martes, 30 de diciembre de 2008

Fragmento de mi paranoia

Desperdicio las horas de estudio como siento que estoy desperdiciando mi vida. Horas y horas tiradas en convenciones, verborrea y acciones sin sentido. El tan inútil ansia por quedar bien, por sentirse aceptado.

Y más mi alma que mi cabeza siente necesidad de vomitar eso. Lo recrea en forma de sangre, de violencia sobre un papel. Puñetazos y patadas como forma de inspiración. Las ganas de destrucción como manera de dar vida a palabras. Palabras que arrasen, que encolericen todos los rincones del cuerpo. Que el lector se veía poseído por la misma desidia que me está dejando sin aliento.

En este sentido se puede ver algo de egoísta en mi humilde persona. No me basta con estar jodido. Necesito que los demás lo estén también. Que puedan apreciar todo aquello que hace que sufra. Hacerles llorar como yo lloro ahora.

La música no hace que deje de pensar, de modo que la apago. Salgo de mi habitación, con la sensación de llevar años dentro. Me asfixiaba allí dentro. Es curioso lo terriblemente hostil que se puede transformar una atmósfera cuando no estás a gusto en ella. El aire no se conforma con envolverte. Te ahoga, te oprime el pecho de modo que parezca que no puedes respirar.

Salir al exterior es como paladear aire limpio de nuevo. Estoy demasiado asqueado como para ir al ordenador. A fuerza de ser sinceros, estoy demasiado asqueado para todo. Uno de esos momentos en los que no me importa nada más allá que la ira. Es una de las cosas más parecidas al amor que soy capaz de sentir. Me abrazo a mi aversión con la misma fuerza y despreocupación con la que el amante se enrosca en brazos de su amada.






Este es un fragmento de la paranoia (de momento todavía en expansión)que estoy escribiendo. Si hay alguien interesado en leer más que me lo pida bien por aquí y yo me pongo en contacto con ella o bien vía msn para aquellos que ya tengáis mi dirección.

Disfrutadla si queréis.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Componer y seguir

Quiero vivir, no matarme por beber
y sentir que al morir me quede algo por hacer.
Fenecer, caer y descubrir que en esto del compartir
se oculta un gran placer.

Nacer, conseguir sonreir y
conceder a mi existir un largo amanecer.

Saber que ir de la mano, partir,
es mucho mejor si te puedo ver.

Que el competir y no desistir
no se debe hacer por cumplir, sino por vencer.

Y al final comprender que salir
del mundo feliz es entender
que si tropiezas, no debes huir,
si no volver y no desfallecer.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Desayuno

Todo parece oscuro... El desconcierto reina en la habitación, donde el aire está más que viciado y donde coger una bocanada de aire puro se torna en gesta. La manta está situada de forma que resulte incómoda a más no poder, dando calor donde no debe y dejando al descubierto las partes que más sufren la estación dura y heladora del año. La caótica distribución del lugar termina por hastiar al ocupante hasta el punto de abandonar su lecho sin apenas haber reposado.

Sin ganas de nada realmente, se desplaza arrastrando los pies, buscando más con esperanza que con certeza el ser devorado por el suelo. El lóbrego pasillo permanece impasible ante su fúnebre recorrido, observando sin inmutarse a aquél despojo alicaído. El eco de sus pasos acaba por perderse al girar el recodo que ponía fin a aquél espacio angosto sobre el que acababa de trasladarse, quedando éste en un silencio total, como aliviado tras perder de vista tan deprimente imagen.

Llega a la cocina, donde el Astro Rey ilumina la estancia a la vez que torna en dolor la retina de esa sombra. Ahora puede observarse con claridad su aspecto. Pantalón holgado, típico para pasar una noche, de un color azul cielo. La camiseta, blanca y desgastada, zapatillas de andar por casa y semblante indiferente. Rascándose un ojo a causa del contraste de luz, se acerca a tientas a un armario y comienza a prepararse un desayuno para el que no tiene apetito.

Se sienta y comienza a jugar con un trozo de repostería que sumerje metódicamente y sin entusiasmo en un tazón. Su mirada es más profunda de lo que cabría esperarse de alguien en sus circunstancias y un ser observador podría llegar a pensar que se está cuestionando asuntos trascendentales para él. Cada rato, a veces durante un segundo, mira al frente, a las placas de cerámica que envuelven las paredes, observándolas como si el secreto para su felicidad se encontrara escondido entre ellas.

El bollo hace tiempo que se ha deshecho, despedazado por la acción de la leche. Ajeno a eso, el personaje sigue desentrañando el enigma impreso más en su alma que en el muro decorado con baldosas que tiene frente a él. Paulatinamente, una persona atenta podría darse cuenta de como su tristeza y su incomprensión aumentan. Su corazón se llena de lágrimas y busca algo a lo que aferrarse. Se levanta, confuso. Avanza a tientas, desbordado por las emociones de una vida insulsa.

Llega desorientado a un cuarto de la casa, donde guarda todas las cosas referentes a su trabajo, ese medio para poder sobrevivir realizando tareas que no le interesan. Se sienta en su escritorio, desconsolado. La imagen resulta algo grotesca. Un ser humano con una gran crisis de identidad ataviado con un pijama hortera y con algo de leche en la comisura de los labios. Llora como hacía tiempo que no había llorado, hasta que lo encuentra. Bajo sus brazos, como prestando su apoyo de manera sutil pero firme. Como muestra de un mudo abrazo, un folio manchado parcialmente por las gotas saladas que han resbalado por su mejillas le observa desde abajo, como invitándolo a reaccionar.

Sonríe y coge un bolígrafo. Respira fuerte, tratando de aclararse y de limpiar sus fosas nasales. Sus ojos siguen hinchados y todavía no es feliz. Pero sabe que algo puede hacer, algo que pase lo que pase siempre estará ahí. Con decisión se acerca y escribe: "Todo parece oscuro... El desconcierto reina en la habitación, donde el aire está más que viciado y..."

sábado, 6 de diciembre de 2008

Vida nueva, mundo nuevo

No consigo dormir. Morfeo se ha olvidado de mí, y no me queda otra que dar vueltas y pensar, en otra de esas interminables noches en las que el sueño no llega y lo único a lo que a uno le queda es reflexionar acerca de uno mismo. Ya no quedan libros que leer. Hace demasiado frío como para no querer mantas, pero sudo demasiado como para que no estorben. No consigo encontrar un punto medio para nada. Apoyo las manos en mi nuca, extendiendo mis brazos doblados por mi codo. Observo el techo, insípido como el pasar de las horas.

Soy consciente de que lo mejor es no pensar en nada y, sin embargo, imágenes aleatorias golpean mi cabeza con fuerza, impidiéndome cualquier tipo de relajación. Tampoco es de extrañar. Mi vida ha dado muchas vueltas de campana. Desde pequeño mostré una acuciante curiosidad para con lo que me rodeaba. Con el tiempo crecí y fui descubriendo todo lo que la vida podía ofrecerme. Demasiadas cosas malas para tan poco bueno que mereciera la pena. Quizá no presté la debida atención a las pequeñas cosas buenas. A lo mejor atendí en exceso a las pequeñas cosas malas. Quién sabe.

Fui politizándome con el paso del tiempo, aunque no fue lo único que cambió. Fui relacionándome con la gente. Descubrí la amistad y más tarde el amor. Vi que necesitaba a unas personas y que otras me decepcionaban. Nunca dejé de querer a según que gente, aunque los viera menos tiempo, ni tampoco dejé de odiar algunas conductas.

También encontré grandes decepciones tanto en lo político como en lo personal. Dolorosos desengaños que se producían día a día y que dejaban una huella cada vez más honda en mí. No podía comprender la pasividad de tanta gente, su complicidad ante la miseria. Tampoco llegaba entender el porqué de mi desidia en temas más íntimos. Sabía lo que quería, tanto en un aspecto como en el otro, y, sin embargo, comprendía que en ninguno de los dos podía hacer yo nada solo.

Supongo que fue eso, la soledad, la que iba poco a poco consumiéndome. Repudié todo sentimiento, traté de alejarlo de mí. Me aislé de toda injusticia y de todo acercamiento a alguien. Era consciente de todo lo malo que me rodeaba, sabía en lo que creía. Pero nunca hice nada al respecto. Para nada. No quise saber nada de nadie.

Noto dos brazos suaves que rodean mi cuello y me premian sin tener un motivo especial más allá del expresar cariño. Unos labios como jamás los había imaginado me besan, mientras los ojos de la dueña de aquél beso me miran, sonriendo.

- Buenos días, cielo -oigo.

Le devuelvo el beso, me desperezo y salgo de la cama. Pospongo el vestirme y descorro las cortinas, dispuesto a ver el mundo. Los rayos de sol bañan mi cuerpo tal y como es, llenando a su vez la estancia de colores. Fuera, todavía puede verse algún coche quemado, aunque sabes que pronto se lo llevaran. Queda una temporada larga y dura por delante, hay que construir un mundo de cero. Pero eso no me preocupa ahora. No tengo miedo del futuro, porque soy feliz, y las posibilidades son infinitas.

Me prometí a mí mismo que jamás me inmiscuiría en nada, que el amor y la política no eran para mí. Me recluí en mí mismo, pretendiendo no salir.

Jamás bajar la guardia fue tan dulce.

jueves, 4 de diciembre de 2008

¿Por qué ponerle nombre?

Tiernas caricias enredadas
en tus profundos ojos.

Que esta felicidad perdure mientras al
universo le quede un soplo de vida.
Ir, venir, respirar o caer no me importa.
Es el saber que existes, el
romper la desidia que me retenía preso de mi propia
oscuridad.

¿Cómo lo hiciste
para sacar una sonrisa,
objeto de mi dicha?
Rabia desaparecida.

Qué hechizo creó la alegría
unánime que se
encuentra alojada en mí.

Paraíso de mi alma, expresada al
óleo.
Narcisos y amapolas,
enredaderas y parras.
Riscos de paz eterna.
Llenas de música
el espacio de mi vida.

Nada acabará jamás con esto.
Obra como plazcas
mientras feliz seas.
Borra todo mal recuerdo,
rama de sufrimiento.
Eres todo lo que ahora quiero.
¿Porqué ponerle nombre?

domingo, 30 de noviembre de 2008

Realidad

Mirad a vuestro alrededor. Cada vistazo que hagáis, será distinto. Nuestro entorno se mueve, varía, se transforma de modo que todo sea innovador cada vez que se observa, siempre y cuando uno tenga intención de disfrutar.

Al menos esa era mi forma de ver las cosas.

Adoro la realidad por lo sincera que es. Nada lo disfraza, no pretende endulzar. No le importa el impacto que pueda ocasionarte, es demoledora e implacable... pero es cierta. Andar, cantar, bailar, amar, sonreír, llorar, golpear... todo es infinitamente más gratificante si sabes que lo haces de verdad. Si eres capaz de ver las cosas como son. Soy consciente en cada paso, en toda decisión, en toda afirmación de lo que puede acarrear mi comportamiento. Inspiro cada sensación, asiéndola con fuerza, procurando no soltarla, porque sé que existe, que está ahí. Que, por mucho que el futuro cambie, es algo que ha ocurrido. Bueno o malo, qué más da. Cualquier suceso, por mínimo que sea, puede cambiar un mundo. Y es la gracia que tiene vivir sin filtros, la incertidumbre.

Y, no obstante, todo es demasiado ficticio. Escaparates llenos de mierda que pretenden crear una vaga sensación de felicidad. Sucedáneos. Falsedad. Sustancias que buscan aislarnos durante unas asquerosas horas de la patética existencia que nos vemos obligados a soportar. Cajas, pantallas, ondas y papeles nos escupen mentiras a la cara mientras sonreímos, satisfechos sin saber porqué. Porque en realidad, en lo más profundo de nuestro ser, sabemos perfectamente que estamos vacíos, que somos carcasas sin cerebro y sin voluntad. Hemos perdido la ilusión por lo pequeño. Que un informe, un examen o media hora de nuestra vida colapse a un rayo de sol, el batir de alas de una mariposa o a un abrazo, es algo que apena.

Un lunes por la mañana. Sueño. Malas caras. La realidad no gusta, y se prefiere creer que es así porque se necesita un coche más rápido, una nueva batidora o una amante que se ajuste a unos cánones estéticos que no se entienden. Sábado por la noche. Risas. Ansia. La realidad no gusta porque se cree que las experiencias que puede ofrecer son innecesarias en comparación con lo que se debería experimentar las únicas horas que son realmente de uno.

