domingo, 12 de octubre de 2008

Rata

Mi historia es un tanto atípica en cuanto a lo extraña que es. Soy una especie de Peter Pan que ni quiere ser mayor, ni lo intenta. De mi nacimiento no se sacó nada en claro, exceptuando el hecho de que dejé de estar en la tripita de mi madre (o eso al menos le aseguró el médico a ella), aunque a veces me gustaría volver, estando como está la vivienda.

Ya que la educación oficial no me iba nada mal, aproveché para matricularme en la escuela de la vida, suspendiendo todas las materias que de ella derivaban salvando, por supuesto, "técnicas y procesos del malmeter", "critique por la espalda" y "¿A la cara? No, gracias". Quizá estos nombres de asignaturas suenen poco serios, pero no deja de ser enseñanza pública, qué te esperabas.

Diría que el fracasar en mis estudios no oficiales me marcó, y puede que así sea, pero eso me ha hecho ser como soy (que tampoco es decir mucho).

Es probable que usted, ávido lector, haya ya deducido (o le haya obligado a su padre a que lo haga por usted) que mi amor propio no conoce fronteras. Lejos de desmentirlo, diré que la constante humillación de la que hago gala en estas pobres líneas, no sólo la practico en carne propia. Más aún, se podría señalar que sacar defectos ajenos (cómo es lógico y natural, sin atender a los míos) es mi pasión. Obviamente, siempre ejecuto los conocimientos adquiridos en mis estudios paralelos, salvándome de tener que decirle nada al objeto de mis observaciones. Si algo he aprendido es que mi agujerito es muy acogedor, y de vez en cuando puedo pegar un grito desde él, con el fin de que el personal se sienta algo inquieto, sin saber muy bien a qué demonios viene ese berrido venido del averno.

Desconozco cuando dejaré este mundo (al que, qué rayos, le he cogido cariño), tampoco me importa. No sé cuanta gente quiere que lo abandone para siempre y quién de verdad me tiene un mínimo de aprecio. A veces (creo), me da la sensación de que la forma de tratar al ser humano (sí, tildo con ese adjetivo a casi todas las personas) puede que haga que me aleje de mis seres queridos. Quizá mearme en sus caras de forma periódica a traición no es buena idea. Aquí tengo yo un gran conflicto interno.

Todo lo que de pequeño me han inculcado (o por lo menos, cómo me comporto) me dice que no debo ser honesto. Pero es posible que paulatinamente la única compañía que tenga sea la de una telefonista diciéndome que me cambie a movistar. No suelo encontrar la presencia de ánimo para tener la valentía de exponer mis opiniones negativas hacia otras personas directamente. No creáis, sin embargo, que me callo lo que mi cerebro a duras penas procesa. Suelo expresar ese tipo de ideas a conocidos míos (a ser posible amigos mutuos, así los dos nos podemos reír bien a gusto o ponerlo a caldo).

Tampoco os penséis que las criticas suelen ser constructivas, faltaría más. Procuro destruir siempre un poquito.

Todo esto ha desvariado en un gran miedo a toda idea que vaya contra mí. Suelo decir que las respeto (¡Ja! ¡Inocentes!) y la gente me admira por ello. Intento, no obstante, utilizar todos los medios a mi alcance para quitar de en medio todo aquello que me incomoda haciendo ver que es lo más justo.

Aunque imagino que es lo que tiene vivir en un agujero, el terror. Quizá se me pase con la edad, aunque visto lo visto, no sólo tengo pocas esperanzas, si no que me encanta hacer con las pocas que me quedan lo mismo que ya he dicho que hago con mis seres queridos y no tan queridos. Mearme periódicamente en su cara.

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