martes, 28 de octubre de 2008

A Dimitri

Todo es hoy un poco más oscuro. Has sido arrancado del lado de aquellos que te amaban, de aquellos que trataban de hacerte sonreir. Vuelves a empezar en un sitio frío, sin nadie. Obligado a morir cuando no entiendes bien el porqué. Con lágrimas como equipaje, realizaste el imprevisto viaje que te ha arrastrado al infierno helado.

Las estrellas serán tu manta, el odio la única forma de seguir adelante. No te conozco, no me conoces. Por lo visto compartimos una aversión mutua. Parece ser que no caes bien. Has sido rechazado por pensar diferente y ser consecuente con aquello que creías. ¿Qué sabe de leyes aquél que dice tener corazón? ¿Qué debe soportar alguien que quiere vivir como quiere?

¿Porqué tanto miedo a aquello que no entendéis? Vuestro desprecio me es indiferente, simplemente me dais pena. Ahora sólo siento rabia porque otra vida ha sido destrozada por vuestra incomprensión, por vuestra intolerancia. Decís buscar el bien común y cerráis los ojos al mal global. No merece la pena que nos quedemos sentados, buscando una respuesta. El mal ha llegado como siempre, sin avisar, plasmado en un papel firmado por gente elegante.

¿Y qué nos queda si no piedras? ¿Cómo poder expresar algo tan visceral? Compartimos un llanto. El mío más superficial, menos puro. El tuyo más sufrido, más sangrante. Un techo me verá acostarme hoy, y tú serás arropado por la nieve. Pero ambos soñaremos. Y nuestros sueños acabarán por quemar tan destrozada realidad.

lunes, 20 de octubre de 2008

Día oloroso

Él levantó la cara de la almohada, completamente aturdido. El despertador le suplicaba por enésima vez que levantar su ya de por si horrendo trasero de la cama. Cuando se dio cuenta de que ponerle caras de pena no serviría de nada (por eso de que los aparatos no suelen tener muy desarrollado el sentido de la compasión) optó por salir a decirle hola al mundo. Como siempre, el mundo no devolvió el saludo.

Entró en la cocina, tosiendo como si en ello le fuera la vida (sería más propio decir que la vida se le iba por culpa de toser) y fue a servirse un nutritivo desayuno consistente en una cáscara de plátano y una raspa de sardina. Nutritivo donde los haya.

Después de devolver toda la materia orgánica ingerida a su lugar de origen (la basura) se marchó a su habitación, a ponerse sus mejores galas, pues hoy era uno de esos días (en los cuales, se alienaban todos los planetas) en los que había quedado con una persona del sexo opuesto. Tras ponerse muda limpia (apenas usada durante 3 días) y la camiseta casi nueva (¿Qué son 9 años?) salió por la puerta.

Esperaba que el oxígeno que se respiraba fuera suficiente como para camuflar la peste de una larga jornada sin oler nada parecido a un jabón. La reacción exagerada de la gente al pasar por su lado (fingir un desmayo y dos personas hospitalizadas con pronóstico reservado era algo excesivo, a su parecer) le dio a entender que más le valía que estuviera acatarrada.

Llegó al lugar, donde ella le estaba esperando. De quedarle algo del desayuno en el estómago, probablemente lo hubiera sacado todo fuera. Quizá fue el hecho de no haber comido caliente y bien desde hace meses o que su propio olor corporal comenzaba a quemarle neuronas, pero nunca la había recordado tan preciosa. Desde el primero de los pelos de su coronilla hasta el último de los átomos de la uña del pie ( si, siempre me han considerado algo fetichista ) eran un conjunto de lo que siempre había soñado.

Después de balbucear algo que creí que era una saludo y de que ella se tapara la nariz (muy disimulada ella, eso sí) salimos rumbo al parque. Después de hablar de temas varios y para nada trascendentales (existencia o no de Dios, política, creencias... vamos, nada de índole sexual) llegamos al lugar donde siempre solíamos aposentarnos.

Seguimos hablando, incluso parecía que no le daba asco. Comprobé, atónito, que la gente no me miraba tan disgustada. Tal vez era su influencia. Cada vez que la miraba sonreír (imaginaba que de mí) no podía evitar sentirme bien. Mi alma (nunca había pensado que alguien como yo pudiera tener una) se encontraba a gusto.

Pasamos la tarde, paulatinamente más cerca el uno del otro. Reímos, pasamos ratos tensos, nos abrazamos, y, finalmente, nos besamos. Volví a casa, pensando que no podía ser más feliz. Al llegar, mi hermano me miró, sin dar crédito a lo que veía. Me fui al baño, donde un ridículo espejo colgado de un cordel hizo que me viera como no me recordaba. La suciedad había desaparecido, así como ese aspecto cochambroso.

