lunes, 31 de marzo de 2008

Unaingenua Martínez

Cielo :

Te vas a reír cuando leas esta carta. ¿Cuánto llevas encerrado? ¿Cuatro? ¿Cinco años? ¡Pues según el código penal tendrías que haber estado 11 meses! Jajajaja. Podrías haber salido tranquilamente por la puerta y no podrían haberte dicho nada. Desde luego lo tuyo no tiene nombre. Pero esto no termina ahí. Ya verás ya, es desternillante.

Por lo visto, todos los enfermos de VIH tienen derecho a tratamiento. Sabes lo que eso significa, ¿No? ¡Que no tienes la enfermedad! Los seis exámenes médicos que te hicieron, por lo visto, debieron de estar mal. Si no, te habrían dado los medicamentos. ¿No es maravilloso? Además también me he enterado de que la policía no puede introducir heroína en las cárceles, y tampoco permiten violaciones, por lo que tampoco podrías haber pillado la enfermedad.

También me estuve informando, y te han estado visitando nuestros hijos (el peque, por cierto, dijo su primera palabra hace cosa de dos meses: fue papá) durante todo este tiempo. El mayor se ha alegrado mucho de saber que te ha estado visitando durante estos años, aunque no se acuerde. Espero que agradecieras nuestras visitas, aunque estoy seguro de eso, cariño.

Otra cosa de la que he sido partícipe, es que no existen las palizas a presos por parte de los policías que están allí de servicio, de modo que aquellos moratones que me enseñaste posiblemente te los harías cayéndote, y la radiografía que te enseñó el médico en la que aparecían cuatro costillas rotas, debía ser de otro preso. Si es que, mira que eres despistado, vida mía.

Bueno, como ya puedes salir, te esperaré el lunes que viene para cenar. Haré tu comida favorita, para que la puedas disfrutar a los hijos que has estado visitando todo este tiempo. Luego, podré hacer eso que te gusta tanto en la cama, aunque con la pastilla del día después ya valdrá, porque, como no tienes el SIDA, no hará falta que usemos preservativos. Y al día siguiente, he organizado un partido de fútbol con tus amigos. Como los moratones que te hiciste al caer ya habrán pasado, y las costillas no te las habías roto tú, si no otro recluso, podrás jugar sin problema.

Bueno cielo, me despido, que el niño pequeño está llorando. Te espero, mi amor.

Te quiere:

Unaingenua Martínez.

domingo, 30 de marzo de 2008

Odio

Un minuto más ha pasado. O lo que es lo mismo, has perdido otro minuto más. Desidia. Aburrimiento. Olvido. Sufrimiento. Sensaciones que se hacen patentes cada vez con más fuerza. Te odias. Odias al mundo. Odias lo estructurado. Odias lo que está por estructurar. Odias lo desestructurado. Odias la tecnología y la naturaleza. Odias la música, odias el silencio. Odias a las personas amadas, odias a las personas odiadas. Odias a los trabajadores y a los parados. Te odias a tí mismo otra vez por el simple hecho de que eres lo que está más cerca de tí. Odias la razón que te retiene encerrado en cuatro paredes. Ya tengas un ordenador o no lo tengas. Tengas sillón o no lo tengas. Haya barrotes en tu ventana o no los haya. Sientes que te asfixias por culpa de tu confinamiento. Piensas mil y una formas de acabar con esto. Y vuelves a odiar. Odias la risa y el llanto. Odias lo cómico y lo trágico. La noche y el día, el blanco y el negro, la vida y la muerte. Odias todo. La mente, el cuerpo, el tiempo, el espacio, la rapidez, la lentitud. Odias todo. Y te das cuenta de que has perdido otro minuto de tu vida. Un minuto de tu vida empleado sólo en odiar. Por que te odias. Y Odias al mundo y...

jueves, 27 de marzo de 2008

Ruido

Ya no sabe dónde vive ni quién es. La única idea que puebla su mente es una : protegerle. Multitud de estruendos penetraban en la estancia procedentes del exterior. Ruidos agudos, graves, destructores, penetrantes, agonizantes y mortales se introducían en el cerebro y partían el alma.

Se encontraba en las ruinas del segundo piso de lo que una vez fue su casa, con su figura sentada en el suelo. Suspiraba compulsivamente, pugnando por no dejar soltar las lágrimas que llevaba largo rato reprimiendo. No quería llorar. No delante de su hijo recién nacido, al que abrazaba y consolaba. No le miraba, pero debía de estar llorando, pues notaba húmedas sus manos.

Pese a estar anocheciendo, se podía ver claramente el paso de los aviones. Afuera se oían gritos y disparos. Podía escuchar de forma nítida los aullidos de los moribundos, las órdenes de los altos cargos, el sonido de edificios al derrumbarse... Solo había una cosa que hacía rato que ya no escuchaba.

La puerta, que milagrosamente había permanecido en pie junto con buena parte de esa pared, se abrió bajo el peso de una enorme bota. Una cabeza con casco se asomó un instante.

- ¡Joder! ¡Lleva una bomba en un paquete!

-¡Dispara!

