martes, 15 de diciembre de 2009

Callejón nocturno

Hacía bastante tiempo ya que el Sol se había puesto cuando yo regresaba congelado a casa. Había sido una noche atípica, aunque bastante agradable. Estaba extremadamente cerca de mi hogar cuando escuché algo procedente de un callejón, a mi derecha. Un sonido que ya sólo había oído en las películas y que hizo que se quebrara mi alma. Era el sonido del martilleo de una pistola.

- Ven -dijo una voz terriblemente grave.

El estómago me dió un vuelco y comencé a temblar. Debido a la falta de luz del callejón, ni siquiera podía ver de mi interlocutor nada que no fuera una silueta borrosa. Hice acopio de las escasas fuerzas que me quedaban y me dirigí hacia mi armado interlocutor.

- Te... te estás equivocando de persona -balbuceé.

- No buscaba a nadie en concreto, así que dudo que me haya equivocado -no sé si era por la falta de sueño, por el miedo o causa de mi imaginación, pero su voz me sonaba cada vez más grave-. Ven y siéntate a mi lado. Y, por favor, no trates de salir corriendo. Te daría antes de que empezaras a tensar algún músculo y no quiero eso. Si colaboras, esto terminará antes de que te des cuenta.

Cuando volví a ser plenamente consciente de qué hacía, y tal vez calmado mi subconsciente a raíz de la última promesa, me acerqué hacia el callejón, sentándome al lado de aquella voz, cuya representación visual seguía sin ser más que una difusa imagen negra.

- Buenas noches –saludó cordialmente-. Soy Felipe Pedreo. Tu confesor esta noche. Aquella persona con la que hablarás hasta que ya no quede nada que decir. Seré tu asesino y el mío.

- Has dicho que no me harías daño –el terror se apoderó de mí.

- No, eso no es verdad. He dicho que esto terminaría antes de que te dieras cuenta. Como entenderás, no tiene nada que ver una cosa con la otra.

Se hizo el silencio. Mis ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad. Pude ver que tenía el pelo algo alborotado, y me pareció ver que llevaba unas gafas. También creí discernir una especie de gabardina, pero no estaba seguro. Tras unos instantes en silenció, el recientemente bautizado para mí como Felipe, retomó la conversación.

- Te preguntarás porqué un hombre con una pistola puede querer algo que no sea ni tu dinero ni tu integridad sexual. La respuesta, aunque sencilla, es poco común. Necesito que alguien me escuche. Mi vida es una mierda y hace tiempo decidí ponerle fin, pero no quiero irme sin que alguien escuche lo que quiero y tengo que decir. Aún así, mi ego no es tan alto como para querer que todo el mundo oiga mi historia y se conmueva. Mi objetivo es que al menos un ser humano se siente a conversar conmigo sobre mi vida y la suya. Ya ves, una persona con una edad tan grande como la mía y ni siquiera he tenido la oportunidad de tener una disquisición seria con nadie. Nadie me ha escuchado. Y para eso, amigo mío, estáis tú y esta pistola.

- ¿Y porqué tengo que morir yo? ¿Por qué no me cuentas tu vida y luego me dejas salir y huir? –ahora pude ver que el color de su pelo era algo rubio. Llevaba unos vaqueros.

- No es tan sencillo. Necesito que esto quede entre nosotros dos. Nada debe salir de aquí. Algunas de las cosas atañen a terceros y no quiero perjudicar a nadie. Por eso, amigo mío, debes morir conmigo. No puedo arriesgarme.

- Ni siquiera te conozco –dije, desesperado.

- Eso da igual. Mañana, en el periódico, pondrá que dos personas murieron a causa de dos disparos. Una persona turbada se suicidó y se llevó a alguien consigo.

Comenzó a faltarme aire para respirar. Empecé a sollozar y por mi mente surcaron, veloces, millones de caras y de pensamientos. Concretamente, una cara se asentó con fuerza, haciendo que el resto parecieran simplemente un marco sin importancia.

- ¿En quién piensas? –me sobresaltó Felipe.

