casa. Isabel estaba contenta. Sólo 12 horas trabajando, dijeron. Podría sentirse afortunada. Al salir se cruzó con lo que supuso era la chica que había proferido los alaridos angustiosos. Su pelo, del mismo color que el suyo, se encontraba en el suelo, formando un abanico desordenador de tonos dorados y rojizos. Su brazo, atrapado en una de las máquinas, estaba completamente destrozado. Su rostro, antes angelical, igual que el suyo, se encontraba descompuesto, en una grotesca mueca mezcla de dolor, agonía y sufrimiento. Su otro brazo, se alzaba, y, con su diminuta mano, igual que la suya, trataba de tocar el aire, casi deseando agarrarlo.

Isabel pasó de largo, pues ya había visto muchos casos del estilo. Hoy no le había tocado a ella, podía dar gracias a Dios de que pudiera llegar a su casa.

Dando saltitos tomó el camino a su casa, siendo ya noche cerrada. Realizó de memoria el camino que separaba su lugar de trabajo de su morada. La fauna urbana nocturna ya había salido, una noche más, a danzar por sus dominios. Llegó a su calle, que, al igual que el resto del barrio, carecía de iluminación. A oscuras, pudo ver, por el rabillo del ojo, como dos figuras oscuras increpaban a una tercera. No supo si la estaban atracando, violando o matando. Quien sabía. Prefirió hacer lo que le había servido para sobrevivir, que era no mirar atrás, y correr.

A la carrera llegó a su casa. Se encontró a su padre en la misma posición en la que lo había dejado aquella mañana. Los ronquidos que ahora profería y la botella que ahora, a diferencia de aquella mañana, descansaba en su mano, que colgaba de la mesa, le indicaban dos cosas. La primera era que su padre no estaba muerto, y la segunda, que por lo menos se había movido de la silla en todo el día. Quien sabía, a lo mejor había encontrado trabajo y estaba durmiendo la mona para celebrarlo.

Al lado de su padre había un plato con algo de comida, que probablemente su madre hubiera dejado allí para ella. Al acabar de comer, se dio cuenta de cuán cansada estaba.

Se acercó a su catre, y, antes de que pudiera pensar en nada, quedó profundamente dormida. Y así transcurrió un día más en su vida. Quién sabe cuanto más vivió. Total, sólo es una vida. Un día de una vida. Un día de la España del Romanticismo.

lunes, 7 de abril de 2008

Así soy

Hola.

Soy alguien muy cercano a vosotros. Muchos solo me habéis visto por los medios de comunicación. Otros, quizá, halláis oído hablar de mí. Los más afortunados podrán haber dicho que disfrutaron de mis servicios. Los menos, no podrán decir nada.

Profesionalmente podéis considerarme como una prostituta de lujo. No me avergüenza decirlo. Me vendo a aquél que me ofrece más dinero, y es capaz de engordarme. Porque así sobrevivo. No me importa traicionar, pues sobrevivo gracias a los que me pagan. Gracias a aquellos que me pagan. Gracias a todos a los que les da igual. Si, no seáis tímidos. No escondáis la cabeza. Quien más quien menos, todos sois cómplices. Si no, no se explicaría mi desorbitado sobrepeso.

Aquellos que han podido pagarme, ya saben la sensación que produce amarme. El uso de mis servicios implica la destrucción de todo aquello que podría estorbarte. Consigues mantener todo gracias a mí. Mi amor es destrucción. Es lo que ofrezco.

Mi poder no conoce de fronteras. Mato, y tampoco tengo ningún tapujo en decirlo. Ningún jurado de ningún país se atrevería a condenarme. La razón es simple: yo les doy de comer. Les alimento. Pago sus coches, sus yates, sus amantes. Sus vidas. Todo depende demasiado de mí como para que sean capaces de dañarme.

Poseo la inmunidad más desarrollada del planeta. Todos desean tenerme de su lado y nadie osa pronunciarse en mi contra. Anhelan poseerme y usarme. Disfrutarme. Todos los que levantan alguna mínima voz en mí contra son eliminados por aquellos que me necesitan.

Soy la droga más adictiva que existe. Una vez probada no hay vuelta atrás. Necesitas más dosis. No puedes dejarme. Sabes que, tarde o temprano, me volveré contra ti. Pero me ansías demasiado como para que eso te preocupe. Me defiendes aunque sabes que acabaré matándote.

Soy la miseria, y soy tu vecina, que acecha en cualquier esquina, esperando que me pruebes.