Una figura traspasó con rapidez el umbral de la puerta, apuntando con un rifle. Un solo disparo salió del arma. Una sola bala bastó para acabar con su vida. Penetró en su cabeza y salió por el lado opuesto, dejando tras de sí una estela de sangre y muerte. El cuerpo inerte cayó de espaldas, y el paquete cayó al suelo.

Dos hombres entraron en la habitación, con los rifles apuntando en todas las direcciones.

Uno de los dos se agachó hasta el cuerpo.

- Objetivo eliminado.

- ¿Y la bomba?

- Es un niño. Por el aspecto debe de llevar cerca de dos o tres horas muerto.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Mi humanidad

Demasiadas son las ocasiones en las que no me siento humano. Veo por la ventana y sólo veo obras producidas por la modernización. Enormes edificios se presentan debajo de un ruidoso panorama, que sirve de compás para que gente tenga que estar trabajando 8 horas oficiales para poder comer. Grandes y flamantes entidades bancarias cuyos cajeros sirven de hotel de gente que no sabe si envidiar o apenarse por los anteriores. Y por las calles la gente pasa malhumorada, rápida y triste, moviéndose por inercia, como un ratón que da vueltas en una rueda en su jaula, ignorando que puede haber algo más, pensando sólo en como aumentar la velocidad y funcionabilidad de una maquinaria que lo hace esclavo. Veo personas que han convertido su vida en un amasijo de rutina, trabajo y televisión, sin otra inquietud que la de conseguir quince cochinos días al año para vivir, para ser feliz. Vivo sumergido en una continuidad perfectamente diseñada para que no haya manera de escapar de ella. Un futuro alegremente oscuro, tristemente coloreado.

Pocas cosas son las que rompen esta sucesión monótona. Y todas, sin casi espacio para la excepción, son tachadas de trágicas, desacertadas o caóticas. Todas son un extremo nefasto y sensacionalista, olvidado a los pocos minutos por una u otra lesión de este u este otro jugador. Cada muerte se olvida. Cada tragedia, cualquier desastre y todas las injusticias son tragadas por esa vorágine absurda que es todo.

En algún punto la humanidad prefirió seguir dando vueltas, y continuar viviendo mareada. De otra forma, sería inexplicable que una muerte se olvide con altas dosis de pan y circo. No tendría sentido que el hambre, la destrucción, las injusticias y la tristeza sean devorados por esta rutina sedante.

Por eso reniego de mi humanidad. Una humanidad dormida. Una humanidad que prefiere pensar que tiene un control ficticio sobre una vida rotatoria y sin fundamento alguno que no sea el ver como te mueres para no tener nada. Una humanidad destrozada y ciega. Una humanidad que pugna por conseguir una felicidad basada en tener más que el prójimo, y disfrutar de lo que otra gente no tiene.

Pero llamadme romántico porque, pese a todo, no puedo dejar de pensar y de amar a la humanidad. Llamadme ingenuo porque no creo que el coma en el que está sumido sea irreversible. Llamadme soñador porque creo que un ratón puede salir de su rueda.

martes, 25 de marzo de 2008

Os odio

Vas andando por la calle, sin saber a dónde ir, mientras piensas que este mundo no está hecho para ti. No encajas en ningún sitio. Todos llevan su vida con normalidad, lo tienen claro, o, en su defecto, tienen marcadas los pasos que van a seguir. Te negaste a ser como ellos. Odias lo planificado. La seguridad te da vértigo. Y sin embargo, no hay cabida para ti. No puedes sobrevivir. No te dejan. No conciben una existencia no productiva. Quieren que subsistas para que otros puedan vivir lo que tú no puedes. No puedes. No. Nunca. Olvida todo aquello que quieres. Jamás podrás alcanzarlo. Confórmate. Sé consciente de tus limitaciones y fíjate sólo en eso. Mejora sólo si es productivo que lo hagas. No sueñes. O mejor, sueña, pero no anheles. Mira desde la distancia y con envidia todo aquello material que no puedes conseguir, y desde la distancia y con miedo todo lo espiritual que quieres vivir. Vive a costa de quien pueda y disfruta rápido.

Y cuando estés ya viejo, cansado e inservible, retírate a morir en casa, solo y olvidado. Una máquina anticuada e inservible no tiene cabida en esta vorágine de cifras, productividad y destrucción. No molestes. Toma las sobras de lo que ya has producido y deja de estorbar. Tarde o temprano ya no estarás y todo aquello que tenías volverá a ser parte del engranaje. Solo es cuestión de tiempo.

No te salgas de esto. Es peligroso. ¿No sientes el calor de lo políticamente correcto? ¿Para qué romperte la cabeza? Deja que otros decidan por ti. Y muere, solo y en paz...