Se pisotea todo lo que nos rodea. Las vivencias, los objetos... son transformados sin piedad. Y lo curioso es que ahora comprendo que, a pesar de nuestra desazón, a pesar de la incapacidad para guardar en nuestro corazón un atisbo de alegría con lo que hay, no tenemos la valentía como para cambiar nuestro entorno. Nos limitamos a cambiarnos a nosotros mismos durante cortos periodos de tiempo, fingiendo sonrisas idiotas.

Ya he dicho que siempre he considerado a lo verdadero, lo puro, como lo más hermoso. Siento que mi existencia es más plena cuanto más sé que lo que hago es real. Siempre he creído que el mundo, en cuanto a las sensaciones, las anécdotas, los sentimientos, los objetos, la vida... es perfecto tal y como es, que es posible disfrutar de ello. Quizá el mundo no sea tan perfecto como pensaba.

O tal vez el ser humano no se merezca existir en él.

sábado, 22 de noviembre de 2008

La vida

Demasiadas son las metáforas que se han usado para reflejar este inmenso cúmulo de segundos que es la vida. Un camino, un río, un viaje... Cada cual más o menos acertado, con cosas verosímiles y cosas increíbles. Pero no dejan de ser lógicos estos fallos, pues la imagen a la que intentan evocar estas figuras literarias no deja de tener sus incoherencias. Uno suele tender hacia algún lado, con mayor o menor éxito. Muchas veces hay demasiadas ramificaciones, multitud de opciones. Giramos la cabeza, desorientados, sopesando con rapidez pros y contras de cosas que realmente no son importantes, dejando a un lado lo que verdaderamente tiene valor.

Voces susurran desde altavoces mensajes contradictorios. Enormes carteles te instan a que lo dejes todo por su mensaje. Señores formales muestran un mismo lienzo, mal reflejo, con distintas tonalidades. Olvidamos y dudamos lo que nuestros sentidos nos muestran por la acción de gritos desaforados de gallos de corral. Sufrimos por promesas realizadas por gente que no nos conoce.

Personas indeseables pueblan el sentir. Seres mezquinos, falsos, hipócritas y lineales. Estúpidas mentes incapaces de un gesto desinteresado, que no saben lo que es dar sin recibir, que se rigen por el quedar bien. Montones de mierda con extremidades, manipuladores y falsos.

Existen, por contra, personas indispensables. Almas capaces de sacar de lo más profundo de alguien una sonrisa. Amistades con las que no te importaría andar sobre un camino de chinchetas. Que están siempre a tu lado, para lo bueno y para lo malo, mostrando su apoyo.

El ciclo vital humano quizá sea el más complejo en cuanto a contenido, y el más simple en cuanto a estructura. Estudiar, trabajar, consumir y fenecer. Y, sin embargo, para esta gesta son necesarios un montón de cachivaches. La necesidad no es lo que nos empuja a tener tal o cual cosa, a aprender esto o a aquello o a realizar un trabajo físico o mental. ¿De que se trata, pues? Tal vez la desorientación. Si no sabes quién eres, dónde estás o porqué vives, no sabrás qué quieres. Estamos muy atareados realizando labores sin sentido como para deternernos, un segundo siquiera, a pensar el porqué real de nuestras acciones.

Y lo cierto es que no soy capaz de poder menospreciar ninguna de las metáforas anteriores. Cada cual camina con los compañeros que puede; escogiendo su propio recorrido; haciendo caso a las señales de los lados solo si él quiere; deteniéndose si tiene la suerte de encontrarse a algún labriego, manteniendo con él una conversación cargada de sabiduría. Uno nada en un río más o menos caudaloso, procurando no ahogarse. Tratamos de elegir vehículo, itinerario y destino sin error.

Por mi parte, la vida no deja de ser lo que debe ser todo. Bromas, sonrisas. Un abrazo, una lucha. Versos, números, besos. El Sol, la Luna, el cielo. Una mirada, una protesta. Textos acumulados en un cajón. Caminos con chinchetas y personas con las que recorrerlos.

Un día demasiado largo, que espero que no termine nunca.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Miedo

Muchas veces me hablaste de él. Con reticencia, me fuiste mostrando uno a uno los motivos por los que aparecía. Inseguridad, desconfianza, impotencia e intranquilidad simplemente son unos cuantos elementos que forman parte de una larga lista. Cuántas veces los habré maldecido, en silencio. Demasiadas son ya las coasiones en las que desearía que todo se volatilizara, simplemente por dejar de pensar. Muchas cosas he dejado de hacer por esto, pese a saber lo que quiero.

Los abracé, no obstante, como si fueran míos. Traté de calmarlos, aliviarlos, ignorando mis propias dudas y temores. Cerré un círculo, abrí caminos. Retomé cosas que dejé en el olvido, asimilándolas con más fuerza a mí. Incorporé aspectos que no creí que pudiera. Odié algunas cosas nuevas y recordé las viejas. Pero seguían sin irse.

Día tras día, golpeaba mi sien, sin querer marchar. Volví con más ganas a la tarea de conseguir la paz. Prometimos eternidad en una noche. Grité en forma de frases, palabras, versos y abrazos lo que pienso y siento. Mostré repulsa ante lo que me repugna y no tuve modo de expresar mi tristeza ante atrocidades pasadas. Y siempre existían motivos para la incertidumbre, para el no saber.

Fue por aquél entonces cuando me detuve, de puro agotado, para ver qué estaba haciendo. Era cierto que no sabía nada con certeza. No podría haber negado, de ninguna de las maneras posibles, que supiera con certeza qué iba a ser de mí mañana. Pero sabía algo. Una afirmación mucho más rotunda y mucho más importante de lo que puede ser la eternidad.

Lo cierto era, y siempre lo había sido que no era en sí mismo importante el hecho de dudar o no. Lo realmente relevante era lo que se hacía para paliarlo. El hecho de prometer, de gritar, de abrazar, de protestar, de sonreír. Todo ello conformaba mi particular viaje a Ítaca. Mi destino, la felicidad. Mi barco, mis ideas. Lestrigones, mi inseguridad, Cíclopes, la desconfianza y Poseidón, la impotencia.

Y, como siempre, las ganas de querer y sentir, mis eternas compañeras de un viaje sin final.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Cómo plasmar.

Coge una imagen, aférrate a ella con todas las fuerzas que seas capaz de reunir y no la dejes escapar. Proyéctala en tu mente y trata de sentirla. ¿Qué te transmite? Si es triste, piensa porqué es así, cuáles son las características que han hecho de esa visión algo desolador y sin sentido. Si sale alguien, pregúntale qué le hace sufrir, intenta llorar por lo mismo que llora esa alma atormentada.

Si el panorama es feliz, sonríe, aunque no sepas bien el motivo. Empápate del gozo que observas, acapara para ti lo hermoso, la paz reinante. Abraza el descanso. ¿Algún ser humano tiene la fortuna de formar parte? En ese caso, ámalo como si fuera para ti la persona más importante del mundo.

Cuando la imagen sea injusta, identifícate con los damnificados. Odia y crea rabia en tu interior. Descubre como la impotencia te destroza desde dentro, poco a poco, inexorable. Mata el miedo.

Incorpora cada sensación como si fuera una parte imprescindible de ti. Aprende a ser capaz de ir a la par con lo que tu mente ha decidido mostrarte.

Sufre cuando sufra. Ríe cuando ría. Destroza cuando destroce.

Almacena todo lo que se ha creado en tu interior, masticándolo. Coge fuerza y escúpelo en un folio, con violencia. Y dará igual que no esté bien escrito. Será por completo indiferente que estén mal elegidas las palabras o que éstas se repitan. No importará que supuestos expertos resten valor a tu obra, porque será algo por completo tuyo, algo que creaste de la nada sin un fin concreto más allá de saciar esa necesidad humana de expresar lo que se quiere.

Porque ese puñado de palabras impresas en una hoja será otra parte de ti, tan importante como pudo ser esa imagen que trataste de plasmar.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Mi pequeña ventana

He visto mi vida pasar tras una ventana lluviosa. Una ventana sin cristal, una lluvia salada. No comprendo el porqué de la tristeza, pero persiste. Golpea, mata, acuchilla, asesina. Ya nada me queda salvo el no saber muy bien cómo expresar estos últimos momentos que me quedan cuerdo. Desde la distancia observé como la locura del mundo me contagiaba. Perdí los papeles. Lloré. Morí.

Olvidé.

Olvidé que los sentimientos son siempre mucho más complejos que cualquier lenguaje humano, y, sin embargo, es más complejo dominar un lenguaje humano que el sentir. Soy consciente de mi torpeza al tratar de expresar en silencio lo que mi alma tiene necesidad de gritar. Aquello que ansío que alguien recuerde. Buscar formar parte de la felicidad de quien sea, ser entendido. Compartir mi mente enferma con este mundo enfermo. Saciar mi necesidad de que me escuchen.

Solo la automutilación mitiga en parte esta sensación. Golpear mi mente con imágenes que me destrocen. Matar mi autoestima. Acuchillar aquello que me hace feliz. Asesinar mi sonrisa. Finalmente mi cordura ha quebrado, saliendo de lo sano. Nada de lo que escribo toma sentido. Soy incapaz de aislarme de mi peor enemigo, mi propio cerebro. Solo una sonrisa es capaz de sacarme de esta espiral de sangre.

Una sonrisa lejana, pero cuya luz es capaz de iluminar todos y cada uno de los rincones de mi ser. Voy a salir de este mundo, lo sé. Saldré como no entré y una parte de mi todavía llora desconsolada. Pero haber podido y poder agarrarme a algo tan hermoso hace que no me importe. He vivido, he derramado lágrimas eternas, he acuchillado, he olvidado, he golpeado, he matado, y, finalmente, he muerto.

Pero me voy con una imagen que es capaz de compensar todo lo malo que he pasado.

martes, 28 de octubre de 2008

A Dimitri

Todo es hoy un poco más oscuro. Has sido arrancado del lado de aquellos que te amaban, de aquellos que trataban de hacerte sonreir. Vuelves a empezar en un sitio frío, sin nadie. Obligado a morir cuando no entiendes bien el porqué. Con lágrimas como equipaje, realizaste el imprevisto viaje que te ha arrastrado al infierno helado.

Las estrellas serán tu manta, el odio la única forma de seguir adelante. No te conozco, no me conoces. Por lo visto compartimos una aversión mutua. Parece ser que no caes bien. Has sido rechazado por pensar diferente y ser consecuente con aquello que creías. ¿Qué sabe de leyes aquél que dice tener corazón? ¿Qué debe soportar alguien que quiere vivir como quiere?

¿Porqué tanto miedo a aquello que no entendéis? Vuestro desprecio me es indiferente, simplemente me dais pena. Ahora sólo siento rabia porque otra vida ha sido destrozada por vuestra incomprensión, por vuestra intolerancia. Decís buscar el bien común y cerráis los ojos al mal global. No merece la pena que nos quedemos sentados, buscando una respuesta. El mal ha llegado como siempre, sin avisar, plasmado en un papel firmado por gente elegante.

¿Y qué nos queda si no piedras? ¿Cómo poder expresar algo tan visceral? Compartimos un llanto. El mío más superficial, menos puro. El tuyo más sufrido, más sangrante. Un techo me verá acostarme hoy, y tú serás arropado por la nieve. Pero ambos soñaremos. Y nuestros sueños acabarán por quemar tan destrozada realidad.

lunes, 20 de octubre de 2008

Día oloroso

Él levantó la cara de la almohada, completamente aturdido. El despertador le suplicaba por enésima vez que levantar su ya de por si horrendo trasero de la cama. Cuando se dio cuenta de que ponerle caras de pena no serviría de nada (por eso de que los aparatos no suelen tener muy desarrollado el sentido de la compasión) optó por salir a decirle hola al mundo. Como siempre, el mundo no devolvió el saludo.

Entró en la cocina, tosiendo como si en ello le fuera la vida (sería más propio decir que la vida se le iba por culpa de toser) y fue a servirse un nutritivo desayuno consistente en una cáscara de plátano y una raspa de sardina. Nutritivo donde los haya.

