miércoles, 28 de mayo de 2008

Encerrada

Vaya si dolía la cabeza. Dolía más de lo que te había dolido nunca. Te despertaste, pero no sabías donde estabas. El aire que respirabas estaba completamente viciado. Esa sensación de pesadez en el estómago... Te apoyaste con las manos en el suelo,te alzaste ligeramente. levantaste la cara y vomitaste. Como siempre que lo hacías, observaste como todo a tu alrededor se movía compulsivamente. De tu boca salieron palabras hermosas, cuyas letras bailaban al entrar en contacto con el aire, disfrutando de su recién conseguida libertad. Libertad, amor, solidaridad... todas ellas formaban una atractiva coreografía alrededor tuyo, sonriéndote. El dolor era ya insoportable, y te cogiste la cabeza con las manos.

Las palabras, asustadas por lo brusco del movimiento, se refugiaron en el suelo, desvaneciéndose al entrar en contacto con él. Te levantaste, y observaste el lugar donde te encontrabas. Las paredes, llenas de surcos, eran del color gris rosáceo al que estabas acostumbrado. Estabas ahora tumbado en una cama, sobre la cual las palabras vomitadas habían bailado para ti. Al fondo, una puerta, y a tu izquierda, un espejo. Esa era toda la decoración que adornaba aquella austera sala. No recordabas muy bien cómo habías llegado allí. Recordabas haber quedado con tus amigos para salir por ahí, como todos los días. Quizá bebiste de más...

Te levantas a tientas de la cama, y avanzas hacia el espejo. Observas tu hermoso rostro, ahora apoderado por las ojeras. La sonrisa que siempre poblaba tu cara está ahora transformada en una extraña mueca. Las elegantes ropas con las que siempre envolvías tu cuerpo, ahora son sogas, que aprietan y te limitan. Eres ahora consciente del gran trabajo que te cuesta respirar. La pesadez del cuarto se hace insufrible.

Te acercas a la puerta. Agarras el pomo e intentas, inútilmente, girarlo. Comienzas a empujar, pero la puerta no cede. Golpeas, escupes, meas, gritas, lloras... Pero la puerta permanece, impasible. Recuerdas lo crucial de tu trabajo, sabes que no puedes quedarte encerrado, mientras todo sigue su curso. Eres consciente de que, del mismo modo que una obra no puede funcionar sin un obrero, un cerebro no puede funcionar sin Conciencia.

Al otro lado, los golpes se hacían patentes, pero todos los ignoraban. Apostados a ambos lados de la puerta, se encontraban los tres amigos de Conciencia : Televisión, Comodidad y Aburguesamiento. Todos reían, conscientes de lo exitoso de su operación. Había costado mucho, casi 30 años, llevarla a buen puerto. La primera, había ido minando la moral natural de Conciencia, cambiando su percepción de lo bueno y lo malo. La segunda, recordándole lo fácil que era seguir a la primera, y llevar una vida buena y feliz. Y la tercera, era la que había pagado la enorme cantidad de copas que habían hecho falta para hacerle perder el sentido.

Así pues, aquél ser humano vivió el resto de su vida con una conciencia encerrada, cuyo papel cumplían los tres amigos que le traicionaron. Y nadie se dio cuenta, pues, en mayor o menor medida, todos tenemos una conciencia encerrada en alguna parte de nuestro cerebro, que no volverá a salir y a la que nadie echa de menos.

miércoles, 21 de mayo de 2008

El Jardín

Decir que aquél jardín era hermoso, sería quedarse corto. Intentar definir la perfección siempre ha sido algo complejo e infructuoso. Todos los que pisaban aquél lugar, volvían transformados. Unos más felices, otros más tristes. Más maniáticos, más ancianos. O igual de jóvenes. Pero nunca iguales. Más decepcionados o más nostálgicos. Pero nunca dejaba indiferente. Era un jardín lleno de posibilidades, por donde todo el mundo pasaba. Quizá más o menos, pero siempre se visitaba. El sol siempre brillaba en la medida en que brillaban los corazones de las personas que lo observaban. Los árboles siempre mostraban su cara más amable, y las flores formaban una gran alfombra de vivos colores sobre el mullido césped. La fauna se mostraba alegre. Desde pequeños mamíferos, hasta insectos, pasando por algún anfibio que residía en una charca que se encontraba en el lugar.