Y allá vosotros. Reventaré vuestro bienestar a pedradas. Al fin encontré mi sitio, mi lugar en el mundo y qué hacer en mi vida. Voy a luchar contra vosotros. Con todas mis fuerzas. Contra todos. Una lucha perdida, quizá. Probablemente acabe muerto, pero seré un muerto feliz y consciente, y no un autómata sin capacidad de iniciativa propia. Cuando todos me crucifiquen, recordad que fui feliz en vida y en muerte, haciendo lo que de verdad me gusta: odiaros.

lunes, 24 de marzo de 2008

Seas quien seas

Ya seas acción o reflexión.
Ya seas disturbio o debate.
Ya seas destrucción o construcción.
Ya seas odio o amor.
Ya seas perfecto o humano.
Ya seas acción directa o contrainformación.
Ya seas bomba o pluma.
Ya seas caos o libertad.
Ya seas miedo o sonrisa.
Ya seas poesía o fuego.
Ya seas rosa o piedra.
Ya seas rabia o calma.
Ya seas violencia o paz.
Ya seas muerte o anarquía...
bienvenida.

domingo, 23 de marzo de 2008

Autobiografía de Valerie (Fragmento del cómic V de Vendetta)

"No sé quién eres. Por favor, créeme. No puedo convencerte de que esto no es una de sus trampas. Pero no me importa. Yo soy yo, no sé quién eres tú, pero te quiero. Tengo un lápiz pequeño que no me han encontrado. Soy una mujer. Lo escondí dentro de mí. Tal vez no pueda volver a escribir, así que ésta es una larga carta acerca de mi vida. Es la única autobiografía que jamás escribiré y, Dios, la estoy escribiendo en un trozo de papel de váter.

Nací en Nottingham un día muy lluvioso de 1957. A los 11 años empecé a ir a un instituto femenino. Quería ser actriz. Conocí a mi primera novia en el instituto. Se llamaba Sara. Tenía 14 años y yo 15, pero estábamos las dos en la clase de la Srta. Watson. Tenía unas muñecas preciosas. En clase de biología, mirando fetos de conejo en tarros de formol, escuché a la Sra. Hird decir que eso era sólo una fase adolescente que se supera. Sara sí, yo no.

En 1976 dejé de fingir y llevé a casa a una chica que se llamaba Christine para que conociera a mis padres. Una semana después me fui a Londres y empecé a estudiar teatro. Mi madre decía que le había roto el corazón... pero lo que me importaba era mi integridad. ¿Soy egoísta por ello? Se vende por muy poco, pero es lo único que tenemos en la vida. Es lo último que nos queda... !...y con ella somos libres!

Londres... era feliz en Londres. En 1981 hice de Dandini en la Cenicienta: mi primer trabajo en teatro. El mundo me parecía raro y enloquecido, con esas multitudes invisibles tras los focos y todo ese glamour. Era excitante, pero me sentía sola. Por la noche me iba a bares de chicas, pero mi actitud era distante y no me desenvolvía con facilidad. Conocí bien el ambiente, pero no me sentía cómoda. Muchas de ellas solo querían ser lesbianas. Era su vida, su ambición, lo único de lo que hablaban. Pero yo quería algo más. Yo quería algo más.

El trabajo mejoró. Conseguí pequeños papeles, luego fueron mayores. En 1986 protagonicé "Las Salinas": un éxito de crítica pero no de público. Conocí a Ruth en el rodaje. Nos amábamos. Vivimos juntas y el día de San Valentín me enviaba rosas y...¡Dios, teníamos tanto! Esos fueron los mejores años de mi vida.

En 1988 empezó la guerra... y después ya no hubo más rosas. Para nadie.

En 1992, tras la invasión, empezarón a hacer redadas de gays. Se llevaron a Ruth cuando estaba en la calle buscando comida.

¿Por qué nos tienen tanto miedo?

La quemaron con colillas y la obligaron a darles mi nombre. Firmó una confesión donde afirmaba que yo la había seducido.

La quería tanto... no la culpé.

Pero lo hizo. Se suicidó en su celda. No pudo soportar su traición, el haber entregado su dignidad. Oh, Ruth.

Vinieron a por mí. Dijeron que quemarían todas mis películas. Me raparon la cabeza. Me la metieron en un váter mientras decían chistes de lesbianas. Me trajeron aquí y me drogaron. Ya no siento la lengua. No puedo hablar.

La otra lesbiana que había aquí, Rita, murió hace dos semanas. Me imagino que yo lo haré pronto. Es extraño que mi vida tenga que acabar en un lugar tan horrible, ya que durante tres años todo han sido rosas y ninguna disculpa.

Moriré aquí, cada parte de mí morirá... excepto una. Una parte. Es pequeña y frágil y es la única cosa en la vida que merece la pena tener. No debemos perderla ni venderla. Ni desecharla. No debemos dejar que nos la quiten.

No sé quién eres ni si eres hombre o mujer. Tal vez nunca llegue a verte. Nunca te abrazaré ni lloraré ni me emborracharé contigo. Pero te quiero.

Espero que escapes de este lugar. Espero que el mundo cambie, que las cosas mejoren y que la gente se regale rosas otra vez.

Ojalá pudiera besarte.