Después de devolver toda la materia orgánica ingerida a su lugar de origen (la basura) se marchó a su habitación, a ponerse sus mejores galas, pues hoy era uno de esos días (en los cuales, se alienaban todos los planetas) en los que había quedado con una persona del sexo opuesto. Tras ponerse muda limpia (apenas usada durante 3 días) y la camiseta casi nueva (¿Qué son 9 años?) salió por la puerta.

Esperaba que el oxígeno que se respiraba fuera suficiente como para camuflar la peste de una larga jornada sin oler nada parecido a un jabón. La reacción exagerada de la gente al pasar por su lado (fingir un desmayo y dos personas hospitalizadas con pronóstico reservado era algo excesivo, a su parecer) le dio a entender que más le valía que estuviera acatarrada.

Llegó al lugar, donde ella le estaba esperando. De quedarle algo del desayuno en el estómago, probablemente lo hubiera sacado todo fuera. Quizá fue el hecho de no haber comido caliente y bien desde hace meses o que su propio olor corporal comenzaba a quemarle neuronas, pero nunca la había recordado tan preciosa. Desde el primero de los pelos de su coronilla hasta el último de los átomos de la uña del pie ( si, siempre me han considerado algo fetichista ) eran un conjunto de lo que siempre había soñado.

Después de balbucear algo que creí que era una saludo y de que ella se tapara la nariz (muy disimulada ella, eso sí) salimos rumbo al parque. Después de hablar de temas varios y para nada trascendentales (existencia o no de Dios, política, creencias... vamos, nada de índole sexual) llegamos al lugar donde siempre solíamos aposentarnos.

Seguimos hablando, incluso parecía que no le daba asco. Comprobé, atónito, que la gente no me miraba tan disgustada. Tal vez era su influencia. Cada vez que la miraba sonreír (imaginaba que de mí) no podía evitar sentirme bien. Mi alma (nunca había pensado que alguien como yo pudiera tener una) se encontraba a gusto.

Pasamos la tarde, paulatinamente más cerca el uno del otro. Reímos, pasamos ratos tensos, nos abrazamos, y, finalmente, nos besamos. Volví a casa, pensando que no podía ser más feliz. Al llegar, mi hermano me miró, sin dar crédito a lo que veía. Me fui al baño, donde un ridículo espejo colgado de un cordel hizo que me viera como no me recordaba. La suciedad había desaparecido, así como ese aspecto cochambroso.

Nunca pensé que diría esto pero... parecía humano.

lunes, 13 de octubre de 2008

CIES

Mis sucias manos agarran los barrotes que tienen frente a sí. Creo que los ojos que me pertenecen y ahora mismo miran a través de mi jaula nunca han conocido la felicidad. Miseria ha sido mi máxima desde que nací, hace mucho tiempo, lejos de aquí. Mi inocencia fue aplastada por una realidad cruel y burlona. Pusisteis una losa sobre mi cabeza nada más empezaba a ver el mundo y me impedisteis crecer. No entendía nada de mi país de origen. Mis hermanos y mis padres trabajábamos durante todo el día. No sabíamos de palabras tan comunes en esta tierra como pueden ser horario, jornada laboral, salario... Salíamos con el alba y regresábamos a la noche. Era todo lo que hacíamos.

¿Porqué entonces el hambre? Eramos trabajadores, y a duras penas conseguíamos algo que llevarnos a la boca. Varios hermanos murieron por falta de alimento. No pude con aquella situación. Un amigo mío me habló acerca de la posibilidad de cambiar de país. No era fácil ni estaba exento de peligro pero, ¿Qué opciones tenía? Todavía hay gente que me lo recrimina. Qué sabrán ellos. No tienen ni idea de lo que es despertarse por las mañanas preguntándose si hoy podrás comer. Desconocen lo que es perder un hermano por inanición o porque no tengas posibilidad de conseguir un medicamento adecuado para alguna enfermedad que tiene cura desde hace mucho tiempo.

Vivís perfectamente bien. Contratáis a gente de otros lugares en condiciones pésimas, pagándoles menos de lo que merecen por hacer trabajos que vosotros, culos finos del primer mundo, no haríais porque lo consideráis deshonroso para el nivel de vida que lleváis. Muchos no tienen más opción que delinquir por supervivencia. Y tenéis las narices de culparnos.

Viendo vuestro mundo aquí, desde un centro de internamiento para personas ilegales, veo vuestras preocupaciones como lo que realmente son: basura. Considerar un problema no tener dinero para salir un fin de semana o no poder comprarte ropa cara es un insulto. Habéis olvidado lo que es el miedo, lo que es no tener algo que llevarse a la boca. Estáis inmersos en una burbuja de felicidad ficticia que os impide ver más allá de vuestros propios genitales. Nacéis, existís y morís sólo para trabajar y autodestruir vuestro tiempo libre.

Acabo de llegar a este sitio y no sé cuánto tiempo permaneceré aquí. Quizá una semana, quizá año y medio. Puede que más. Ya no estoy triste ni tengo miedo. Durante el tiempo que he estado aquí he sido perseguido, señalado, burlado, agredido, culpado, prejuzgado... Todo por mi origen. Mi lugar de procedencia es miserable, sí, pero vuestra burbuja está llena de gente miserable.

Antes de despedirme, antes de que pase a ser sólo una voz intranquilizadora que oísteis una vez, quiero recordaros una cosa. Las fronteras sólo existen en vuestra mente. No hay un primer mundo ni un tercero. Compartís y matáis de hambre a vuestros compatriotas, y estáis orgullosos de ello.

Perpetuáis la matanza con vuestra complicidad.

domingo, 12 de octubre de 2008

Rata

Mi historia es un tanto atípica en cuanto a lo extraña que es. Soy una especie de Peter Pan que ni quiere ser mayor, ni lo intenta. De mi nacimiento no se sacó nada en claro, exceptuando el hecho de que dejé de estar en la tripita de mi madre (o eso al menos le aseguró el médico a ella), aunque a veces me gustaría volver, estando como está la vivienda.

Ya que la educación oficial no me iba nada mal, aproveché para matricularme en la escuela de la vida, suspendiendo todas las materias que de ella derivaban salvando, por supuesto, "técnicas y procesos del malmeter", "critique por la espalda" y "¿A la cara? No, gracias". Quizá estos nombres de asignaturas suenen poco serios, pero no deja de ser enseñanza pública, qué te esperabas.

Diría que el fracasar en mis estudios no oficiales me marcó, y puede que así sea, pero eso me ha hecho ser como soy (que tampoco es decir mucho).

Es probable que usted, ávido lector, haya ya deducido (o le haya obligado a su padre a que lo haga por usted) que mi amor propio no conoce fronteras. Lejos de desmentirlo, diré que la constante humillación de la que hago gala en estas pobres líneas, no sólo la practico en carne propia. Más aún, se podría señalar que sacar defectos ajenos (cómo es lógico y natural, sin atender a los míos) es mi pasión. Obviamente, siempre ejecuto los conocimientos adquiridos en mis estudios paralelos, salvándome de tener que decirle nada al objeto de mis observaciones. Si algo he aprendido es que mi agujerito es muy acogedor, y de vez en cuando puedo pegar un grito desde él, con el fin de que el personal se sienta algo inquieto, sin saber muy bien a qué demonios viene ese berrido venido del averno.

Desconozco cuando dejaré este mundo (al que, qué rayos, le he cogido cariño), tampoco me importa. No sé cuanta gente quiere que lo abandone para siempre y quién de verdad me tiene un mínimo de aprecio. A veces (creo), me da la sensación de que la forma de tratar al ser humano (sí, tildo con ese adjetivo a casi todas las personas) puede que haga que me aleje de mis seres queridos. Quizá mearme en sus caras de forma periódica a traición no es buena idea. Aquí tengo yo un gran conflicto interno.

Todo lo que de pequeño me han inculcado (o por lo menos, cómo me comporto) me dice que no debo ser honesto. Pero es posible que paulatinamente la única compañía que tenga sea la de una telefonista diciéndome que me cambie a movistar. No suelo encontrar la presencia de ánimo para tener la valentía de exponer mis opiniones negativas hacia otras personas directamente. No creáis, sin embargo, que me callo lo que mi cerebro a duras penas procesa. Suelo expresar ese tipo de ideas a conocidos míos (a ser posible amigos mutuos, así los dos nos podemos reír bien a gusto o ponerlo a caldo).

Tampoco os penséis que las criticas suelen ser constructivas, faltaría más. Procuro destruir siempre un poquito.

Todo esto ha desvariado en un gran miedo a toda idea que vaya contra mí. Suelo decir que las respeto (¡Ja! ¡Inocentes!) y la gente me admira por ello. Intento, no obstante, utilizar todos los medios a mi alcance para quitar de en medio todo aquello que me incomoda haciendo ver que es lo más justo.

Aunque imagino que es lo que tiene vivir en un agujero, el terror. Quizá se me pase con la edad, aunque visto lo visto, no sólo tengo pocas esperanzas, si no que me encanta hacer con las pocas que me quedan lo mismo que ya he dicho que hago con mis seres queridos y no tan queridos. Mearme periódicamente en su cara.

viernes, 10 de octubre de 2008

Alas cortadas

La imagen era desoladora. Aquél animal luchaba por seguir lo que su propia naturaleza le indicaba. Trataba de elevarse del suelo, tal y como lo habían hecho generaciones y generaciones de sus antepasados. Su emplumado cuerpo se ponía en posición milimétrica, su instinto lo empujaba a ello, pero no obtenía respuesta de sus extremidades laterales, pues éstas no existían ya. Daba vueltas, desesperada, tratando de escapar de allí, lejos. No era para menos. A su alrededor, sus compañeras genéticas se burlaban de él. Le menospreciaban constantemente por sus intentos, por sus ideas que veían en el vuelo la mejor forma y más natural de ser ellos mismos. Hacían corros, cuchicheaban cuando pasaba, triste y abatida tras un nuevo intento.

Muchos sucedáneos al vuelo habían aparecido ya, y todos olvidaban, y en cierto modo temían, aquella forma natural y primigenia de idiosincrasia, algo que de verdad les hacía únicos. Tenían formas elaboradas de conseguir alimento, para lo cual esclavizaban a otras especies. Los animales que se usaban eran los mismos, pero se les negaba la oportunidad de vivir en libertad. Nadie se quejó, eran conscientes de que, sin el vuelo, toda forma de conseguir sustento era complicada.

Se olvidaron de los nidos, ya que no alcanzaban las altas copas de los árboles. Comenzaron a construir elaborados complejos donde vivían, siempre con miedo, pues, aunque no lo supieran, aquélla no era la forma en que su instinto, ya muy mermado, les instaba a vivir. Así mismo, cambió la forma de desplazarse. No podían migrar ya, y necesitaban deslazarse. Diseñaron complicados artefactos, con el fin de poder desplazarse por tierra, mar y aire. Todos los objetos necesarios para tal fin salían de fábricas que, paulatinamente, iban tornando gris el cielo por el que sus antepasados se desplazaban, ajenos a la tragedia que se avecinaba.

Sus vidas se volvieron tan cómodas, que consideraron un regalo la desaparición de las alas. Incluso, cuando algún recién nacido poseía alas, estas eran inmediatamente cortadas, en pos de la seguridad. Todos aquellos individuos que poseían el ansia de volar eran menospreciados, ridiculizados a diario. Las mismas aves que, en el fondo de su alma, soñaban con poder hacerlo, se burlaban de las que eran lo suficientemente honestas como para formular el deseo en voz alta, sin importarles el ridículo.

La que en estos momentos, trataba de alzarse contra todo pronóstico, no consiguió su objetivo. Sola no consiguió nada. Se giró y embistió contra aquellas que se burlaban de ella. Ya no quería conseguir nada.

Sus compañeras se habían reído de su sueño. Su meta ahora era hacer más incómoda su realidad.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Banderas Negras

Al poco de entrar en contacto con este mundo, observé, con curiosidad, todo cuanto mis infantiles ojos podían ofrecerme. Un inmenso abanico de posibilidades se abrían ante mí, como un basto océano, dispuesto a ser devorado por una mente ansiosa de conocer. Descubrí la vida, la literatura, el amor, el deporte, la filosofía, el sexo, la risa, la muerte, la moral, la ciencia, el ocio, las matemáticas... Pero nunca llegué a entender del todo el significado de una palabra que estaba en boca de muchos, pero pocos empleaban en su vida. Aquella palabra era política.