Y pasó lo que jamás debería de haber pasado. Un día, uno de los árboles amaneció con una hoja negra. El revuelo fue generalizado. Algunos se mostraban escépticos, pensando que no sería nada. Otros echaron las culpas a algunas personas, aunque por nada en concreto. Algunos lo ignoraron. Unos propusieron que quizá fuera problema del árbol, y que sería mejor quitarlo. La gente, al oír tal proposición, estalló en gritos de insulto contra semejante aberración. El jardín era perfecto, ¿Cómo se podía pensar la idea de cambiarlo? Era absurdo, casi utópico. En seguida se desechó la idea, y se erigió un comité que se hicieron llamar el comité en Busca de lo Mejor. Algunos organismos surgieron también para ayudar en la tarea, como los Felices Maestros de la Inteligencia. Juntos miraron las posibles causas de esa hoja. La primera medida del BM junto con el FMI, fue la retirada de la hoja. Así creyeron resuelto el problema, y ambos organismos prosiguieron su vida, prácticamente sin realizar nada más, pensando que su tarea había concluido.

No obstante, a los pocos días aparecieron no una, si no tres hojas negras. Los que seguían considerando que el problema era del árbol, continuaban sin ser escuchados. El BM y el FMI se reunieron, de nuevo en comité de crisis, para procurar solucionar el problema. Comprendiendo que retirar las hojas no servía de nada, procedieron a podar el árbol. La gente, al conocer tal respuesta, mostraron su recelo, ya que era reformar el jardín, que perdería parte de su perfección, aunque todos coincidieron, tras escuchar a los representantes de ambos organismo, que era un mal menor. Así pues, se comenzó a podar al árbol donde habían aparecido las fatídicas hojas negras.

Pero continuaron apareciendo. El árbol se tornó gris, oscuro. Muerto. Todos estaban aterrorizados, aunque cada vez eran más las personas que procuraban ignorarlo. Hasta que la alarma saltó. Un nuevo árbol, amaneció con una hoja negra. Muchos no pudieron reprimir una lágrima. Muchos comenzaron a enloquecer. El BM y el FMI organizaron al jardín por regiones, ya que era muy extenso, y sobre cada región, pusieron a alguien que dirigía la zona, bajo su consenso. Muchos se opusieron a este cambio, que consideraban excesivo, e incluso hubo algunas personas más que consideraron que el problema radicaba en los árboles. De nuevo, estos organismos actuaron creando recintos donde enjaulaban a todas estas personas, a las que se consideraba que actuaban en contra del Jardín. Muchos profetas se erigieron, prediciendo el Apocalipsis. Y quién sabe si no andaban muy desencaminados.

También comenzaron a construir maquinaria, para montar laboratorios con el fin de investigar el problema. Lo que produjo contaminación. El precioso sol dejó de alumbrar. Una gran nube negra comenzó paulatinamente a apoderarse del resto. Nadie sabía ya cómo había empezado, pues habían pasado muchas generaciones. Todo era gris. Hacía tiempo que el BM y el FMI sabían que la infección de aquél árbol había sido un virus, y que bastaba haber extraído al dicho árbol para haber terminado. De hecho, habían obtenido una vacuna, y estaban bastante convencidos de que el fundador del BM había inducido ese virus en el árbol. No obstante, eran conscientes de que lo controlaban todo.

Y mientras, aquellos que creen que el problema era el árbol, que arrancar el árbol de raíz acabará con el problema, continúan, a día de hoy, encerrados, en un mundo gris.

viernes, 9 de mayo de 2008

Y la rana...

¿Qué siento? Es una buena pregunta, que me hago a mí mismo, mientras sigo sin distinguir con exactitud qué es real y que no. En mi habitación se mezclan con descarada sorna un sapo, grande, y que cambia de color constantemente, me observa con grandes ojos de colores; una cama que no recuerdo nunca haber visto allí, sobre la que se asienta la rana, cual rey sobre su trono; un sol; una carta. Veo que la rana habla, pero no puedo oírla. Me siento lejos de la habitación. Mi cabeza me duele de forma un poco leve, aunque tengo esa sensación de que hay una vena golpeando tu sien de forma periódica, casi hipnótica.

Me veo gritando, agarrándome la cara, como si al arrancarla fuera a conseguir mitigar mi sufrimiento. Me siento, en una esquina, de rodillas, de espaldas a una realidad ficticia que me mata. Noto una zarpa, quizá de lobo, que me toca en el hombro. Al girarme soy incapaz de ver la cara del animal. Solo veo su sonrisa. No, es imposible que sea una sonrisa macabra. Recuerdo que una vez, de niño, alguien me dijo que al menos alguien que sonríe de forma macabra por lo menos es sincero. Aunque, ahora que medito, quién sabe si de verdad lo he vivido o no. La cabeza me duele un poco más que antes, y la vena ha crecido.