Valerie."

viernes, 14 de marzo de 2008

El rey de la nada

Unos pasos guiados por el odio te mueven. Buscas una presa. No te importa mucho quien sea, aunque tienes la imagen ante ti de alguien a quien te han dicho que debes odiar. La calle sigue lóbrega, igual que hace 2 o 3 horas. Las farolas están destrozadas, pero no te es difícil moverte por una calle que conoces de memoria. Tu mente recrea una sucesión de imágenes violentas, con el fin de descargar adrenalina. Y mezclas esas imágenes con ese estereotipo de personaje odioso. Ves su pelo, su ropa, escuchas su música. Prefieres no ponerle cara, para que pueda ser cualquiera, para no perder tu sangrienta inercia. Hoy por fin vas a darle su merecido a... Bueno, ¿Qué importa quien sea? Hoy alguien recibirá su merecido. Hace tiempo que te separaste de tus amigos, pues se habían ido todos a casa. Y, en parte, lo preferías. Te habías convertido en el rey de una calle desierta, oscura y lóbrega. Eras el emperador del mundo. De tu mundo.

Y por fin distingues a tu objetivo. A causa de la cantidad de alcohol (y quién sabe qué otras sustancias) ingerido no distingues si es o no ese prototipo de persona odiada. Y, a fin de cuentas, te da lo mismo. Saltas sobre él, lo reduces, y comienzas con tu bendita matanza. Tus puños descargan ese fanatismo inculcado desde hace largo tiempo. No paras de golpear, ni siquiera cuando su cara se vuelve irreconocible. Ni siquiera cuando su sangre salpica tu cara. No distingues si es hombre o mujer, y su ropa, al igual que la tuya, está llena de sangre. Hace tiempo que no hace ningún movimiento, pero eso no te detiene. Nunca quisiste golpear a nadie en concreto, sólo querías golpear. Descargaste tu violencia, ¿Qué más da el objetivo? Hoy una persona no volverá a su casa siendo la misma de la que salió. Esta persona, que es (fue) un ser humano más, que igual no hizo daño a nadie, que a lo mejor pensaba como tú. O igual no. Igual podrías haberle hablado sobre lo que tú pensabas. Igual hubieras aprendido algo de ella, del mismo modo que ella de ti. De todos modos, poco importa ahora, pues tienes manchadas las manos de sangre. Una sangre que no sabes a quien pertenece. Una sangre de alguien que murió porque descargaras la rabia que crea una existencia basada en conceptos absurdos.

Pero prefieres no pensar en eso. Total, ya estás tranquilo. ¿Para qué darse la barrila? Te mareas al ver el cuerpo destrozado, y vomitas sobre él. Su sangre se mezcla con tu vómito, haciendo que la cara se vuelva todavía más irreconocible. Y te vas, dando tumbos. Alejándote de tu reino, camino de tu casa, dejas atrás a una persona muerta por un fanatismo absurdo, que tuvo la mala suerte de cruzarse en los dominios de un soberano desquiciado.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Juguete nuevo

Realmente, el niño era increíblemente feliz. No todos los días se cumplían años. Su radiante sonrisa denotaba que este era un día muy importante para él. Vestido de gala, se observaba en el espejo del cuarto de baño de su casa, mientras con el peine terminaba de pulir su semblante inmaculado.

Una mano se posó sobre su hombro. Al girarse, vio a su padre, que le observaba desde las alturas, ataviado con una chaqueta azul, con una mezcla de orgullo y simpatía. Su hijo se estaba convirtiendo en un muchacho muy inteligente, fuerte y con un futuro prometedor.

Al rato llegó su madre, con su vestido rojo favorito, y, tras besar a su marido, plantó uno de esos eternos besos de madre que tanto se ansían e incomodan cuando uno sigue siendo un niño. Sus padres se miraron y sonrieron. Se amaban y juntos iban a buscar lo mejor para su hijo.

Los tres salieron de casa cogidos de la mano, sonriéndole al mundo. Iban a buscar un regalo para el cumpleañero. Debido a caprichos del destino, su pobre hijo había tenido la desgracia de nacer el 29 de febrero, y, por lo tanto, la fecha exacta de su cumpleaños sólo se celebraba cada cuatro años. Tras una reunión familiar para solucionar tal problema, se determinó que sólo se le comprara un juguete cada cuatro años, pero éste tenía que ser muy especial, y debía ser elegido por el niño bajo consenso de sus padres.

El chico iba babeando por todos los escaparates, mirando pros y contras de todos los juguetes. Sus padres, a su vez, miraban a su hijo con felicidad. De repente, a ambos se les iluminó la cara, y señalaron el escaparate de una tienda. Corrieron hacia allí, arrastrando a su hijo tras ellos.

-¡Mira qué preciosidad de juguete! -dijeron-. ¿No te apetece, cariño?

-Bueno, es que había visto otro en ese otro escaparate que...

-¡Pero qué dices! ¿Has visto este? ¡Es perfecto! Vamos a entrar a preguntar el precio.

-Pero...

Las protestas del pequeño fueron ahogadas mientras sus encantados padres entraron a preguntar el precio.

-¡Pero si es baratísimo! Nos lo llevamos.

-Muy bien -dijo el dependiente- Se puede coger la caja cúbica o la esférica, ¿Cuál prefieren?

-¡La esférica! -exclamó el padre.

-¡La cúbica! -dijo su madre a su vez.

Ambos se miraron, extrañados.