En principio, por lo que pude deducir al principio, significaba algo así como la forma de establecer una sociedad, de cómo organizarla. De entrada, eso me descolocaba. ¿Cómo podía ser que ante algo de tanta importancia, hubiera tanta gente que se sintiera indiferente? Supuestamente era algo que a todos atañía, no había cabida para tamaña indiferencia. Era una palabra que me apasionaba, algo con lo que quería inmiscuirme, pero no sabía cómo.

Un día me propuse hacer una cosa. Compré una bandera que representara todas las prácticas políticas que conocía. Adquirí una que representaba la nación de mi país, una con una esvástica, una bandera con una oz y un martillo con un fondo rojo y una bandera que representaba un breve periodo republicano antes de una guerra civil. Las extendí, una por una, en mi casa, y las observé.

Era consciente de que cosas tan simples como una bandera reflejaban mucho. Una forma de vida, una forma de pensar. Algo que llevar dentro de ti, que te ayuda a desenvolverte en la vida. Un cristal para observar el mundo, sabiendo que cada persona tenía un cristal por completo distinto. Largo rato estuve mirando cada una de ellas, observando. Elegí una al azar.

Escogí la de la esvástica, por ser la que me parecía más curiosa. Me informé sobre su significado, lo que representaba. Tantos muertos y tanto sinsentido me espantaron. Mi cabeza no concebía que ningún ser humano fuera mejor que otro, o que tuviera preferencia nadie sobre nadie, ni mucho menos por su color de piel. Cambié de bandera, escogí, ahora, la de mi país. En principio no había allí nada que me inquietara o incomodara, hasta que me informé de la forma de gobierno. Consistía en una monarquía parlamentaria, donde ya había patente una gran desigualdad a la diferencia entre familia real y pueblo llano. Algunas noticias que leí sobre el tema acabaron por convencerme de este hecho y deseché aquél trapo.

Pasé, ahora, a la bandera de la república pasada. El sistema me pareció correcto, coherente. No había, en principio, nadie por encima de nadie. Cuando vi el deterioro que tuvo progresivamente así como que los problemas sociales no remitieron, lo descarté también, arrojando aquellas tres franjas de colores distintos al mismo sitio donde descansaban las otras desechadas. Alcé ahora la roja con la oz y el martillo, agarrándola con las manos. Partía de una buena base, como fui comprendiendo conforme leía, pero los horrores que había creado, así como lo crudo de su práctica, hizo que la arrojara.

Nada tenía yo, pues, a lo que aferrarme. Una tras otra, las prácticas políticas habían acabado por oscurecer mi alma. Bajé de mi casa a la calle, cegada por la tristeza. Compré unos botes de pintura, y subí a mi casa.

Al rato salí a la calle, con las banderas de nuevo en la mano, así como los botes. Fui buscando sitios en la ciudad, que ahora se encontraba de noche, para ir colgando las banderas. Había decidido que, ya que ellas habían oscurecido mi alma, iba a pagarles con la misma moneda.

Aquella mañana, las banderas que había adquirido, despertaron negras, colgadas en distintos puntos de la urbe. Y, lo que más llamó la atención, es que todas las banderas de la ciudad, amanecieron del mismo color.

Mi alma respiró tranquila, pues había conseguido trasladar su negrura a un trozo de tela que ya no significaba nada para ella. Y ahora, al margen de todas las mentiras, comencé a descubrir qué significaba la palabra política.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Perdón

Una gran roca sobrevoló el cielo, directo hacia aquella gran y elaborada estructura de piedra. Toda ella tembló, y algunos bloques salieron disparados. El monarca observaba todo aquello con una mueca en el rostro. Veía como sus murallas estaban siendo destruidas y su población masacrada. El único consuelo era que el pueblo rival estaba en una tesitura parecida. Y parecía que su ciudad, al igual que la del enemigo, iban a resistir, como siempre, un día más.

La aversión que sentía hacia aquél lugar era, como casi toda aversión, por completo irracional. Mientras aquél rey devorado, como toda su estirpe, por el odio, daba órdenes firmes a sus subordinados para que repararan las murallas, era por completo consciente de que tardarían exactamente lo mismo en reformar las suyas propias que su adversario. Así basaban su vida y su existencia. En una lucha contra un enemigo tan igual al suyo, que pensar en derrota o victoria era absurdo.

No obstante, todo el reino se contagiaba de aquella lucha, de aquella sed de sangre. Nombrar el otro reino era perseguido, mal visto y, en muchas ocasiones, castigado incluso con la muerte. Todo el pueblo sentía una devoción sangrienta contra el pueblo contiguo. No se conocía la paz, ni mucho menos la compasión.

Nadie recordaba con exactitud los orígenes de aquella guerra. Los antepasados de ambos monarcas fueron antaño grandes amigos, camaradas. Fue una disputa entre ellos lo que hizo que se enemistaran. La leyenda cuenta que una espada cayó sobre el césped cuando ambos se encontraban de caza. Ambos atribuyeron aquél insólito hecho únicamente a Dios, y comenzaron a discutir acerca de quién debería quedarse aquella arma. Según narraba el rey a sus nietos en los escasos momentos que pasaba junto a ellos, la leyenda cuenta que el monarca contrario engañó a su antepasado, arrebatándola la espada y huyendo.

Un soldado penetró corriendo el largo pasillo por donde paseaba el monarca, camino a reunirse con sus generales. Le comunicó que había encontrado una preocupante pintada en una de las calles principales de su ciudad. Se apresuró, junto con su séquito, para ver dicho mensaje, y lo que vio lo dejó sin palabras. En grandes letras rojas, podían leerse mensajes panfletarios, apoyando al pueblo vecino. El monarca enrojeció de ira y volvió corriendo a su castillo, dispuesto a reunirse con sus generales de mayor confianza.

La ira dominaba cada una de sus acciones. En un principio pensó en buscar al autor de aquella atrocidad, pero ante lo grande de la ciudad, desechó la idea. Declaró ante sus generales que iba a crear la gran ofensiva. El todo o nada. O volvía con la espada que le pertenecía por derecho en una mano y la cabeza de su némesis en la otra, o no volvería. Dispuso su numeroso ejército, y, al anochecer, partió hacia la batalla.

A mitad de camino, ocurrió algo que sorprendió sobremanera al rey, que lideraba a sus soldados. Se encontró frente al ejército adversario. El silencio fue mortal, y ni el viento se atrevió a turbar aquella tensión. Todas las miradas se volvieron sobre los dos soberanos, que sentados sobre sus monturas, se observaban desde la distancia. No se puede decir que uno de los dos diera el primer grito, pues la orden de atacar pareció que saliera de una misma voz, cuando ambos tenían el brazo en la misma posición.

Aquél gesto, algo tan simple, desencadenó una marea humana de cascos, armas, rabia, sangre y sinrazón. Seres humanos, de uno y otro bando, gritaban, bien de dolor o bien por un odio inercial. Los campos no tardaron en teñirse de rojo, a la vez que cada vez había más personas tumbadas que de pie. El rey observaba todo aquello, nervioso y contrariado. La tristeza de ver a su pueblo muriendo contrarrestaba con la alegría por el enemigo pisoteado.

Se había quedado solo, pues sus generales habían ido a ayudar a sus hombres. Una figura a caballo pasó veloz a su lado, arrebatándole la corona. Observó su cabeza, sin aquél aro dorado que siempre llevaba, y le siguió, con su montura. El misterioso jinete, envuelto en mantas negras, rodeó el campo de batalla, sin pasar por él, y avanzó en dirección contraria a la ciudad del rey.

Tras un rato cabalgando, el extraño soltó la corona y siguió su camino. Entonces, el soberano giró la cabeza, observando donde se encontraba. Y entonces lo vio. Era el monarca enemigo.

- ¡Me has tendido una trampa! -exclamó.

-No me engañarás. ¡Me has pillado desprevenido pero ahora acabaré contigo!

-Sois unos idiotas los dos -se giraron, y vieron a la figura envuelta en capas negras-. Pero no tenéis la culpa. La cosa parece que viene de familia.

-¿Quién demonios eres tú? ¡Seguro que esto es cosa tuya, maldito bastardo decrépito! -exclamó uno de los dos reyes.

- ¡Calla esa lengua o te la corto!

- ¡Basta! -la figura negra, cuyo rostro estaba tapado por una capa y un sombrero de ala ancha, se acercó al medio de ambos monarcas-. Me he cansado de esto. ¡Generaciones de gobernantes perdidos en una guerra absurda y ni siquiera nadie ha tenido la molestia de ver de dónde procede! ¿Alguno tiene la más remota idea? ¿Sabéis porqué estáis enviando a vuestro pueblo a morir día tras día?

- ¡Por la espada! -gritaron ambos al unísono.

- No existe tal espada. A ninguno de los reyes que han tenido esas malditas ciudades sin suerte se le ha ocurrido investigar. ¡La disputa procede por un maldito jamón!

- ¡Mientes! -exclamaron. El misterioso hombre sacó un libro de entre sus ropas.

- Cito, de las memorias de vuestro antepasado, cuya disputa ha generado este caos y esta parodia de honor -girándose hacia uno de los dos monarcas-. "El maldito bastardo de Julius no ha querido comer del jamón que le he regalado por su cumpleaños porque decía que estaba muy lleno tras el banquete. Es la peor afrenta que podía hacerme. Puede que estuviera realmente lleno por el banquete, pero podía haber hecho un esfuerzo. Hasta que no me presente mis disculpas no pienso volver a hablarle." -cerró el libro-. Ya ves, toda esta basura, toda esta guerra, todo el sufrimiento que habéis generado se remonta a un patético jamón. ¿No tenéis nada que decir?

El silencio se apoderó de aquél extraño trío, aunque de fondo seguía sonando el sonido de la muerte, la lucha, la espada contra la espada. Silencio que pronto fue interrumpido.

- ¡El retrasado de tu antepasado no quiso comer del jamón del mío!

- ¡El tuyo es un insolente!

Pronto comenzaron a discutir nuevamente, acercándose el uno al otro amenazándose con las espadas. El hombre les interrumpió.

- ¿Tienen hijos?

- No -contestaron ambos.

- Mejor - sacó de entre sus ropajes dos espadas y les rajó el cuello a los dos.

Aquél hombre nunca más fue visto entre aquellas ciudades. Las nuevas generaciones, poco a poco, olvidaron las rencillas. Sin embargo, durante un tiempo, las madres siempre les recordaban a sus hijos que el perdón no es símbolo de debilidad. Que, de haber sabido pedir disculpas en el momento oportuno, todavía tendrían un padre que no murió en una disputa absurda. Fue dicho popular entre aquellos lugares que, no se sabía si perdonar era divino o no. Pero era lo que les hacía mejores como humanos.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Túnel

No recuerdo muy bien cómo llegué aquí. Pero recuerdo como era mi vida antes de entrar en este túnel. El sol iluminaba cada uno de los rincones de mi alma, y no podía sentir yo más dicha que el observar todo lo que me rodeaba. Por aquél entonces todo aquello que me sucedía mientras avanzaba era acogido sin miedo, con optimismo, sabiendo yo que poco importaba lo bueno y lo malo mientras el camino lo realizara completo. Podía uno observar preciosos jardines, de un césped tan tullido y de un aspecto tan agradable que daba la sensación de tratarse del pelaje de un león. Árboles de una presencia como no recordaba haber visto, de los cuales colgaban de forma perfecta los frutos más jugosos que cabe imaginarse. Por aquél entonces creí que nada era capaz de turbar toda la felicidad que para mí representaba caminar.

Quizá ese fue mi principal error. Abracé de forma tan despreocupada lo hermoso que la bofetada de realidad que me sorprendió al otear aquél pozo negro me desconcertó. No estaba preparado. Se había creado en mí una dependencia horrorosa que no hizo sino sustituir mi risa por llanto. Al entrar tuve que decidir cómo lo afrontaba. Podía quemar el paisaje, podía desterrarlo al fondo de mi memoria y odiarlo por todo lo que me estaba pasando. Pero no quise despojar de mi mente, de mi alma, de mi ser recuerdos que eran lo único hermoso que me quedaba ya. Pensé que no era justo y seguí avanzando, creyendo que saldría pronto, que no podría ser muy profundo.

Quizá lo peor que tenga este lugar, este vacío húmedo y oscuro, es oír al resto de personas. Puedes comprobar que ahí fuera, sea donde sea, la gente puede disfrutar de algo que ya no tienes. Descubrir con horror que estás completamente solo. Respirar un aire cada vez más viciado y tener que ponerte buena cara para no desesperar. Decirte a ti mismo que todo va bien, que el dolor pasará pronto. Mentirte.