Todo para matarte.

jueves, 3 de abril de 2008

Innovaciones

Era una tarde cualquiera, y, espatarrado en el sofá, cambiabas de canal, aburrido, viendo sin mirar y oyendo sin escuchar. Fue entonces cuando lo viste. Un matiz, una señal. Tan sutil, que considerabas imposible que nadie más se hubiera fijado en ese pequeño detalle. Te levantas rápido del sofá, dispuesto a conseguir que tu idea tome forma. Tanto tiempo buscando tu estilo, y al final tantos esfuerzos van a dar su fruto. En tu mente ves tu semblante con la ropa y complementos que has imaginado, y la sensación es casi orgásmica. Tan original y a la vez sin llamar la atención, que crees que jamás a nadie se le ocurrirá.

Te vistes de forma rápida, poniéndote lo de siempre, aunque te consuelas pensando que esto será solo pasajero. Sales a la calle, y miras a la gente mientras avanzas. Todos iguales. Claro que tú también eres igual... de momento. Sonríes para tus adentros. Vas a ir en contra del mundo. Ya no recuerdas cuándo llegó tu inspiración, viendo una serie, algún programa de cotilleo o un anuncio. Y la verdad es que te importa poco.

Tu primera parada, una tienda de pelucas que casualmente habían abierto hacía poco al lado de tu casa. Al entrar, puedes observar que no hay mucha gente, y apenas tienes que guardar cola. Mientras aguardas, miras el escaparate, y dudas entre una estilo afro, de gran tamaño y color verde fosforito y otra un poco más corta, de color morado con cierto tono metálico y lisa. Tras un breve asesoramiento con el vendedor, escoges la verde. Solo han sido 70 euros y sales sonriente, aunque sin ponerte tu nuevo atuendo. Prefieres esperar a haber terminado.

Más tarde te acerdas a la óptica. También hay poca gente, a en poco rato estás ya hablando con el dueño. Te enseña varios modelos, y eliges uno, de unos 30 centímetros de largo, de finas rayas verdes y rojas sobre fondo blanco, y con los cristales tintados de azul. En realidad no sufres de ningún problema visual, pero llevar a cabo tu plan bien merece un esfuerzo. Bueno, eso y 700 euros por las gafas nuevas.

Ya tienes los complementos, y ahora solo necesitabas la ropa. Vas ahora al centro comercial. Tan lleno de ropa, libros, triángulos, comida y otros productos, que no tienes más remedio que sobrecogerte. Todo un abanico de atenciones que tenían un único y feliz fin, que compres. Al llegar no te entretienes a mirar, pues ya sabes qué quieres. Una gran chaqueta roja, con topos de diversos colores muy intensos. Una camisa blanca y una gran corbata roja, a juego. Unos pantalones azules extremadamente anchos, azules y con círculos de color amarillo. Tras esto, vas a la sección de zapatería, y adquieres unos grandes zapatos, al menos diez tallas mayores que lo que te correspondería, de un color verde. Todo por unos dos mil euros, pero los pagas encantado. Por fin serás distinto.

Vuelves a tu casa dando brincos discretos. Te acuestas en tu cama nervioso, con unas ganas tremendas de poder lucir al mundo tu nueva forma de ser. Aunque es en ese momento cuando empiezan tus temores. Qué te pasará si a la gente no le gusta. Si todos te miran y se ríen. Te atenaza la angustia.

A la mañana siguiente te levantas, todavía receloso, y vas al armario, donde sacas con temor del armario todo aquello que compraste ayer. Te pones los grandes pantalones, la camisa blanca sobre la cual descansa esa corbata de un tamaño desproporcionado. Te pones la chaqueta roja con topos de colores chillones, que te llega al tamaño de la rodilla. Te colocas las gafas, que son casi más largas que el ancho de tu cabeza. Por fin, te colocas la peluca y te miras al espejo. Tampoco te ves tan raro, y eso te da el último empujón para salir a la calle.

No obstante, en el ascensor se acentúan tus temores. Te ahogas ahí dentro, y te vienen arcadas. Maldices incesantemente la hora en la que se te ocurrió pensar que ser diferente era algo bueno. Te entran arcadas y acabas vomitando de puros nervios en el ascensor poco antes de que sus puertas se abran. Estás ya en la puerta y no hay vuelta atrás. Sales a la calle, tembloroso, esperando oír las risas, las burlas, los abucheos, y, en definitiva, la desaprobación de unas personas que no conoces de nada.

Empiezas a andar, despacio y temeroso. Al doblar una esquina, lo primero que ves provoca una gran contrariedad en ti. La marea humana rutinaria aparece con grandes pelucas, pantalones anchos, zapatos desorbitadamente enormes, gafas desproporcionadas, camisas, corbatas... Y todo ello de colores chillones a más no poder. Empiezas a andar, sonriente, consciente de que volvías a ser normal. Uno más. Mientras avanzas, piensas que quizá la señal que viste por la pantalla no fuera tan sutil como tú te imaginabas...