-¿Cómo que la cúbica? ¿Estás loco? ¡Nuestro querido hijo podría hacerse daño con las esquinas!

-¿Y tú qué? ¡Si juega con la caja esférica podría pisarla y caer! ¿En qué demonios estabas pensando!

-Bueno -intentó apaciguar el tendero-. En esencia el juguete es el mismo. No tienen más que quitar el paquete y tirarlo.

-¡Usted se calla! -gritaron los dos.

-¡Ya verás cómo todo el mundo me da la razón!

-Eso habrá que verlo, vieja arpía.

Los dos salieron a la calle y empezaron a gritar, llamando a los transeúntes. Mucha gente entró, extrañada por los gritos que proferían los progenitores. El niño continuaba mirando por el cristal de la tienda al escaparate donde había visto aquél juguete que le había parecido perfecto. Todo era tan surrealista... Se giró y vio como sus padres estaban empezando a contar a la gente que consideraba mejor una caja cúbica que una esférica. El muchacho suspiró, triste. Un hombre ya mayor, con una boina negra que coronaba su testa, comentó que el niño parecía que lo que quería era un juguete de la otra tienda. Los padres le gritaron que se fuera de la tienda, que él no iba a saber mejor que ellos qué es lo que quería su hijo. El hombre se despidió y salió de la tienda, con la cabeza gacha y sin saber qué hacer.

Al final, un hombre con chaleco verde exclamó que tenía que ser el niño que eligiese qué paquete elegir para el regalo. Su madre agarró al hijo y le preguntó que qué paquete quería. El niño observó la sonrisa forzada en el rostro de su madre y en el de su padre.

-La cúbica -dijo, sin emoción alguna, tras unos instantes.

Los partidarios de la madre profirieron vítores ante lo que consideraban una gran victoria. El padre comentó que estaba orgulloso porque había convencido a mucha gente y que hasta el siguiente cumpleaños esperaba que las cosas mejorasen.

El niño se encontraba completamente desengañado y frustrado. Su deseo era tan simple... Al llegar a su casa subió a su cuarto, fingiendo felicidad ante sus padres antes de subir con sus cortas patas hasta su cuarto. Sin desenvolver el regalo, uso el paquete para llegar hasta la ventana de su cuarto. La abrió y saltó al vacío.

martes, 11 de marzo de 2008

Mierda

Allí estaba yo, debajo de ese monte oloroso y putrefacto, acongojado ante su presencia. Al echar la vista atrás, estaba todo el mundo que no creía en mí. Y se reían. Miré al frente, y mareado por el olor, empecé a recordar lo patético de mi existencia. Casi nada más nacer la mayoría de mi vida estaba hecha. Estudiar, trabajar, ser un buen y honrado ciudadano, y morir apaciblemente en un hospital con edad avanzada. Mi niñez no había sobresalido en nada. Igual que todas.

La pestilencia del monte que estaba delante de mí me sacó de mi momentánea ensoñación. Volví a echar mi mirada hacia atrás, hacia aquellos y aquellas que no creían en mí. Y se reían. Decidí volver a pensar en mi vida anterior. Parecía menos deprimente que ahora, que se presentaba ante mí en forma de una elevación esperpéntica, decrépita y apestosa. Mis estudios habían sido normales, no muy brillantes pero iba sobreviviendo. De una forma u otra, conseguí acabar mi formación obligatoria, y ahora empezaba la "opcional". Igual que casi todos.

Volví a mirar hacia atrás, sólo por ver si la gente que no creía en mí se había cansado de fijarse en lo que ahora era mi cuerpo. Pero se reían, de modo que preferí seguir mirando hacia delante, con resignación. Y me tocó pensar en el futuro. Un futuro yermo, sin posibilidad de elección real. Nací con mi vida prediseñada, obligado a aprender, asentir y callar...

Y me cansé. Olvidé todo lo aprendiendo. Prejuicios, estereotipos, jerarquías, amores, odios. Una rabia se creó en lo más profundo de mi ser y movido por un nuevo ansia, empecé a escalar aquella elevación hedionda. Mis manos se llenaron de una miseria marrón y viscosa. La mierda salpicaba mi cara, brazos y cuerpo. No sé cuanto tiempo estuve escalando. Quizá fueron diez minutos. Quizá un mes. Pero no me importó. Por primera vez era dueño de mi vida. Y alcancé la cumbre. Estaba cubierto por la mierda. Estaba cansado. Pero, por encima de todo, estaba feliz. Y ahora era yo quien, mirando a los que nunca habían creído en mí, sonreía. No una sonrisa de venganza sino una sonrisa de satisfacción personal. Clavé en la cumbre mi bandera, una bandera negra, del mismo color que el fondo de mi corazón. Y sonreí. Me agaché y, agarrando un gran puñado de esa materia fecal, se lo arrojé a ellos. A los que nunca creyeron en mí. A los que se rieron cuando intenté hacer de mi vida lo que quise, es decir, intenté hacerla mía. No vi la reacción en sus caras. No sé si se fueron al ver que mi proyectil les salpicaba o si simplemente se quedaron, riéndose de mí. No lo vi porque no me interesé por ello.