Me encuentro encerrado en una situación conflictiva. Combato conmigo mismo a cada instante. No concibo una vida entera sepultado en el túnel, dar la vuelta es imposible y pararse significa no existir. Lo único a lo que puedo aferrarme es a una esperanza que cada día que pasa se aleja de mí, quizá buscando a personas que acaben de llegar a una situación parecida a la mía. Lo poco que me queda es seguir avanzando entre toda esta nada, tratar de ignorar las risas y digerir esta amarga sensación que me oprime el estómago. La sensación de que no siempre hacer lo que uno cree honesto reporta algo positivo.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Contestación al paseo (No escrito por mí)

Malestar general. Acusado dolor de cuello. Un viaje agotador, esperanzador, anhelado, pero molesto.

Abro la puerta. Encamino mis pasos hacia el habitáculo morador de historias, conversaciones, música y peculiaridades extravagantes.
Enciendo el ordenador. Gran cantidad de energía y sonidos, ya olvidados por la larga estancia en las tierras solitarias y sosegadas, consiguen hacer que mi imaginación dance, corra, vislumbre, esboce, anhele….
Anhele una historia. Un texto. Peculiar quizás, sorprendente, melancólico, único…Quien sabe.

Pronto todo queda al descubierto. Desvelado ante la expectante mirada de una joven ilusionada.

Leo, recuerdo, imagino, reconstruyo. Y atónica ante tan bellas palabras dedicadas, vuelvo a leer, recordar, imaginar y reconstruir aquella tarde; peculiar y especial que viví contigo.

Rápida, con ilusión y ganas de diversión. Me encaminé hacia la salida o entrada, según se mire, de formas fantasiosas e imaginativas.
Busque y busque hasta que una visión general de ti fue lo que mis ojos observaron. Me detuve.
Continué observando y vi como de entre el gentío, una cabellera más corta que la recordada se abrió paso entre la multitud. Ojos vivarachos y expectantes tras esas lentes. Una sonrisa. Un camino por recorrer. Horas que disfrutar de tu compañía.
Tú. Yo. Libros. Creadores, comentaristas y críticos de sueños. Edificios de una peseta. Hombres obsesionados. Bicicletas. Risas. Un baile improvisado. Ambiente de amistad, alegría y desbordante afecto y cariño.

Pero como en todo momento especial siempre hacen presencia las tijeras concluyentes.
Se aproxima el final…Un fuerte abrazo. Una mirada. Dos besos.
Dos amigos un encuentro y un final. Caminos opuestos. Distancias. Calor, agua y nada más.

Fue real. Fue de verdad. ¿Perfección? Quizás sí, quizás no. No lo sé. Pero como tu bien has dicho fue nuestro encuentro, nuestro momento. Y he de reconocer que en ese instante ya pasado, no concibo mayor perfección que el poder haber estado a tu lado.

sábado, 30 de agosto de 2008

Justicia Poética

Ser poeta era, junto con mi familia, las cosas que más feliz me hacían en la vida. Dedicaba todo mi tiempo a mis dos pasiones, que me permitían sobrevivir y disfrutar. Juntar palabras, encajar rimas y expresar mis sentimientos hacían posible que mis seres queridos vivieran bien, lo cual les hacía felices. Nada me producía más dicha que ver a mi familia sonreír, y eso me inspiraba para escribir más. Era una simbiosis genialmente sincronizada. Todo encajaba a la perfección, como un mecanismo ideado por el mismísimo Dios únicamente para mí.

Un día decidí que ya era hora de juntar los dos elementos más importantes para mí, y me puse a elaborar unos versos que transmitieran todo lo que le debía a mi mujer, mi hijo y mi niñita pequeña. Pensé en por quién empezar. Las caras de los tres paseaban por mi mente, y no sabía yo a quién darle prioridad. Decidí empezar por orden temporal, comenzando por mi esposa. Destaqué su sonrisa, su paciencia con los niños, su perseverancia, y el amor que yo sentía por ella. Releí lo que había compuesto y no me convenció. Lo arrojé al suelo, arrugando el folio. No solía ocurrirme el tener que volver a empezar, pero consideré que bien merecía la pena el esfuerzo.

No obstante, pasó el día sin que yo hubiera podido escribir algo que me agradase. Mi familia era demasiado perfecta, merecían más. Estuve toda la noche en vela, pensando estructuras, rimas, características. Mi compañera se despertó, alertada por mis suspiros y mis constantes cambios de posición en la cama. Me sonrió y me abrazó. Al poco rato estaba profundamente dormida, mientras yo proseguía con mi cabeza apoyada en su pecho.

- ¿Porqué eres tan perfecta? -susurré, consciente de que sólo yo hacía oídos a mis lamentos.

A la mañana siguiente recobré mis esfuerzos, algo más animado. La primera parte me convenció más, aunque resultaba mucho más desgarrador, como si lo que sentía hacia mi mujer fuera algo más pasional y destructivo. Sin embargo, me cautivaron sus formas. Mostraba mi relación como algo totalmente dependiente y brutal. La parte dedicada a mi hijo, no obstante, no me agradó en lo más mínimo. Seguía sin encajar, quería algo más bonito.

Aquella tarde estuve con él, jugando a la pelota, como solíamos hacer muchas tardes. Me tocaba tirar a mí, y él, a sus diez años, estaba defendiendo la pequeña portería que compramos cuando cumplió ocho. Sin querer, pensé en el poema, y el disparo fue más fuerte de lo esperado, impactando con fuerza en su cara. Cayó de espaldas, y se incorporó lentamente, con la cara roja y llorando. Corrí hacia él para ver en qué estado se encontraba, pero huyó de mí y avanzó con rapidez hacia su cuarto, donde se encerró. De nada sirvieron mis súplicas para que abriera ni el hecho de que ahora fuera yo el que llorara. Me di cuenta de cuanto necesitaba de su perdón y su amor.

Me dirigí hacia mi estudió, donde ahora era yo el que estaba encerrado. Saqué una botella de coñac, del que empecé a hacer buena cuenta con avidez, mientras mis lágrimas recorrían el camino dictado por la gravedad, hasta los papeles dispersos de mi escritorio. Poco a poco el alcohol hizo efecto en mí, y perdí la noción del tiempo y del espacio. Vislumbré, todavía no alcanzo a comprender cómo, el poema que con tanto esfuerzo estaba dedicándole a los míos. Releí la demoledora parte dedicada a mi esposa, y los tachones pertenecientes a mi hijo. Reescribí con furia y pasión ahora, siendo mis palabras voraces expresiones de un amor despechado, traicionado por él. Mis lágrimas borraban del folio una tinta que no lograba separarse de mi alma. Al final, agotado, caí dormido.

Al día siguiente mi cabeza me dolía como no recordaba en años. Observé el torrente de sentimientos que desprendía el poema de ahora, que más parecía una obra pictórica que unos versos dedicados con cariño a la gente que más amaba. Pronto el malestar producido por el alcohol se juntó con el sentimental, y salí de la habitación, abatido. Los sollozos de mi mujer se oían desde el salón, y en aquél momento me parecieron patéticos. Descendí las escaleras despacio, algo mareado. Mi hija pequeña me miraba algo confusa, probablemente debido a mi descuidado aspecto. Le sonreí como buenamente pude, y le acaricié con cariño la cabeza.

Mi hijo estaba desayunando, y al verme corrió hacia mí, abrazándome y pidiéndome perdón. Le aparté de mí de un empellón y me dirigí a por mi desayuno, que devoré ávidamente, antes de volver a subir arriba. Escuché que los sollozos de mi mujer ahora tenían compañía. Me encerré en mi estudio, dispuesto a terminar aquél poema maldito. Ahora tocaba mi hija pequeña. Recordé sus ojos asustados al verme bajar por las escaleras, el miedo que sintió cuando le acaricié su preciosa cabecita e involuntariamente fue eso todo lo que pude plasmar de forma decente. Releí el poema y no pude más que echarme a llorar.

Los días me transformaron en la persona más vil y cruel que cabe imaginar. Pegaba a mis seres queridos mezcla de frustración y dolor, y ellos dejaron de transmitirme inspiración. Poco a poco descubrí que en aquellas circunstancias lo único que podía transmitir era dolor, miedo, angustia y sufrimiento. Poco a poco los retoques que hacía a mi composición lo tornaba paulatinamente más macabro, más oscuro. La felicidad iba desapareciendo, dejando paso a la nada más absoluta y rotunda.

El día que por fin di por terminado mi poema, ocurrió lo que ya estaba decidido. Mi mujer entró con un hacha y me traspasó la cabeza. Ella leyó por primera vez lo que había compuesto mucho tiempo atrás pensando en ellos, y viendo que carecía de título, decidió concluir mi obra. Empapando mi pluma en la sangre que descendía por mi partido cráneo, escribió al principio unas palabras que habían puesto fin a toda aquella perfecta simbiosis. Unas palabras que dieron cuenta de que Dios se había olvidado de esta feliz familia.

En la parte superior del folio podía leerse en grandes letras rojas: "Justicia poética".

martes, 19 de agosto de 2008

Paseo

Un sol de justicia. Un lugar lejano. La última parada. Una estrambótica entrada. Las puertas soportan mareas de gente mientras cae agua cuando no debería caer. Una espera. Las personas entran y salen, cada cual con su impresión distinta. Cada cual con su característica que los hacía comunes : eran diferentes.

Y entre todos aquellos rostros anónimos, se vislumbró tu sonrisa. Un abrazo. Dos besos. Tú. Yo. La entrada se aleja. No dejábamos de ser como los demás, éramos diferentes. Éramos nosotros.

Un río. Unos árboles. Una gorra. Un bolígrafo. Un tape gracioso. Un cruce. Una gasolinera. Una fuente. Una escultura roja. Un puente. El Pilar. La calle Alfonso. Independencia. Librería central. Libros. Los cañones. Gran Vía. Fnac. Libros. Siempre te ha gustado mucho la lectura, como a mí. Una amena conversación sobre lo último que hemos leído arranca los últimos minutos que nos quedan y regresamos.

De nuevo el sol, la entrada y tú. Posponemos el adiós, nos dirigimos al césped y nos tiramos, agotados. Hablamos, reímos. Unas pulseras. Pompas de jabón.

Finalmente llega el momento de separarnos. Un abrazo largo. Una mirada. Dos besos. Todo se parece al principio. Ella regresa a la entrada y yo vuelvo, en sentido opuesto. Todo o nada relaja mis orejas, mientras hago el mismo camino que he recorrido contigo a lo largo de la tarde.

Los mismos elementos de la ida toman un cariz de despedida, tornándose el paisaje más solemne del que lo recordaba cuando no tenía más preocupación que disfrutar de tu compañía.

Quizá estos elementos no fueran perfectos. Puede que la tarde y lo que hicimos no fuese perfecto. Pero fue mío. Fue tuyo. Fue nuestro.

jueves, 14 de agosto de 2008

Paisaje

La belleza de aquél paisaje me sobrecogió. No paré de hacerle fotos una y otra vez. Lo bueno de unas vacaciones solo es que no tenía porqué esperar a nadie. Me tomé mi tiempo para captar cada uno de los árboles. Cada resquicio de las nevadas montañas que tenía ante mi fue atrapado en mi cámara. El sol, que poco a poco se escondía entre los elevados picos, competía en luminosidad con el río que pasaba por debajo, que discurría ignorando la belleza que me causaba. El sonido del viento mezclado con el tranquilo transcurso del río creaban una paz que no podía ser ignorada. Los pájaros volaban, ajenos a toda preocupación humana. Tanta admiración fue pronto competidora de mi cansancio, y a las pocas horas decidí regresar. Durante todo el viaje de vuelta estuve pensando en aquél paisaje. Tan hermoso, tan natural, tan puro. Todas las cualidades que buscaba, aunque no sabía para qué.

No pude conciliar el sueño hasta que no revelé las fotografías. Grande fue mi decepción cuando observé que nada tenía que ver. Todo me resultaba artificial comparado con el original. Nada podía compararse. Caí en una profunda depresión al ver que todo mi amor por aquél lugar no podría yo disfrutarlo. Mi deseo era tan simple, y, sin embargo, tan inalcanzable, que la impotencia pronto se apoderó de mí.

