sábado, 21 de febrero de 2009

Noches de portal

El cielo oscuro nos arropa conforme avanzamos, a ratos en silencio, a ratos inmersos en las más variopintas conversaciones. Unas veces caminamos agarrados, otras cada uno se hace dueño de sus propios pasos. Fragmentos del recorrido los hacemos animados, otros pensativos y en silencio. A pesar del día en que nos encontramos y contra todo lo que uno hubiera podido imaginar, las calles están desiertas. Realmente somos dos en medio de la nada. Una nada compuesta por edificios carentes de alma, de automóviles inanimados y de farolas que no alumbran a nadie.

Sigue sin haber estrellas. Y se echan de menos.

Nos acercamos otra vez al lugar. La puerta de mi edificio se ofrece nuevamente voluntaria para albergar nuestros cuerpos, nuestros pensamientos y nuestros anhelos. Nos tiramos, despreocupados. Ciertos momentos yo la aguanto a ella. Otros, ella me aguanta a mí. Divagamos sobre nuestra vida, nuestras relaciones. Nuestras preocuaciones. Sobre nimiedades y sobre asuntos que dan que pensar. Nuestros miedos. Sobre la amistad, sobre el amor. Sobre el terror a según qué finales.Sobre momentos especiales.

Nuestros momentos especiales.

Y es entonces cuando nada más importa. Quizá sea una forma no convencional de pasar el tiempo nocturno. Tal vez deberíamos resignarnos y hacer cosas más propias de nuestra generación. Puede que, una vez salgamos de aquí cada cual vuelva a adquirir su rol. Pero cuando estamos sentados aquí, lo único realmente relevante son las ganas de compartir tiempo, problemas y conversación con la otra persona.

Como todas las noches, el tiempo se termina. El frío nos atrapa sin sorpresa en la calle y la acompaño a por un taxi mientras ambos tiritamos a causa del contraste de la temperatura.

Una vez nos hemos despedido, mi cara debe resultar extrañamente macabra de vuelta al hogar, pues sonrío mientras mis dientes castañean con fuerza. Pero no puedo evitar hacer ninguna de las dos cosas.

sábado, 14 de febrero de 2009

Árbol

El viento mecía las hojas de los árboles y el Sol iluminaba todos los rincones del bosque. Hojas resecas se mezclaban con el verde césped y todo era paz. Ni un movimiento fuera de su sitio. Uno de esos días que curan el alma y elevan el espíritu.

En un lugar, en el borde de un claro, había un árbol. Alto, esplendoroso. Su copa parecía acariciar el cielo con sus ramas. Viejo y sabio como el mundo mismo. Había aprendido conforme crecía y ahora se erigía, observando todo con la comprensión del que lee un libro por segunda vez. Nada dependía crucialmente de él, y nadie se imaginaba esa gran extensión de vegetación y fauna sin su presencia.

Sobre una de sus ramas, había un cuervo. Su negro plumaje contrastaba con la sensación de vida que transmitía el antiguo y venerable vegetal. Su cabeza se giraba constantemente, pretendiendo quizá obtener la misma sapiencia que el amasijo arbóreo sobre el que estaba apoyado. No estaba quieto, pero parecía decidido, como si supiera a dónde iba.

Así transcurría su vida. Muchos trataron de acercarse a él, de comprenderle. La mayoría se cansaron. Otros se acercaban periódicamente a charlar. Se empezinaban en descifrar un puzzle sin piezas. Un problema sin incógnitas.

Unas veces saltaba a otra rama, y ese día parecía más relajado, como si tuviera delante suyo la respuesta del infinito. Otras, descendía, y se dejaba caer, abatido. Muchas veces se le dio por muerto. Quizá no anduvieran desencaminados.

Un día un zorro se acercó. Le parecía que, por proximidad, el cuervo debía de ser tan sabio como el propio árbol. Comenzaron a charlar. El zorro le contó sus dudas, sus inquietudes. Como cada vez que hablaba con alguien, el ave saltaba mientras hablaba. Nerviosamente subía y bajaba, subía y bajaba.

El zorro le preguntó el porqué de ese movimiento. Era la primera vez que le hacían esa pregunta.