Cogí mi bandera y seguí camino, riendo a carcajada limpia mientras me alejaba en sentido opuesto al precipicio. Riéndome de aquellos que nunca serían capaces de ver más allá de la montaña de mierda que es la vida que pretenden vendernos empaquetada. Había echado un pulso a mi mismo y a gran cantidad de estereotipos, prejuicios, jerarquías, amores y odios y había ganado. Pero todo ello carecería de relevancia si no fuera porque, por primera vez en mi vida, era realmente feliz, pues mi felicidad no se basaba en objetos materiales, si no en la realización personal y en la libertad de poder elegir. Y esos fueron los pensamientos que poblaban la cabeza mientras, conforme se alejaba la fragancia del precipicio, yo seguía haciendo camino.

lunes, 10 de marzo de 2008

Te amo

¡Qué extraña y exótica sonaste en mi cabeza aquélla primera vez! Tan misteriosa, tan peligrosa... Si, peligrosa sería la palabra exacta. Tantas personas te temían que te observé, desde la distancia, con prudencia y reserva. Tantas voces se proclamaban en tu contra... Infundías tanto miedo en tanta gente... Me avergüenza pensar que llegué a repudiarte, o a alzar comentarios contra ti. Me sonroja ahora mismo verme en aquella época a mí, de esa guisa. Sin embargo forma parte de mi pasado, mis años mozos. Cabeza loca.

Me rondó otra. Y caí, presa de sus encantos. Con ella todo parecía tan fácil... Y la gente tampoco hablaba mal de ella. Estaba bien posicionada, pese a que pretendía dar un aspecto desaliñado. La gente me sonreía entusiasmado cuando conocían mi nueva compañía. Hasta que la conocí. Al principio no me asusté tanto al conocer sus secretos. Todos cometemos errores, ¿No? Aunque más tarde, escapé, ahuyentado. No sabía a dónde ir, qué hacer con mi vida. La confusión golpeaba mi sien. ¿Qué hacer? ¿A quién acudir? Me sentí desamparado. Desnudo entre un río de gente. Solo en un baile donde todos tienen pareja. Desamparado. Hundido.

Y volví a saber de ti. Te volví a conocer. Quizá con mayor recelo, todavía influido por la opinión que la gente que tiene de ti. Fui conociéndote poco a poco. Tu forma perfecta, tu rostro deslumbrante. Tu maravillosa cabeza. Y empecé a amarte. Otra vez volvía a tener pareja de baile. Me proporcionaste un bañador para nadar entre esa marea de gente. Me diste alas. Aquella felicidad que me proporcionaste entonces, ese calor... que todavía hoy perdura. Y que espero no se enfríe. No sólo has dado sentido a mi vida. Has hecho que gran parte de las cosas que he hecho o pensado hasta ahora cobren sentido. Te amo. Te quiero. No contemplo una vida sin ti. La sola idea de abandonarte hace que me entren escalofríos. Daría la vida por ti. Daré la vida por ti. Sueño con un mundo, los dos, viendo el amanecer. Contemplando las estrellas, pasando frío un día de invierno o mojándonos bajo la lluvia. Y contemplarte. Sentir que te amo y que no puedo vivir sin ti. Y ser feliz al saber que tú si que puedes hacerlo sin mí. Eres lo que me da fuerza en momentos de flaqueza. Aquella razón por la que me levanto por las mañanas, y lo que sueño cuando me acuesto. A lo que aspiro, y por lo que suspiro. Y nunca me cansaré de decirte que te amo... anarquía.

sábado, 8 de marzo de 2008

El buque de los necios.

por Ted Kaczinsky.

Érase una vez un capitán y sus oficiales que se volvieron tan presumidos, tan llenos de arrogancia y tan pagados de sí mismos, que se volvieron locos.

Pusieron rumbo al Norte hasta encontrarse con icebergs y témpanos peligrosos y, a pesar de ello, mantenían la misma dirección adentrándose cada vez más en las gélidas y temibles aguas, únicamente para darse el gusto de demostrar su pericia en tan temeraria navegación.

Como quiera que el barco se acercaba más y más al Norte, los pasajeros y la tripulación mostraban cada vez mayor inquietud, y comenzaron a debatir entre ellos y a quejarse de sus condiciones de vida.

-¡Que me zurzan si este no es el peor viaje que he realizado en mi larga vida de marino! La cubierta está resbaladiza por el hielo; cuando estoy de vigía, el viento helado me introduce el frío hasta los huesos; cada vez que tengo que arriar velas, se me congelan los dedos, y todo por cinco miserables chelines al mes.

-¡Tú te crees que estás mal! ¿verdad? ¡Yo por el frío no puedo ni dormir ya que en este barco a nosotras no nos dan las mismas mantas que a los hombres! -le espetó una pasajera. ¡Es una injusticia!

Un marinero mejicano exclamó: -¡Hijo de la gran chingada! A mi sólo me dan la mitad de sueldo que le dan a los gringos y, encima, la comida que me sirven es menos que la que dan a un anglo, con la falta que me hace para mantenerme mínimamente caliente aquí y, lo peor de todo, es que siempre nos dan las órdenes en inglés, en vez de en español.