Pasaba las noches despierto, absorto. Por mi mente pasaban una y otra vez las imágenes de aquél lugar, cada vez con menos detalle. Me desesperaba ante lo que me ocurría, consciente de que perdía minuto a minuto partes de aquél paisaje idílico.

Fue en una de esas noches cuando se me ocurrió la idea de escribirlo. Puede que esa fuera una forma de no perder los detalles y poder rememorarlo siempre que lo leyera.

Comencé con ello nada más salió el sol, y me tuvo ocupado todo el día. Nada me convencía. Hoja tras hoja era arrugada y arrojada a la papelera. Pronto no cabían más hojas en la papelera, y el suelo se convirtió en una alfombra de papel. La impotencia hizo de nuevo acto de presencia, y arrojé con rabia el bolígrafo a la pared, seguido de todos los papeles que quedaban en la mesa, así como la lámpara y el monitor del ordenador. Empecé a patear todas y cada unas de las cosas del suelo, incapaz de hacer nada.

En mi desesperación encontré una realidad. La triste realidad de que ningún lenguaje humano sería nunca capaz de expresar con fiabilidad la belleza del paisaje. Lloré durante largo rato, siendo devorado por la nostalgia, la tristeza y el miedo.

Decidí que si nada me proporcionaba algo parecido a aquél paisaje, tendría que ir allí para verlo una vez más. Todo el viaje estuve pensando en el paisaje, que cada vez era más difuminado. Bajé corriendo del autobús, dejando allí mis maletas, y fui en pos de aquél paisaje que tanto ansiaba ver.

Llegué al lugar, que ya nada tenía que ver con lo que fue. Las montañas estaban tapadas por altos edificios, el río distaba de ser cristalino como antaño fue, a causa de la polución, y los pájaros no se distinguían entre la montaña de humo que provocaba aquél complejo.

Me arrodillé, contrariado. En aquél momento me importaba poco la naturaleza. Fue el hecho de que hubieran arrancado una de las pocas partes hermosas de mi ser el que me llevó a llorar, abatido. El hecho de que nunca podría volver a disfrutar algo que me hacía feliz, y que trataba por todos los medios de no olvidar. Pero ahora, cada vez las imágenes se difuminan más, las fotografías me duelen y escribir ya no sirve de nada.

domingo, 10 de agosto de 2008

La guitarra

Un pesado silencio recorría el local de ensayo. Los integrantes del grupo se miraban unos a otros, esperando. Más de uno apuraba uno de tantos cigarros, y otros daban vueltas, nerviosos. No era para menos. Una discográfica se había fijado en ellos y podían dar el salto de sus vidas. Y lo iban a rechazar. Iba contra todo aquello que creían. Uno de los del grupo había ido a hablar con la discográfica y a dejarles las cosas claras. Él, como el resto, era de origen humilde y tocaba la guitarra. Su guitarra. Había trabajado siendo niño duramente hasta conseguir recaudar lo suficiente para poder comprarla. Nunca se separaba de ella. Ninguna de las personas que lo conocía podía imaginárselo sin su guitarra. Cierto que no era muy buena ni muy cara, pero era la suya.

Se oyeron pasos, y la puerta del local se abrió. Era él. Estaba visiblemente excitado, y una sonrisa le cruzaba la cara.

- ¡Ha sido genial! -todos se acercaron a él-. Entré allí y le dije lo que le teníamos que decir a aquél tipo -todos sonrieron, pero no había terminado la frase todavía- cuando él comenzó a decirme que sabía perfectamente a qué me refería. Me dijo que él era como yo, una persona con ideales, pero que los tiempos cambiaban, y que ahora era el momento de intentar destruir al enemigo desde dentro. También dijo que estaba impresionado con nuestro trabajo. Ha dicho que podemos dar con fuerza -todos se empezaron a mirar, extrañados-. Sólo tenemos que cambiar un poco las letras. Ah, y otra cosa -se giró hacia el batería-, dijo también que no encajas con la estética general del grupo. Tendrás que irte.

- ¡No me jodas! -exclamó el batería-. Si te crees que te vamos a hacer caso estás chiflado. ¿Verdad chicos?

- Mira... -el bajista comenzó a hablar, tras mirarse entre todos-, creo que tiene razón. Es nuestra oportunidad de que el mensaje llegue a todo el mundo. Lo entiendes, ¿No?

- ¡Qué c o ñ o voy a entender! ¿Qué ha pasado con todo lo que creemos? ¿Qué clase de compromiso político esperas de alguien que necesita que estemos en una multi para conocernos? Formáis parte de todo lo que un día odiásteis -comenzó a avanzar hacia la puerta. Se giró y se fijó en el guitarrista-. ¿Y tú guitarra?

- ¿Qué guitarra? -contestó, con aire distraído.

martes, 5 de agosto de 2008

Negro

- ¿Qué hemos hecho mal, amigo? -pregunto, con aire soñador. Pregunto a la noche. Pregunto a la oscuridad. Pregunto a las farolas, a los coches, pregunto al alféizar. Pero sobre todo se lo pregunto a mi emplumado compañero. Acaricio la cabeza del cuervo que está apoyado en el marco de mi ventana. Un cuervo confiado. Una cualidad que suele reportar dolor, pero que ahora le reporta una caricia. Quizá sepa que no pretendo hacerle daño. O quizá se haya cansado de huir-. El ser humano siempre ha buscado motivos para temer, ¿Sabes? Al principio a la naturaleza, a la que adoraban para que les ayudara. Aunque su adoración se basaba en el temor. Realizaban ritos para fomentar la buena cosecha, creaban estatuillas de mujeres para aumentar la fertilidad. Más tarde vino el miedo a la muerte, a la que se adoraba, una vez más, con grabados en pirámides, donde se llevaba uno su equipaje para una nueva vida en el más allá. Luego vinieron las supersticiones. Incluso tú, querida compañía, hubieras sido perseguida. O, por lo menos, temido. Mucha gente se ha aprovechado de esta ansia de temer del ser humano. Somos una especie crédula y deseosa de pasar miedo. Necesitamos odiar, y el odio aumenta siempre con el miedo. Pero cada vez va a más -se oyen unos golpes sonoros en la puerta, que yo ignoro-. Me deprimo pensando en lo que está derivando el ansia de temer del ser humano. ¿Sabes amigo? -la puerta cae abajo con un sonoro golpe, y una multitud enfurecida entra en la estancia negra, a juego con mi color de piel-, ha llegado un punto -una turba de gente con antorchas, cadenas y navajas avanza hacia mí-, en el que lo que teme el ser humano, lo que más miedo le da - la persona más cercana a mí, lanza su cadena hacia mi cara- es el ser humano mismo.

Mi cabeza cayó contra el suelo, salpicando sangre.

Cualquiera que hubiera visto aquella ventana desde la calle, habría podido ver como comenzaba a salir humo por la ventana. Y un mejor observador, habría visto que otra figura, más oscura y alada, se adentraba en la inmensidad de la noche.

martes, 22 de julio de 2008

Chulu

Cada instante de mi vida
Habría merecido la pena.
Un beso, una carta, una
Lágrima perdida en el fondo de una sonrisa.
Una sonrisa ya muerta.

viernes, 18 de julio de 2008

Salto

La fría madera del asiento que ocupo dentro de la sala del juzgado número 3 me despierta. Alzo la vista, y veo como el juez habla, probablemente refiriéndose a mí. Ni en su rostro ni en el mío se refleja el más mínimo atisbo de humanidad. Ya no recuerdo qué es eso. No desde aquello. Mi mente divaga entre oscuros recuerdos mientras la persona con toga que continúa hablando delante mío menciona varias veces la palabra justicia. No puedo más que sonreír mientras sigo recordando.

Recuerdo cómo mi matrimonio fue siempre un fracaso. Sus ansias de posesión me agobiaban, pero callaba. No me dejaba salir de casa, sus desprecios eran constantes. Lo único que podía hacer con libertad era llorar, agazapada, mientras él trabajaba o estaba en el bar, bebiendo. Comenzaron las agresiones. Mi vida se transformó en una esfera de soledad y tristeza de la que no podía salir.

Una noche volvió, en un estado de embriaguez mayor de lo que acostumbraba. Me insultó, me culpó de todo lo malo que había en su vida. Me amenazó con un cuchillo y, más tarde, me tiró al suelo, mientras me arrancaba la ropa a tiras. A partir de ahí, sólo fui consciente del dolor.

Recuerdo despertar en el suelo de la cocina, rodeada por algunas manchas de sangre esparcidas por el suelo. Sus ronquidos se oían desde el sofá del salón. Y me cansé. Empuñé el cuchillo que descansaba sobre la mesa de la cocina y me acerqué a su cuerpo. Le rajé la tripa, le descompuse la cara. Me ensañé con él hasta que no quedó más que una masa sanguinolenta irreconocible. Me senté en el sofá y no tardó en llegar la policía, alertada por algún vecino a causa de los gritos que había producido él.

Y ahora, por primera vez en mucho tiempo, me encuentro en paz. El juez sigue creyéndose mejor que yo, empuñando palabras como justicia o moral. Me lo imagino siendo violado repetidas veces, y no me imagino que pudiera realizar una acción mejor que la mía. Me imagino a toda la sala en la misma situación que yo, y no veo una salida mejor.

No oigo el número de años que he de pasar en la cárcel, y no soy consciente de mi traspaso allí. Veo pasar mis días en una celda. Mientras me sorprendo de la cantidad de mal que puede hacer una persona, incluso después de muerta, paso mi sábana por encima de un madero situado por mí a tal efecto. Ato un nudo corredizo alrededor de mi cuello, tras subir a una silla. Le sonrío a la muerte y salto.

lunes, 23 de junio de 2008

El Vuelo

Apenas dispongo de espacio para estirarme cuando me despierto, mareada. Mi jaula es increíblemente pequeña. Me oprime, me ahoga. No soy capaz de ver nada más allá de los barrotes que me mantienen encerrada. Mi mundo se ha reducido a una ridícula porción de espacio donde apenas puedo moverme. Me lamento, impotente. No soy capaz de pensar con claridad, y siento como si todo el mundo hubiera dejado de existir, para comprimirme en una vorágine de soledad.

Mi jaula se mueve de forma aleatoria pero, inexplicablemente, no caigo. Con esfuerzo consigo ponerme de pie. El silencio es interrumpido en ocasiones por voces que piden auxilio. Estoy aterrada. No tengo nada a lo que aferrarme más que a mi propio terror y a la incertidumbre. Una voz a mi lado me habla. Me transmite un miedo que yo ya siento y una impotencia que ya sufro. Es como si aquella oscuridad, aquél sufrimiento se hubiera creado solamente para esa voz y para mí.

De repente el movimiento cesa, y oigo el sonido de metal al golpear contra el suelo. Afuera se oyen voces de otra especie, gritos y forcejeos. La voz sigue junto a mí, padeciendo conmigo. Una luz como no recordaba haber visto jamás aparece a mi derecha. Se oyen nuevos gritos, pero yo no puedo apartar la vista de aquél que ha estado sufriendo a mi lado. No es un palomo especialmente destacado. Su plumaje blanco, como el mío, contrasta con el color negro que poblaba parte de su cabeza. Su pico sigue hablándome, y sus patas se aferran a la diminuta prisión metálica que, al igual que a mí, nos mantiene encerrados.

Entran tres animales, todos de la misma especie. Andan sobre dos patas, aunque carecen de alas. Sus colores cambian increíblemente de unos a otros, de colores chillones a otros más apagados. Todos llevan, no obstante, lo que supongo que es característico de la especie, que es un espeso pelaje negro que sólo deja ver los ojos.

Unos ojos que quedan horrorizados al ver la escena de jaulas en el suelo y la gran cantidad de aves muertas que no han sobrevivido al vacío oscuro escanean la estancia. Comienzan a abrir las jaulas, y veo como mis compañeros de reclusión son liberados. Me giro, inquieta, observando a mi nuevo amigo. Pronto todo lo que hemos compartido pasará a ser un amargo recuerdo. Amargo... y hermoso al mismo tiempo.

Abren primero la jaula de él, y veo como despliega las alas. Me mira. Nuestros ojos se hablan, sin necesidad de unas cuerdas vocales de las que carecemos. Sale volando, mientras mi jaula es abierta. Salgo precipitadamente tras él, desplegando mis alas. Nos cruzamos en el aire y nuestras miradas se cruzan una vez más, pero sin transmitir nada más que la felicidad eufórica de la liberación reciente. La libertad se huele en el horizonte, pero nuestros horizontes son distintos. Nuestros ojos de hablan una última vez, antes de marchar.