- ¿Cómo sabes que estoy pensando en alguien? –me sorprendí.

- Se te nota en la cara. Ante todo este esperpéntico panorama has sonreído. O estás tan desesperado como yo, o hay alguien que, pese a toda esta locura, te hace sonreír.

- Tienes razón –reconocí-. Se trata de mi pareja. Sara

- Vaya –Felipe sonrió-. ¿Tienes alguna foto?

Sorprendido por la pregunta, asentí nervioso. Rebusqué en mi cartera, la encontré y se la di. No pude evitar echarme a llorar.

- Es muy guapa –admitió-. Tienes suerte.

- ¿Cómo puedes tener el estómago para decirme eso? –dije, entre suspiros incontrolados.

- Tienes razón. Lo siento.

De nuevo, el silencio se apoderó de los dos. Me devolvió la foto de ella. La miré, tratando de recordar cada línea, cada detalle.

- En fin, creo que es hora de que empecemos -dijo.

- Haz lo que te dé la gana –contesté de mal humor.

- Comprendo esa reacción. Tampoco esperaba caerte bien.

- Cállate y empieza de una vez.

- Como quieras. La verdad es que desde que nací, tú eres la persona que más me ha escuchado. Mis padres estaban todo el día trabajando para poder costearme los estudios y apenas hablaban conmigo más que para lo más insulso. La gente con la que más contacto tenía durante el colegio era para jugar a fútbol y nunca intercambié más de dos palabras con ninguno. De siempre he sido una persona con muchas inquietudes… perdona, creo que todavía no me has dicho tu nombre…

- Martín, pero sigue.

- Vale. Como te decía, Martín, de siempre he sido una persona con una gran necesidad de contacto humano. Un contacto que nunca he recibido. Acabé mis estudios, y comencé a trabajar en una oficina, anhelando hablar con alguien. Mi jefe era un capullo que no se dirigía hacia mí nada más que para quejarse de lo mal que hacía todo. Mis compañeros no sólo no querían saber nada de mí si no que le daban la razón por evitarse problemas y subir puntos ante él. Empecé un matrimonio inercial con una persona a la que detesto simplemente porque pensaba que podría hablar. Me equivoqué. Sé que desde prácticamente el principio me es infiel, y la verdad es que me da bastante igual. La conclusión es que desde que puse un pie en el mundo, nadie nunca ha escuchado lo que tenía que decir. Millones de ideas mías han muerto, como tú y yo moriremos hoy, sin que nadie las escuchara. Eso es lo que quería que algún ser humano supiera. Ahora ya lo sabes. ¿Qué tienes que decir?

- Que eres imbécil, Felipe. Eres el ser humano más imbécil sobre la faz de la Tierra.

- ¿A qué se debe tal calificativo? –contestó, visiblemente asombrado.

- Dices que tu vida ha sido dura. Y, en cierto modo lo es. Sé lo que es que nadie te escuche. Mis padres murieron cuando no tenía ni cinco años, y he ido pasando temporadas de mi vida en casas de diferentes tíos que no querían saber nada de mí. En cada nuevo colegio al que tenía que ir se me marginaba por norma y nunca se me acercaron para nada que no fuera golpearme o quitarme los pantalones entre todos. Cuando por fin pude independizarme, ni siquiera había terminado mis estudios. Conseguí un trabajo de mierda donde, además, trabajaba solo. Mi sueldo era una miseria. Y no he conseguido una relación de verdad hasta hace irrisoriamente poco, después de estar varios años con una persona que me trataba como si fuera mierda. ¿Acaso crees que me di por vencido? No. Me levantaba cada mañana con un esfuerzo indecible para querer creer que yo valía algo, que alguien ahí fuera podría acabar por quererme, por respetarme y por oírme. Y lo conseguí. Y ni siquiera estoy diciendo que por querer suicidarte seas un cobarde. Digo que eres un cobarde por querer llevarte una vida sólo porque te has rendido.

Un pesado silencio se apoderó de los dos. Ambos respirábamos de una forma bastante audible.