-¡Yo tengo más razón que nadie para quejarme! exclamó un marinero indio. Si los rostros pálidos no nos hubieran robado nuestras tierras y riquezas ancestrales, no estaría ahora en este barco en medio de vientos árticos e icebergs. Estaría en una canoa remando en un plácido lago. ¡Merezco una compensación! Como mínimo, el capitán debería dejarme organizar unas partidillas de dados para ganar algún dinero.

Habla el contramaestre diciendo: -¡Ayer el segundo oficial me llamó marica! Sólo porque a mí me guste chupar pollas, no es razón para que me insulten.

-¡No sólo los humanos sufren maltrato en este barco! -dijo con indignación un pasajero amante de los animales. Sin ir más lejos, la semana pasada vi al tercer oficial darle dos patadas al perro del barco.
Uno de los pasajeros, que era profesor de Universidad, retorciéndose las manos, exclamó: ¡Todo esto es terrible! ¡Es inmoral! ¡Es racismo, sexismo, crueldad, homofobia y explotación de los trabajadores; es discriminación! ¡Necesitamos justicia social! ¡igualdad para el marinero mejicano, sueldos más altos, compensaciones para el indio, igual trato para hombres y mujeres, derechos formales para chupar pollas y no más patadas al perro!

-¡Sí! ¡Sí! -gritaron todos los pasajeros -¡Ahí, ahí! -gritaba la tripulación. -¡Es discriminación! ¡Tenemos que demandar nuestros derechos!
El grumete carraspeo: -¡Todos tenéis buenas razones para quejaros! Pero a mí me parece que lo que tenemos realmente que hacer es dar la vuelta y dirigirnos al sur, porque si seguimos este rumbo tarde o temprano seguro que naufragaremos y, entonces, tus salarios, tus mantas y tu derecho a chupar pollas no valdrán para nada porque nos ahogaremos todos.

Pero nadie le hizo el menor caso, porque sólo era un grumete.
El capitán y sus oficiales que desde el castillo de popa habían estando escuchando y observando la escena, ahora sonreían y se guiñaban el ojo.
El capitán hizo un gesto al tercer oficial, y éste bajó del castillo de popa hasta donde se encontraba la tripulación y pasajeros, mezclándose con ellos con un andar chulesco. Poniendo una expresión seria rompió a hablar.

-Nosotros los oficiales hemos de admitir que han ocurrido hechos inexcusables. No nos habíamos dado cuenta de la gravedad de la situación hasta no haber oído vuestras quejas. Somos gente de buena fe y queremos ser justos con vosotros ¡pero, como sabéis, el capitán es un poco conservador y quizá habría que pincharle un poco para poder conseguir algún cambio sustancial! En mi opinión si protestáis contundentemente, siempre que sea pacíficamente, podremos mover al capitán de su inercia y forzarle a afrontar los problemas de los que tan justamente os quejáis.

Después de haber dicho esto, el tercer oficial se dirigió al castillo de popa. Mientras se alejaba, los pasajeros y la tripulación le gritaban: ¡Moderado! ¡Reformista! ¡Neoliberal! ¡Lacayo! Pero aun así, hicieron lo que él les dijo.

Los pasajeros se juntaron frente al castillo de popa y entre gritos e insultos, demandaron sus derechos a los oficiales.

-¡Yo quiero recibir órdenes en castellano!- gritó el mejicano.
-¡Demando mi derecho a poder organizar partidas de dados! -gritó el marinero indio. -¡Quiero que me dejen de llamar marica! -exclamó el contramaestre. -¡Que dejen de dar patadas al perro! -gritó el amante de los animales -¡La revolución ahora! -chilló el profesor.

El capitán y los oficiales, se reunieron y deliberaron durante varios minutos, guiñándose el ojo, asintiendo con la cabeza, sonriéndose unos a otros todo el rato.

A continuación, el capitán se dirigió a la barandilla del castillo de popa y con grandes muestras de benevolencia anunció que al mejicano se le subiría a dos tercios del sueldo de los anglos y la orden de arriar velas se la darían en castellano, las pasajeras recibirían una manta más, que el marinero indio podría organizar partidas de dados los sábados a la noche, que al contramaestre no se le llamaría marica si chupara pollas en la intimidad y nadie podría dar patadas al perro, excepto si roba comida.
Los pasajeros y la tripulación celebraron estas concesiones como una gran victoria, pero a la mañana siguiente volvieron a estar insatisfechos.
¡Seis chelines al mes es poco dinero! Cada vez que arrío velas se me congelan los dedos -refunfuñaba el marinero. ¡Y todavía no gano lo mismo que los anglosajones, ni me dan suficiente comida para este clima -se quejó el marinero mejicano. ¡Las mujeres no tenemos mantas suficientes! -dijo una pasajera. Los otros miembros de la tripulación y pasajeros protestaban de forma similar y el profesor les azuzaba.