Y sigo en el aire. Por encima de toda aspiración humana. Por encima de productividades, del humo, del dinero, del terrorismo, de la tristeza, del estrés, de la rabia, de la ira... El sol está por encima de mí, mientras sobrevuelo un planeta muerto.

viernes, 6 de junio de 2008

La pregunta

Tarde. Siempre tarde. Otra vez las prisas. Entro corriendo al garaje, como todas las mañanas, y enciendo el coche. Respiro un momento, antes de arrancarlo.

Recorro el faraónico garaje, con sueño y ajustándome la corbata. Pulso el botón electrónico, que abre las compuertas que me llevan a la jungla de asfalto. Alzo la vista, mirando al cielo. Lluvia. Odio la lluvia.

Mi coche se incorpora, como siempre, a la marea metálica que fluye a trompicones por los cauces de cemento. Mi cara denota apatía y odio. Y veo que todas expresan lo mismo. Tampoco le presto mucha atención. A fin de cuentas, todos los días veo réplicas de hoy.

Tras quince minutos, consigo encontrar un aparcamiento. Salgo corriendo, mientras agarro la cartera con una mano, y guardo las llaves con la boca, mientras me pongo la chaqueta a la carrera.

Al girar una esquina, algo choca contra mí. La cartera cae al suelo, abriéndose. Decenas de papeles se pegan al asfalto mojado, derritiéndose. Observo aquél caos de impresos, informes y cuentas mezclados en el suelo húmedo. Quizá sería el trabajo de una semana, destrozado.

Alzo la vista hacia el causante de todo aquello. No sería mucho mayor que yo, quizá hasta de mi misma edad. Parece abstraído, mirando hacia el infinito. Lleva una corbata de color rojo, y su camisa, de tono rosa suave, está algo arrugada. Su elegante chaqueta, sujeta con una mano, está en contacto con el suelo, pero el estropicio que está causando el agua en su prenda no parece afectarle lo más mínimo. En ese momento parece darse cuenta de que existo.

Me mira, como sorprendido de no ser el único ser humano en la calle. En ese momento parece sonreír. Yo me agacho a intentar salvar lo que pueda. Desvió la mirada hacia él, como esperando de su ayuda. Su sonrisa se amplía, y cogiéndome la mano, acerca sus labios a mis orejas.

- ¿Por qué? -me susurra.

Mi estado de shock es total. No consigo decir nada. La otra persona me acaricia la barbilla, y estampa un beso en mi frente, antes de alejarse, silbando alegremente. Recobro la compostura pasado un rato, y mi chaqueta se encuentra ya completamente empapada. Recojo como puedo los papeles, aunque acabo por arrugarlos y tirarlos, dándolos por perdidos.

Terriblemente ensimismado, entro en mi oficina. Como muchas mañanas, mi jefe me está esperando en mi despacho.

-¡Oh! Mirad quién nos honra con su presencia. ¡Media hora tarde! ¡Media hora! ¿Se cree que aquí venimos de merendola? ¡Venimos a trabajar! - se le ve altamente alterado. Se levanta de mi silla, mientras se pasea, mirándome con un odio que es recíproco-. Bueno, a ver, el informe de los pedidos de marzo.

-Me los han tirado y... –al recordar el suceso, me quedo pensando en aquél extraño que me había formulado la tremenda pregunta.

-¿Qué que? ¡Ahora mismo los vuelve a hacer y no se va de aquí hasta que no los haga y...! –parece realmente enojado, pero soy incapaz de oír nada más allá que a ese hombre y a su breve intervención.

-¿Por qué? –mascullo, para mí.

-¿Cómo? ¿Y además con cachondeo? ¡A la p.uta calle! ¡Queda despedido! ¡Largo!

Me cuesta reaccionar ante aquello. Me levanto, ignorando por completo los gritos que aquél gorila sudoroso me lanza. Salgo, contrariado. La lluvia me recibe, despejándome.

No sé qué hacer, y decido volver dando un paseo. Ya volveré a por mi coche mañana. Voy caminando, y procuro no pensar en nada. Continúo abstraído, y eso me ayuda para no reflexionar sobre los caóticos sucesos acaecidos hoy, aunque me encuentro levemente abatido. Aunque se debe más a la incomprensión por parte de mi jefe que por desazón por la pérdida de mi empleo.

Llego a una calle concurrida, y cruza por mi lado una pareja de hombres cogidos de la mano. Al pasar, una pareja de personas de edad avanzada, cuchichean, alarmados, por lo degenerado de la acción. Me detengo, mirándolos durante unos instantes. Al rato, se dan cuenta de que los estoy mirando. Se giran, dispuestos a sermonearme. Pero yo soy más rápido.

-¿Por qué? –inquiero, en voz baja.

-¡Maldito desviado! ¡Lárgate!

Me alejo del lugar, soportando insultos y gritos por parte de aquella pareja.

Mi abatimiento va en aumento, y llego a un lugar donde un corrillo de gente estaba, muy emocionada, comentando un hurto ocurrido recientemente.

-Como lo oyes, un chiquillo, tratando de robar en un supermercado. Maldito liante. Desde luego, sin mano dura, es imposible educar. Mientras se lo llevaban aún intentaba justificarse. Y no lo entiendo, ya que un acto así nunca tiene justificación.

-¿Por qué? –pregunto, un poco más alto.

Todo el corrillo se gira hacia mí, y comienzan a despotricar contra mí, así que decido salir de allí, una vez más.

Recorro la ciudad, esta vez sin destino. Sucesos como estos me van ocurriendo en cada esquina. Pintadas, patinadores, mascotas, autoridad... cualquier pretexto es bueno para realizar mi pregunta. Y siempre salgo abucheado.

Llego a conclusiones funestas, y mi abatimiento golpea mi pecho, haciendo que camine encorvado, para tratar de que éste no me arranque el corazón de golpe. Me siento en un banco y lloro, tapándome la cara con las manos.

Decido volver a casa, ya he tenido bastante por hoy. Me levanto, y algo golpea contra mí, pero apenas me doy cuenta. Me encuentro realmente abstraído, y me quedo observando el suelo, sin ver nada en realidad. Oigo el sonido de folios, y vuelvo en mí.

Al bajar la vista, veo a una persona. No sería mucho más joven que yo, quizá de mi misma edad. Tenía una corbata, y trataba, desesperado, de recoger unos folios mojados. Sonreí, y el me miró con una ira que me era familiar. Esperaba mi ayuda. Me encontraba por encima que él, y mi chaqueta se estaba estropeando a causa de la humedad, pero apenas le daba importancia.

Me agaché, te cogí la mano y acerqué mis labios a tus oídos.

-¿Por qué? –te pregunté.

Y me alejé, silbando, poblando tu cabeza de pensamientos que, tarde o temprano, eclosionarán.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Encerrada

Vaya si dolía la cabeza. Dolía más de lo que te había dolido nunca. Te despertaste, pero no sabías donde estabas. El aire que respirabas estaba completamente viciado. Esa sensación de pesadez en el estómago... Te apoyaste con las manos en el suelo,te alzaste ligeramente. levantaste la cara y vomitaste. Como siempre que lo hacías, observaste como todo a tu alrededor se movía compulsivamente. De tu boca salieron palabras hermosas, cuyas letras bailaban al entrar en contacto con el aire, disfrutando de su recién conseguida libertad. Libertad, amor, solidaridad... todas ellas formaban una atractiva coreografía alrededor tuyo, sonriéndote. El dolor era ya insoportable, y te cogiste la cabeza con las manos.

Las palabras, asustadas por lo brusco del movimiento, se refugiaron en el suelo, desvaneciéndose al entrar en contacto con él. Te levantaste, y observaste el lugar donde te encontrabas. Las paredes, llenas de surcos, eran del color gris rosáceo al que estabas acostumbrado. Estabas ahora tumbado en una cama, sobre la cual las palabras vomitadas habían bailado para ti. Al fondo, una puerta, y a tu izquierda, un espejo. Esa era toda la decoración que adornaba aquella austera sala. No recordabas muy bien cómo habías llegado allí. Recordabas haber quedado con tus amigos para salir por ahí, como todos los días. Quizá bebiste de más...

Te levantas a tientas de la cama, y avanzas hacia el espejo. Observas tu hermoso rostro, ahora apoderado por las ojeras. La sonrisa que siempre poblaba tu cara está ahora transformada en una extraña mueca. Las elegantes ropas con las que siempre envolvías tu cuerpo, ahora son sogas, que aprietan y te limitan. Eres ahora consciente del gran trabajo que te cuesta respirar. La pesadez del cuarto se hace insufrible.

Te acercas a la puerta. Agarras el pomo e intentas, inútilmente, girarlo. Comienzas a empujar, pero la puerta no cede. Golpeas, escupes, meas, gritas, lloras... Pero la puerta permanece, impasible. Recuerdas lo crucial de tu trabajo, sabes que no puedes quedarte encerrado, mientras todo sigue su curso. Eres consciente de que, del mismo modo que una obra no puede funcionar sin un obrero, un cerebro no puede funcionar sin Conciencia.

Al otro lado, los golpes se hacían patentes, pero todos los ignoraban. Apostados a ambos lados de la puerta, se encontraban los tres amigos de Conciencia : Televisión, Comodidad y Aburguesamiento. Todos reían, conscientes de lo exitoso de su operación. Había costado mucho, casi 30 años, llevarla a buen puerto. La primera, había ido minando la moral natural de Conciencia, cambiando su percepción de lo bueno y lo malo. La segunda, recordándole lo fácil que era seguir a la primera, y llevar una vida buena y feliz. Y la tercera, era la que había pagado la enorme cantidad de copas que habían hecho falta para hacerle perder el sentido.

Así pues, aquél ser humano vivió el resto de su vida con una conciencia encerrada, cuyo papel cumplían los tres amigos que le traicionaron. Y nadie se dio cuenta, pues, en mayor o menor medida, todos tenemos una conciencia encerrada en alguna parte de nuestro cerebro, que no volverá a salir y a la que nadie echa de menos.

miércoles, 21 de mayo de 2008

El Jardín

Decir que aquél jardín era hermoso, sería quedarse corto. Intentar definir la perfección siempre ha sido algo complejo e infructuoso. Todos los que pisaban aquél lugar, volvían transformados. Unos más felices, otros más tristes. Más maniáticos, más ancianos. O igual de jóvenes. Pero nunca iguales. Más decepcionados o más nostálgicos. Pero nunca dejaba indiferente. Era un jardín lleno de posibilidades, por donde todo el mundo pasaba. Quizá más o menos, pero siempre se visitaba. El sol siempre brillaba en la medida en que brillaban los corazones de las personas que lo observaban. Los árboles siempre mostraban su cara más amable, y las flores formaban una gran alfombra de vivos colores sobre el mullido césped. La fauna se mostraba alegre. Desde pequeños mamíferos, hasta insectos, pasando por algún anfibio que residía en una charca que se encontraba en el lugar.

Y pasó lo que jamás debería de haber pasado. Un día, uno de los árboles amaneció con una hoja negra. El revuelo fue generalizado. Algunos se mostraban escépticos, pensando que no sería nada. Otros echaron las culpas a algunas personas, aunque por nada en concreto. Algunos lo ignoraron. Unos propusieron que quizá fuera problema del árbol, y que sería mejor quitarlo. La gente, al oír tal proposición, estalló en gritos de insulto contra semejante aberración. El jardín era perfecto, ¿Cómo se podía pensar la idea de cambiarlo? Era absurdo, casi utópico. En seguida se desechó la idea, y se erigió un comité que se hicieron llamar el comité en Busca de lo Mejor. Algunos organismos surgieron también para ayudar en la tarea, como los Felices Maestros de la Inteligencia. Juntos miraron las posibles causas de esa hoja. La primera medida del BM junto con el FMI, fue la retirada de la hoja. Así creyeron resuelto el problema, y ambos organismos prosiguieron su vida, prácticamente sin realizar nada más, pensando que su tarea había concluido.