Pensar que ahora toda mi realidad es un sapo multicolor encima de una cama imaginaria me deprime, hasta el punto de que me mordería las muñecas con el fin de acabar con lo que podríamos llamar vida si no fuera porque llevo una armadura. No había reparado en ello hasta ahora. Es reluciente, de esas que creo que veía en los tebeos de valientes caballeros que salvan a damas. Aunque no recuerdo haber salvado a ninguna. No obstante, tendré que cambiarme la armadura, veo que en la zona de las muñecas, hacia donde iba a enfocar mi suicida dentellada, está muy abollada. La cabeza me duele bastante, y la vena golpea mi cabeza como si fuera un martillo.

Me giro hacia la cama, y veo que el sapo se ha girado, para mirarme. Sus grandes ojos me miran y me hipnotizan. Veo a personas pasando delante de ellos. Distingo a mis padres, que me miran y sonríen. Creo que hay más gente conocida, pero soy incapaz de distinguirlos. Veo como todos juegan en un precioso jardín, compuesto por árboles frondosos y coloridas flores. Todos ríen y juegan. Todos menos yo. "¡Quiero jugar!", grito. Me derrumbo nuevamente en el suelo, mientras lloro. Mis lágrimas son flores muertas. Quizá antes formaran parte del precioso jardín donde jugaban mis seres queridos. La cabeza me va a estallar.

Al sollozar, veo que la rana ahora simplemente es roja. Un rojo intenso, pero apagado. Me mira, triste, como intentando hacerme ver el preludio de lo que va a ocurrir. Ahora veo al lobo, con una bata blanca. No sé si antes sonreía, pero ahora es indudable que no lo hace. Ahora distingo su cara. Me mira con lástima. Veo a la rana, cuyo color se apaga, hasta quedarse de color gris. También ella me mira con pena. Chasquea los dedos y unas enredaderas se alzan y me coge de los brazos. Noto como mi armadura se deshace y se convierte en polvo que desaparece. Me siento atrapado por las plantas. Me giro violentamente, tratando de zafarme. La rana ha desaparecido, ahora solo está la cama. Veo que a mis brazos nunca los he visto, ya que están atrapados por una camisa de fuerza. No es una enredadera la que me sujeta, si no dos personas de blanco. El lobo ha perdido el pelo, y sostiene una jeringuilla con la que me apunta. Se clava en mí y todo cambia. La verdad es que la sensación es curiosa...

¿Cómo me siento? Me pregunto, mientras veo una rana que cambia de color encima de una cama que nunca había estado allí.

miércoles, 7 de mayo de 2008

En la ciudad con Punano

Mirar la ciudad desde tus ojos es como soñar despierto.

Posibilidad, risa, llanto, vértigo, odio, miseria, jolgorio, rabia... Todo es una mezcla insípida que recorres observando lo que te rodea. Siempre con mezcla de curiosidad y capacidad de observación, reflexionas acerca de todo lo que te rodea. Porque en realidad cuando dos policías persiguen a un hombre por robar en un supermercado, no es tan simple como los buenos contra el malo. Todo tiene su reacción y su consecuencia. Porque un indigente no es siempre un vago o un maleante. No siempre es tan sencillo.

Porque un despido no siempre se produce por que el despedido no trabaje. Porque el mismo hecho de trabajar por un dinero es algo miserable y triste. Porque dos niños de color corriendo no tienen porque estar huyendo, sino jugando. Porque un filete no es sólo un filete. Porque una ciudad en llamas no es sólo una imagen en un televisor que luego pasará para no volver. Porque una guerra ya no es una guerra, si no economía. Porque se sabe que juegan con vidas.

Porque un billete no es un simple trozo de papel, si no el eslabón de una larga cadena. Porque una cucharilla encima de un fuego o dos filas son verdugos de cualquier protesta. Porque el miedo no siempre surge porque te pueden quitar algo material. Porque la miseria no siempre vive lejos de uno.

Porque la única ley que rige todo es el odio y la tristeza de muchos.

Porque ver la ciudad desde tus ojos, es ver una realidad oculta. Y es que no siempre en el país de los ciegos el tuerto es el rey.

domingo, 4 de mayo de 2008

Menú

Hoy estoy altamente animado. Quiero salir a la ventana y gritarle al mundo que es un gran día, quiero mostrar mi felicidad al mundo. Todo es perfecto. Necesito hacer algo, encaminar mi optimismo hacia algo práctico. Y pienso que nada mejor que una buena comida invitando a mis amistades más íntimas para celebrarlo. Voy hacia tu habitación, que hoy me parece más alegre que nunca, y me acerco hacia mi agenda, para pasar páginas con esa sonrisa estúpida que se te queda en la cara cada vez que tienes una idea brillante y estás con los preparativos para llevarla a cabo.