Nunca pensé que diría esto pero... parecía humano.

lunes, 13 de octubre de 2008

CIES

Mis sucias manos agarran los barrotes que tienen frente a sí. Creo que los ojos que me pertenecen y ahora mismo miran a través de mi jaula nunca han conocido la felicidad. Miseria ha sido mi máxima desde que nací, hace mucho tiempo, lejos de aquí. Mi inocencia fue aplastada por una realidad cruel y burlona. Pusisteis una losa sobre mi cabeza nada más empezaba a ver el mundo y me impedisteis crecer. No entendía nada de mi país de origen. Mis hermanos y mis padres trabajábamos durante todo el día. No sabíamos de palabras tan comunes en esta tierra como pueden ser horario, jornada laboral, salario... Salíamos con el alba y regresábamos a la noche. Era todo lo que hacíamos.

¿Porqué entonces el hambre? Eramos trabajadores, y a duras penas conseguíamos algo que llevarnos a la boca. Varios hermanos murieron por falta de alimento. No pude con aquella situación. Un amigo mío me habló acerca de la posibilidad de cambiar de país. No era fácil ni estaba exento de peligro pero, ¿Qué opciones tenía? Todavía hay gente que me lo recrimina. Qué sabrán ellos. No tienen ni idea de lo que es despertarse por las mañanas preguntándose si hoy podrás comer. Desconocen lo que es perder un hermano por inanición o porque no tengas posibilidad de conseguir un medicamento adecuado para alguna enfermedad que tiene cura desde hace mucho tiempo.

Vivís perfectamente bien. Contratáis a gente de otros lugares en condiciones pésimas, pagándoles menos de lo que merecen por hacer trabajos que vosotros, culos finos del primer mundo, no haríais porque lo consideráis deshonroso para el nivel de vida que lleváis. Muchos no tienen más opción que delinquir por supervivencia. Y tenéis las narices de culparnos.

Viendo vuestro mundo aquí, desde un centro de internamiento para personas ilegales, veo vuestras preocupaciones como lo que realmente son: basura. Considerar un problema no tener dinero para salir un fin de semana o no poder comprarte ropa cara es un insulto. Habéis olvidado lo que es el miedo, lo que es no tener algo que llevarse a la boca. Estáis inmersos en una burbuja de felicidad ficticia que os impide ver más allá de vuestros propios genitales. Nacéis, existís y morís sólo para trabajar y autodestruir vuestro tiempo libre.

Acabo de llegar a este sitio y no sé cuánto tiempo permaneceré aquí. Quizá una semana, quizá año y medio. Puede que más. Ya no estoy triste ni tengo miedo. Durante el tiempo que he estado aquí he sido perseguido, señalado, burlado, agredido, culpado, prejuzgado... Todo por mi origen. Mi lugar de procedencia es miserable, sí, pero vuestra burbuja está llena de gente miserable.

Antes de despedirme, antes de que pase a ser sólo una voz intranquilizadora que oísteis una vez, quiero recordaros una cosa. Las fronteras sólo existen en vuestra mente. No hay un primer mundo ni un tercero. Compartís y matáis de hambre a vuestros compatriotas, y estáis orgullosos de ello.

Perpetuáis la matanza con vuestra complicidad.

domingo, 12 de octubre de 2008

Rata

Mi historia es un tanto atípica en cuanto a lo extraña que es. Soy una especie de Peter Pan que ni quiere ser mayor, ni lo intenta. De mi nacimiento no se sacó nada en claro, exceptuando el hecho de que dejé de estar en la tripita de mi madre (o eso al menos le aseguró el médico a ella), aunque a veces me gustaría volver, estando como está la vivienda.

Ya que la educación oficial no me iba nada mal, aproveché para matricularme en la escuela de la vida, suspendiendo todas las materias que de ella derivaban salvando, por supuesto, "técnicas y procesos del malmeter", "critique por la espalda" y "¿A la cara? No, gracias". Quizá estos nombres de asignaturas suenen poco serios, pero no deja de ser enseñanza pública, qué te esperabas.

Diría que el fracasar en mis estudios no oficiales me marcó, y puede que así sea, pero eso me ha hecho ser como soy (que tampoco es decir mucho).

Es probable que usted, ávido lector, haya ya deducido (o le haya obligado a su padre a que lo haga por usted) que mi amor propio no conoce fronteras. Lejos de desmentirlo, diré que la constante humillación de la que hago gala en estas pobres líneas, no sólo la practico en carne propia. Más aún, se podría señalar que sacar defectos ajenos (cómo es lógico y natural, sin atender a los míos) es mi pasión. Obviamente, siempre ejecuto los conocimientos adquiridos en mis estudios paralelos, salvándome de tener que decirle nada al objeto de mis observaciones. Si algo he aprendido es que mi agujerito es muy acogedor, y de vez en cuando puedo pegar un grito desde él, con el fin de que el personal se sienta algo inquieto, sin saber muy bien a qué demonios viene ese berrido venido del averno.