- Este árbol representa todo lo que sé- le contestó la pequeña y nerviosa ave-. Cada vez que pienso, replanteo cosas que sabía y tengo que volver a construirlo todo. Por eso bajo. Cuando creo que algo es cierto, subo un poco. Estoy apoyado aquí porque quiero llegar a la última rama, ver qué hay más allá del claro. Que este viejo del bosque me transmita parte de lo que sabe.

- ¿Y una vez que llegues arriba?

- Ya te lo he dicho, veré qué hay más allá -el cuervo subió una rama por encima.

- ¿Para qué?

- ¿Hace falta un motivo?

- Creo que todo el mundo tiene un motivo para hacer algo, aunque sea un motivo absurdo.

El cuervo bajó a la rama inferior.

- En ese caso, mi motivo es que quiero ver qué hay más allá.

El cuervo subió a donde estaba previamente.

- Se te ve tan lejos de mí desde donde estás.

El cuervo se detuvo. Se quedó mirando de frente, hacia el infinito. Desplegó sus alas y se separó del lugar donde había estado toda su vida. Atravesó la distancia que los separaba y se posó sobre su nariz.

- Olvida el miedo- le dijo-. Las palabras siempre están a la misma altura, estés donde estés. Ignorante aquél que le dé valor sólo al lugar de donde procedan.

Tras esto, voló directamente hacia la última rama del gran árbol. Miró de frente y por un momento, el venerable vegetal y él fueron uno. Tras eso, descendió y se posó nuevamente sobre el hocico del zorro.

- ¿Y bien? -preguntó éste-. ¿Qué hay?

- ¿Qué va a haber? -contestó-. Árboles. Grandes, pequeños, mustios, imponentes, podridos, esbeltos... Pero árboles. Cada uno igual de importante que el resto. Cada uno con su historia y con alguien que desea llegar a la última rama.

Noche

Geología. Números. Conjuntos. Factorizar. Equis elevado a seis más uno. Cansancio. El día está gris y, pese a todo, no puedo evitar una sonrisa mientras entrego el que es mi último examen por este cuatrimestre. Recojo el forro, ansioso. Salgo, con ganas. Es la primera vez que espero algo en mucho tiempo. Avanzo. En todos los sentidos.

Derecho. Cortezas. Guiñote. Cartelito de sarcasmo. Cosas que empiezan. Puñales. Comparación de resultados. Cansancio y triunfo se mezclan de una forma arrebatadora. Expectación. Risas. Deseos de salir. Ganas de recuperar un tiempo que creemos desperdiciado.

Mucha gente lo hará de un modo que quizá no crea adecuado. Pero ahora es lo último en lo que pienso. Una falsa sensación de libertad me embriaga de tal modo que a duras penas controlo mis deseos de saltar. De gritar. De vivir.

Calle. Frío. Humedad. Mucha gente vuelve a arreglarse. Gran vía. Cañones. Medias. Tabaco. Plumas de cuatrocientos euros. Libros. Comentarios. Expectación. Risas.

Nos dirigimos hacia el punto de encuentro. Hambre. Noche. Paraninfo. Recuento. Nos ponemos en camino, a reencontrarnos con el resto de la gente. De nuevo un encuentro. Buffet. Chino. Libre. Comer. Fotografías. Palillos. Comida de aspecto extraño. Postres. Chocolate. Expectación. Risas.

Salimos, y la baja temperatura empieza a hacerse notar. Caminamos, con rumbo ahora. Independencia. Plaza España. El coso. La madalena. Tetería. Cerrada.

Volvemos sobre nuestros pasos. Chinos. Plaza de los sitios. Policía. Deambular. Reír. Expectación. Risas.

Se separan caminos. Despedidas. Abrazos. No serán los últimos. Gran vía. Puente de los gitanos. Conversación balsámica. Teatro de las ánimas. Cerrado. Se va todo el mundo. Casi todo el mundo. El grupo restante, reducido ahora a dos, busca qué hacer. Hambre. Sed. Frío.

Roces. Abrazos. Ideas. Expectación. Risas.

Plan fallido. Segundo intento. Bar. Abuelos borrachos. Chocolate. Churros. Tres de la mañana.

Salimos. Frío. Portal. Charla. Abrazos. Bailes. Reflexiones. Teorías. Felicidad. Temblores. Castañeo. Abrazos.

Una noche extraña.

Las mejores noches suelen serlo.