No obstante, me doy cuenta una vez que abro el cuadernito donde guardo todos los números de teléfono, que este es un día demasiado especial como para llamar a cualquiera. Dos personas ocupan siempre mi mente, personas a las que quiero en lo más profundo y que no quiero que se pierdan mi felicidad.

No necesito consultar nada para llamarles. Sé sus números de memoria. Tecleo con gracia y al poco rato, suena el pitido que me indica que el teléfono de mi primer invitado estará sonando en estos momentos. Al poco rato se oye una voz ya muy familiar para mi.

- ¿Sí?

- ¡Ey! ¡Buenos días! He pensado en hacer una comida en mi casa, cocino yo -mi voz suena más animada de lo que recordaba desde hace mucho tiempo-. ¿Qué te apetecería comer? Había pensado en una pasta con champiñones...

- ¡Quita, quita! En la tele han dicho que eso es malísimo para el hígado.

- Vaya... ¿Qué quieres comer entonces? -no me desanimo a pesar de la poca aceptación que ha tenido mi plato.

- Mierda frita. Han dicho en ese mismo programa que es excelente para el organismo, aunque nunca he comido.

- ¿Perdón?

- Si, ya sabes, mierda frita. Yo creo que estará bien.

- Esto... bueno, ahora llamo a Inés y le pregunto. Luego te llamo Gustavo.

Cuelgo el teléfono, algo contrariado. Espero que mi amiga sea más sensata a la hora de elegir menú. Tecleo, de nuevo con rapidez, y al rato suena la voz de Inés.

- ¿Diga?

- Hola cariño, soy yo. Una cosa, ¿Hoy comida en mi casa? Cocino yo. Vendrá también Gustavo.

- Claro, estará bien -noto su voz tan animada, que de nuevo vuelvo a sentirme feliz, olvidando la extraña conversación anterior-. ¿Qué habías pensado cocinar?

- Pues pasta con champiñones. Aunque si te digo lo que me ha propuesto Gustavo...

- De ese chico me espero lo que sea -oigo su risa a través del auricular.

- ¡Mierda frita! ¿Te lo puedes creer? -el auricular me deja oír otra estridente carcajada.

-¡Siempre será el mismo cafre! ¡Con lo buena que está cocida!

- ¿Cómo?

- Que cualquiera saber que la mierda como mejor saber es cocida. Lo dicen en todos lados, aunque nunca la he probado. ¿Qué te parece si lo hacemos para esta tarde?

- Eu... esto... bueno, ya veré.

Cuelgo, completamente confuso. Pienso en llamarles para cancelar la comida, pues me siento sun fuerzas. No obstante, una divertida idea cruza mi mente. Les llamo, para confirmar la comida, y me pongo manos a la obra. Voy hacia la cocina y enciendo un fuego, poniendo encima una sartén con aceite. Antes de que hierva, cojo un plato, lo dejo en el suelo, me siento y vacío en él el desayuno, de la forma que siempre se ha hecho. Una vez finalizada mi obra, con un cuchillo, divido el producto en dos, y lanzo una mitad a la sartén, donde el aceite está hirviendo. Me pongo un trapo para poder respirar, pues el hedor es insoportable. Después, introduzco la otra mitad en una olla llena de agua, que está ya hirviendo. Una vez que el alimento de la sartén se ha terminado de hacer, lo saco y lo dejo en el plato, aunque tapándolo con la sartén, para que no se vaya el calor. Después, pongo la olla a funcionar. Por otra parte, me preparo mis espaguetis con champiñones, como siempre los he hecho. Está todo listo.

Vienen mis amigos, y los recibo con besos y abrazos. Me preguntan que a qué huele, y les digo que es una sorpresa. Al sentarse en la mesa, saco mis espaguetis con champiñones, y sus ojos se encienden, llenos de hambre y deseo. No obstante, les digo que para ellos he reservado la mejor parte. Después, saco el plato, con la sartén encima, y se lo tiendo a Gustavo, que lo mira con una sonrisa que camufla su decepción y asco. Inés no puede para de reír, aunque su sonrisa se transforma en arcada cuando ve que su plato no es mejor. Tras servirme una buena ración de mi comida, cojo mi vaso, lo alzo y brindo:

- Por las buenas decisiones.

Durante toda la comida, Gustavo e Inés tenían que ir al baño a cada bocado. Sí, definitivamente, aquél era un día alegre.