Desconozco cuando dejaré este mundo (al que, qué rayos, le he cogido cariño), tampoco me importa. No sé cuanta gente quiere que lo abandone para siempre y quién de verdad me tiene un mínimo de aprecio. A veces (creo), me da la sensación de que la forma de tratar al ser humano (sí, tildo con ese adjetivo a casi todas las personas) puede que haga que me aleje de mis seres queridos. Quizá mearme en sus caras de forma periódica a traición no es buena idea. Aquí tengo yo un gran conflicto interno.

Todo lo que de pequeño me han inculcado (o por lo menos, cómo me comporto) me dice que no debo ser honesto. Pero es posible que paulatinamente la única compañía que tenga sea la de una telefonista diciéndome que me cambie a movistar. No suelo encontrar la presencia de ánimo para tener la valentía de exponer mis opiniones negativas hacia otras personas directamente. No creáis, sin embargo, que me callo lo que mi cerebro a duras penas procesa. Suelo expresar ese tipo de ideas a conocidos míos (a ser posible amigos mutuos, así los dos nos podemos reír bien a gusto o ponerlo a caldo).

Tampoco os penséis que las criticas suelen ser constructivas, faltaría más. Procuro destruir siempre un poquito.

Todo esto ha desvariado en un gran miedo a toda idea que vaya contra mí. Suelo decir que las respeto (¡Ja! ¡Inocentes!) y la gente me admira por ello. Intento, no obstante, utilizar todos los medios a mi alcance para quitar de en medio todo aquello que me incomoda haciendo ver que es lo más justo.

Aunque imagino que es lo que tiene vivir en un agujero, el terror. Quizá se me pase con la edad, aunque visto lo visto, no sólo tengo pocas esperanzas, si no que me encanta hacer con las pocas que me quedan lo mismo que ya he dicho que hago con mis seres queridos y no tan queridos. Mearme periódicamente en su cara.

viernes, 10 de octubre de 2008

Alas cortadas

La imagen era desoladora. Aquél animal luchaba por seguir lo que su propia naturaleza le indicaba. Trataba de elevarse del suelo, tal y como lo habían hecho generaciones y generaciones de sus antepasados. Su emplumado cuerpo se ponía en posición milimétrica, su instinto lo empujaba a ello, pero no obtenía respuesta de sus extremidades laterales, pues éstas no existían ya. Daba vueltas, desesperada, tratando de escapar de allí, lejos. No era para menos. A su alrededor, sus compañeras genéticas se burlaban de él. Le menospreciaban constantemente por sus intentos, por sus ideas que veían en el vuelo la mejor forma y más natural de ser ellos mismos. Hacían corros, cuchicheaban cuando pasaba, triste y abatida tras un nuevo intento.

Muchos sucedáneos al vuelo habían aparecido ya, y todos olvidaban, y en cierto modo temían, aquella forma natural y primigenia de idiosincrasia, algo que de verdad les hacía únicos. Tenían formas elaboradas de conseguir alimento, para lo cual esclavizaban a otras especies. Los animales que se usaban eran los mismos, pero se les negaba la oportunidad de vivir en libertad. Nadie se quejó, eran conscientes de que, sin el vuelo, toda forma de conseguir sustento era complicada.

Se olvidaron de los nidos, ya que no alcanzaban las altas copas de los árboles. Comenzaron a construir elaborados complejos donde vivían, siempre con miedo, pues, aunque no lo supieran, aquélla no era la forma en que su instinto, ya muy mermado, les instaba a vivir. Así mismo, cambió la forma de desplazarse. No podían migrar ya, y necesitaban deslazarse. Diseñaron complicados artefactos, con el fin de poder desplazarse por tierra, mar y aire. Todos los objetos necesarios para tal fin salían de fábricas que, paulatinamente, iban tornando gris el cielo por el que sus antepasados se desplazaban, ajenos a la tragedia que se avecinaba.

Sus vidas se volvieron tan cómodas, que consideraron un regalo la desaparición de las alas. Incluso, cuando algún recién nacido poseía alas, estas eran inmediatamente cortadas, en pos de la seguridad. Todos aquellos individuos que poseían el ansia de volar eran menospreciados, ridiculizados a diario. Las mismas aves que, en el fondo de su alma, soñaban con poder hacerlo, se burlaban de las que eran lo suficientemente honestas como para formular el deseo en voz alta, sin importarles el ridículo.

La que en estos momentos, trataba de alzarse contra todo pronóstico, no consiguió su objetivo. Sola no consiguió nada. Se giró y embistió contra aquellas que se burlaban de ella. Ya no quería conseguir nada.

Sus compañeras se habían reído de su sueño. Su meta ahora era hacer más incómoda su realidad.