- Tienes razón. Aún tengo una posibilidad de ser feliz, de ser escuchado –se levantó-. Voy a salir ahí fuera para gritarle a todo el mundo que puedo ofrecer algo. Que todavía soy alguien.

- No por mucho tiempo –susurré. El se giró y me miró extrañado. Sus ojos casi se caen de sus órbitas cuando observaron como mi mano sostenía la pistola que hasta hace poco él había tenido en su poder-. No sabes hasta qué punto entristece ver que alguien es capaz de rendirse tan pronto. He tenido paciencia con la vida y con el mundo. He procurado conseguir la constancia para tratar de superar todo. Eres cruel, Felipe. Eres cruel y odioso. Si hay alguien en la vida que no merezca ser feliz, ese eres tú.


Apunté y se oyó un gran estruendo. La bala atravesó la cabeza, haciéndola saltar por los aires. Todo quedó lleno de sangre. Debido a lo tenso de toda la conversación, no fui consciente hasta que fue demasiado tarde de que ya era prácticamente de día. Comenzaron a oírse pasos y gritos. No me vi con fuerzas de tener que enfrentarme a aquello. No pude soportar la idea de tener que contar lo sucedido a Sara y que fuera consciente de lo que he hecho. De esta monstruosidad. Sabía que habría huellas de los dos en la pistola. Así que hice lo poco que se me ocurrió. Por primera vez en mi vida me rindí. Levanté la pistola.

A la mañana siguiente el periódico relataba como dos personas habían muerto durante la pasada noche a causa de dos balas.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Escribir por escribir

El editor miró ceñudo al que, en definitiva, no era más que un simple empleado. Lo observó visiblemente malhumorado, sosteniendo en sus manos un fajo de folios debidamente encuadernado. Pasaba las hojas con desdén y rapidez, pese a que sus ojos no se apartaban de él. Suspiró y arrojó el documento a su mesa, sin ceremonias ni cuidado.

- A ver, Manuel, eres uno de mis mejores escritores. Mucha gente ha leído tus libros, los disfrutan y piden tu nombre en casi todas las librerías del país, incluso del mundo. Y creo que te pedí algo tremendamente sencillo. Para la mayoría de escritores, se trataría de algo irrisorio. Conozco tu vida, tus inquietudes y tus relaciones. Has vivido infiernos y has rozado la felicidad con la llema de los dedos, hasta que finalmente has conseguido, por el momento, alcanzarla. Únicamente te rogué que escribieras un libro sobre tus vivencias, obviamente sin decir que son tuyas. Que relataras tus romances, tus errores, tus acciones. Aquellos viajes maravillosos de los cuales he sido partícipe cuando me los relatabas, con una emoción contagiosa. Sientes cada momento de tu vida con una intensidad digna de envidia, ¿Por qué demonios no puedes escribir sobre ella?

- Tienes razón sobre varias cosas. Es verdad, soy uno de tus mejores escritores. Mucha gente me ha leído y todas esas chorradas, que no son más que unos datos que sirven para engordar tímidamente mis ingresos, y algo más descaradamente los tuyos. Y es verdad, cada momento de mi vida es para mí algo indispensable para ser quien soy. En mi casa tengo mi propio texto, mucho más extenso, real e intenso que este que sin miramientos has arrojado sobre la mesa. Y has de saber que, al llegar a casa, lo quemaré. Y la razón es muy simple. Siempre he vivido para vivir. Escribir sobre ladrones, princesas, asesinatos, naves espaciales, romances ajenos, ciudades lejanas... no me supone ningún tipo de problema. Me llena, es innegable. Pero al menos sé que hay una parte de mí que sigue siendo, en parte, únicamente mía. ¿Qué sería de mis amigos si todo lo que he vivido con ellos no son más que una anécdota en un libro? Me horroriza pensar que todos esos momentos que constituyen lo que soy ahora pasen a formar parte del recuerdo difuso de algún lector imbécil. Que un folio sea testigo perpetuo de lo que sentí, por mucho que ese sentimiento cambie. No, señor editor. Mi vida es mía y sólo quiero compartirla con la gente que aprecio.