No obstante, a los pocos días aparecieron no una, si no tres hojas negras. Los que seguían considerando que el problema era del árbol, continuaban sin ser escuchados. El BM y el FMI se reunieron, de nuevo en comité de crisis, para procurar solucionar el problema. Comprendiendo que retirar las hojas no servía de nada, procedieron a podar el árbol. La gente, al conocer tal respuesta, mostraron su recelo, ya que era reformar el jardín, que perdería parte de su perfección, aunque todos coincidieron, tras escuchar a los representantes de ambos organismo, que era un mal menor. Así pues, se comenzó a podar al árbol donde habían aparecido las fatídicas hojas negras.

Pero continuaron apareciendo. El árbol se tornó gris, oscuro. Muerto. Todos estaban aterrorizados, aunque cada vez eran más las personas que procuraban ignorarlo. Hasta que la alarma saltó. Un nuevo árbol, amaneció con una hoja negra. Muchos no pudieron reprimir una lágrima. Muchos comenzaron a enloquecer. El BM y el FMI organizaron al jardín por regiones, ya que era muy extenso, y sobre cada región, pusieron a alguien que dirigía la zona, bajo su consenso. Muchos se opusieron a este cambio, que consideraban excesivo, e incluso hubo algunas personas más que consideraron que el problema radicaba en los árboles. De nuevo, estos organismos actuaron creando recintos donde enjaulaban a todas estas personas, a las que se consideraba que actuaban en contra del Jardín. Muchos profetas se erigieron, prediciendo el Apocalipsis. Y quién sabe si no andaban muy desencaminados.

También comenzaron a construir maquinaria, para montar laboratorios con el fin de investigar el problema. Lo que produjo contaminación. El precioso sol dejó de alumbrar. Una gran nube negra comenzó paulatinamente a apoderarse del resto. Nadie sabía ya cómo había empezado, pues habían pasado muchas generaciones. Todo era gris. Hacía tiempo que el BM y el FMI sabían que la infección de aquél árbol había sido un virus, y que bastaba haber extraído al dicho árbol para haber terminado. De hecho, habían obtenido una vacuna, y estaban bastante convencidos de que el fundador del BM había inducido ese virus en el árbol. No obstante, eran conscientes de que lo controlaban todo.

Y mientras, aquellos que creen que el problema era el árbol, que arrancar el árbol de raíz acabará con el problema, continúan, a día de hoy, encerrados, en un mundo gris.

viernes, 9 de mayo de 2008

Y la rana...

¿Qué siento? Es una buena pregunta, que me hago a mí mismo, mientras sigo sin distinguir con exactitud qué es real y que no. En mi habitación se mezclan con descarada sorna un sapo, grande, y que cambia de color constantemente, me observa con grandes ojos de colores; una cama que no recuerdo nunca haber visto allí, sobre la que se asienta la rana, cual rey sobre su trono; un sol; una carta. Veo que la rana habla, pero no puedo oírla. Me siento lejos de la habitación. Mi cabeza me duele de forma un poco leve, aunque tengo esa sensación de que hay una vena golpeando tu sien de forma periódica, casi hipnótica.

Me veo gritando, agarrándome la cara, como si al arrancarla fuera a conseguir mitigar mi sufrimiento. Me siento, en una esquina, de rodillas, de espaldas a una realidad ficticia que me mata. Noto una zarpa, quizá de lobo, que me toca en el hombro. Al girarme soy incapaz de ver la cara del animal. Solo veo su sonrisa. No, es imposible que sea una sonrisa macabra. Recuerdo que una vez, de niño, alguien me dijo que al menos alguien que sonríe de forma macabra por lo menos es sincero. Aunque, ahora que medito, quién sabe si de verdad lo he vivido o no. La cabeza me duele un poco más que antes, y la vena ha crecido.

Pensar que ahora toda mi realidad es un sapo multicolor encima de una cama imaginaria me deprime, hasta el punto de que me mordería las muñecas con el fin de acabar con lo que podríamos llamar vida si no fuera porque llevo una armadura. No había reparado en ello hasta ahora. Es reluciente, de esas que creo que veía en los tebeos de valientes caballeros que salvan a damas. Aunque no recuerdo haber salvado a ninguna. No obstante, tendré que cambiarme la armadura, veo que en la zona de las muñecas, hacia donde iba a enfocar mi suicida dentellada, está muy abollada. La cabeza me duele bastante, y la vena golpea mi cabeza como si fuera un martillo.

Me giro hacia la cama, y veo que el sapo se ha girado, para mirarme. Sus grandes ojos me miran y me hipnotizan. Veo a personas pasando delante de ellos. Distingo a mis padres, que me miran y sonríen. Creo que hay más gente conocida, pero soy incapaz de distinguirlos. Veo como todos juegan en un precioso jardín, compuesto por árboles frondosos y coloridas flores. Todos ríen y juegan. Todos menos yo. "¡Quiero jugar!", grito. Me derrumbo nuevamente en el suelo, mientras lloro. Mis lágrimas son flores muertas. Quizá antes formaran parte del precioso jardín donde jugaban mis seres queridos. La cabeza me va a estallar.

Al sollozar, veo que la rana ahora simplemente es roja. Un rojo intenso, pero apagado. Me mira, triste, como intentando hacerme ver el preludio de lo que va a ocurrir. Ahora veo al lobo, con una bata blanca. No sé si antes sonreía, pero ahora es indudable que no lo hace. Ahora distingo su cara. Me mira con lástima. Veo a la rana, cuyo color se apaga, hasta quedarse de color gris. También ella me mira con pena. Chasquea los dedos y unas enredaderas se alzan y me coge de los brazos. Noto como mi armadura se deshace y se convierte en polvo que desaparece. Me siento atrapado por las plantas. Me giro violentamente, tratando de zafarme. La rana ha desaparecido, ahora solo está la cama. Veo que a mis brazos nunca los he visto, ya que están atrapados por una camisa de fuerza. No es una enredadera la que me sujeta, si no dos personas de blanco. El lobo ha perdido el pelo, y sostiene una jeringuilla con la que me apunta. Se clava en mí y todo cambia. La verdad es que la sensación es curiosa...

¿Cómo me siento? Me pregunto, mientras veo una rana que cambia de color encima de una cama que nunca había estado allí.

miércoles, 7 de mayo de 2008

En la ciudad con Punano

Mirar la ciudad desde tus ojos es como soñar despierto.

Posibilidad, risa, llanto, vértigo, odio, miseria, jolgorio, rabia... Todo es una mezcla insípida que recorres observando lo que te rodea. Siempre con mezcla de curiosidad y capacidad de observación, reflexionas acerca de todo lo que te rodea. Porque en realidad cuando dos policías persiguen a un hombre por robar en un supermercado, no es tan simple como los buenos contra el malo. Todo tiene su reacción y su consecuencia. Porque un indigente no es siempre un vago o un maleante. No siempre es tan sencillo.

Porque un despido no siempre se produce por que el despedido no trabaje. Porque el mismo hecho de trabajar por un dinero es algo miserable y triste. Porque dos niños de color corriendo no tienen porque estar huyendo, sino jugando. Porque un filete no es sólo un filete. Porque una ciudad en llamas no es sólo una imagen en un televisor que luego pasará para no volver. Porque una guerra ya no es una guerra, si no economía. Porque se sabe que juegan con vidas.

Porque un billete no es un simple trozo de papel, si no el eslabón de una larga cadena. Porque una cucharilla encima de un fuego o dos filas son verdugos de cualquier protesta. Porque el miedo no siempre surge porque te pueden quitar algo material. Porque la miseria no siempre vive lejos de uno.

Porque la única ley que rige todo es el odio y la tristeza de muchos.

Porque ver la ciudad desde tus ojos, es ver una realidad oculta. Y es que no siempre en el país de los ciegos el tuerto es el rey.

domingo, 4 de mayo de 2008

Menú

Hoy estoy altamente animado. Quiero salir a la ventana y gritarle al mundo que es un gran día, quiero mostrar mi felicidad al mundo. Todo es perfecto. Necesito hacer algo, encaminar mi optimismo hacia algo práctico. Y pienso que nada mejor que una buena comida invitando a mis amistades más íntimas para celebrarlo. Voy hacia tu habitación, que hoy me parece más alegre que nunca, y me acerco hacia mi agenda, para pasar páginas con esa sonrisa estúpida que se te queda en la cara cada vez que tienes una idea brillante y estás con los preparativos para llevarla a cabo.

No obstante, me doy cuenta una vez que abro el cuadernito donde guardo todos los números de teléfono, que este es un día demasiado especial como para llamar a cualquiera. Dos personas ocupan siempre mi mente, personas a las que quiero en lo más profundo y que no quiero que se pierdan mi felicidad.

No necesito consultar nada para llamarles. Sé sus números de memoria. Tecleo con gracia y al poco rato, suena el pitido que me indica que el teléfono de mi primer invitado estará sonando en estos momentos. Al poco rato se oye una voz ya muy familiar para mi.

- ¿Sí?

- ¡Ey! ¡Buenos días! He pensado en hacer una comida en mi casa, cocino yo -mi voz suena más animada de lo que recordaba desde hace mucho tiempo-. ¿Qué te apetecería comer? Había pensado en una pasta con champiñones...

- ¡Quita, quita! En la tele han dicho que eso es malísimo para el hígado.

- Vaya... ¿Qué quieres comer entonces? -no me desanimo a pesar de la poca aceptación que ha tenido mi plato.

- Mierda frita. Han dicho en ese mismo programa que es excelente para el organismo, aunque nunca he comido.

- ¿Perdón?

- Si, ya sabes, mierda frita. Yo creo que estará bien.

- Esto... bueno, ahora llamo a Inés y le pregunto. Luego te llamo Gustavo.

Cuelgo el teléfono, algo contrariado. Espero que mi amiga sea más sensata a la hora de elegir menú. Tecleo, de nuevo con rapidez, y al rato suena la voz de Inés.

- ¿Diga?

- Hola cariño, soy yo. Una cosa, ¿Hoy comida en mi casa? Cocino yo. Vendrá también Gustavo.

- Claro, estará bien -noto su voz tan animada, que de nuevo vuelvo a sentirme feliz, olvidando la extraña conversación anterior-. ¿Qué habías pensado cocinar?

- Pues pasta con champiñones. Aunque si te digo lo que me ha propuesto Gustavo...

- De ese chico me espero lo que sea -oigo su risa a través del auricular.

- ¡Mierda frita! ¿Te lo puedes creer? -el auricular me deja oír otra estridente carcajada.

-¡Siempre será el mismo cafre! ¡Con lo buena que está cocida!

- ¿Cómo?

- Que cualquiera saber que la mierda como mejor saber es cocida. Lo dicen en todos lados, aunque nunca la he probado. ¿Qué te parece si lo hacemos para esta tarde?

- Eu... esto... bueno, ya veré.

Cuelgo, completamente confuso. Pienso en llamarles para cancelar la comida, pues me siento sun fuerzas. No obstante, una divertida idea cruza mi mente. Les llamo, para confirmar la comida, y me pongo manos a la obra. Voy hacia la cocina y enciendo un fuego, poniendo encima una sartén con aceite. Antes de que hierva, cojo un plato, lo dejo en el suelo, me siento y vacío en él el desayuno, de la forma que siempre se ha hecho. Una vez finalizada mi obra, con un cuchillo, divido el producto en dos, y lanzo una mitad a la sartén, donde el aceite está hirviendo. Me pongo un trapo para poder respirar, pues el hedor es insoportable. Después, introduzco la otra mitad en una olla llena de agua, que está ya hirviendo. Una vez que el alimento de la sartén se ha terminado de hacer, lo saco y lo dejo en el plato, aunque tapándolo con la sartén, para que no se vaya el calor. Después, pongo la olla a funcionar. Por otra parte, me preparo mis espaguetis con champiñones, como siempre los he hecho. Está todo listo.

Vienen mis amigos, y los recibo con besos y abrazos. Me preguntan que a qué huele, y les digo que es una sorpresa. Al sentarse en la mesa, saco mis espaguetis con champiñones, y sus ojos se encienden, llenos de hambre y deseo. No obstante, les digo que para ellos he reservado la mejor parte. Después, saco el plato, con la sartén encima, y se lo tiendo a Gustavo, que lo mira con una sonrisa que camufla su decepción y asco. Inés no puede para de reír, aunque su sonrisa se transforma en arcada cuando ve que su plato no es mejor. Tras servirme una buena ración de mi comida, cojo mi vaso, lo alzo y brindo:

- Por las buenas decisiones.

Durante toda la comida, Gustavo e Inés tenían que ir al baño a cada bocado. Sí, definitivamente, aquél era un día alegre.