Cuando habían finalizado sus quejas, el grumete tomó de nuevo la palabra y hablando en alto, para que el personal no pudiera no darse por enterado dijo:

¡Es terrible dar patadas al perro, porque robe un poco de comida de la cena, y el que las mujeres no tengan igual número de mantas o que al marinero se le congelen los dedos, y no veo por qué el contramaestre no puede chupar pollas si le da la gana, pero: ¡mirad cuántos icebergs hay ahora! Y cómo sopla cada vez más el viento. ¡Tenemos que dar la vuelta e ir hacia el Sur, porque como sigamos al Norte seguro que naufragaremos y moriremos ahogados.

-Sí, sí -dijo el contramaestre. ¡Es terrible que sigamos al Norte, pero ¿por qué tengo que chupar pollas en el armario? ¿por qué me llaman marica? ¿acaso no soy igual que los demás?

-Seguir al Norte es terrible, es precisamente por eso que las mujeres necesitamos más mantas ¡ahora!

-Es verdad! -dijo el profesor- yendo al Norte nos ponen en dificultades, pero cambiar el rumbo al Sur no sería realista. ¡No se puede dar la vuelta al reloj!. ¡Tenemos que buscar una forma madura de enfrentarnos a la situación!

¡Mira! -dijo el grumete- si dejamos en el castillo de popa a esos cuatro locos seguir con lo suyo, nos ahogaremos todos, pero si sacamos el barco del peligro, podremos preocuparnos después de las condiciones de trabajo, las mantas para las mujeres y el derecho a chupar pollas, aunque primero tenemos que dar la vuelta al barco. Si nos juntarnos algunos y preparamos un plan de acción con coraje, podremos salvarnos; no haría falta mucha gente: con seis u ocho lo podríamos llevar a cabo. Podríamos tomar el castillo de popa, echar a esos colgados por la borda y dirigir el barco al Sur.

El profesor levantó su nariz y dijo severamente-. -¡No creo en la violencia! ¡Es inmoral! -No es ético utilizar la violencia jamás -dijo el contramaestre. -¡Desconfío del uso de la violencia! -dijo una pasajera.
El capitán y sus oficiales habían estado observando toda la escena, y a una señal del capitán, el tercer oficial volvió a bajar a cubierta, y mezclándose entre los pasajeros, dijo: Todavía quedaban muchos problemas en el barco, hemos logrado importantes avances. Pero aún siguen siendo duras las condiciones de trabajo para los marineros, el mejicano no gana todavía igual que los anglosajones, las mujeres aún no tienen las mismas mantas que los hombres, el derecho a poder organizar partidas de dados los sábados es, ciertamente, una pobre compensación por el robo de las tierras a sus antepasados, es injusto que el contramaestre deba chupar las pollas en el armario y que el perro se sigua llevando patadas de vez en cuando. Creo que hay que presionar un poco más al capitán. Sería de gran ayuda si hicierais otra protesta, siempre que ésta no sea violenta.

Mientras el tercer oficial volvía al puesto, todos le insultaban pero, al final, hicieron lo que éste propuso.

El capitán, una vez escuchadas sus quejas, se reunió con sus mandos en conferencia, durante la cual se guiñaron el ojo y sonrieron abiertamente; entonces se fue hacia la barandilla del castillo de popa y anunció que a los marineros le darían guantes para mantener las manos calentitas, el mejicano recibirla tres cuartas partes del salario de los anglosajones, a las mujeres se les entregaría otra manta más, al marinero indio le dejarían organizar partidas de dados los sábados y domingos y al contramaestre le dejarían chupar pollas en público a partir de¡ anochecer y nadie podría darle patadas al perro sin un permiso especial del capitán.
Los pasajeros y la tripulación quedaron extasiados con esta gran victoria revolucionaria, pero a la mañana siguiente, de nuevo se sintieron insatisfechos y comenzaron otra vez a quejarse de lo de siempre.
Entonces, el grumete empezó a irritarse y les gritó:

¡Malditos necios! ¿no veis lo que hacen el capitán y sus mandos? Os tienen ocupados con vuestras quejas triviales de mantas, salarios, mamadas y el pobre perro, para que no penséis que lo que realmente va mal en este buque, es el hecho de que cada vez vayamos más al Norte y que todos moriremos ahogados. Si únicamente alguno de vosotros despertarais y atacásemos juntos el castillo de popa, podríamos virar en redondo y salvarnos. Pero lo único que hacéis es quejaros de cosas banales como el juego de los dados, chupar pollas o las condiciones de trabajo.

¡Banales! -gritó el mejicano. ¿Tú crees razonable que yo cobre un cuarto menos de salario que un gringo?, ¿es eso insignificante? -¡Cómo puedes llamar a mi queja algo trivial! -gritó el contramaestre. ¡No sabes lo humillante que es que te llamen maricón. -¡Pegar al perro una cosa sin importancia! -espetó el defensor de los animales. ¡Es cruel, inhumano! ¡Brutal!

¡Vale pues! -dijo el grumete. Estos problemas no son insignificantes ni triviales; pegar al perro es cruel y brutal, y es realmente humillante que te llamen maricón, pero la magnitud de nuestro problema principal, el hecho de que el barco cada vez vaya más al Norte, hace que estas quejas se conviertan en insignificantes y triviales. ¡Porque si no damos la vuelta al buque todos moriremos ahogados!

-¡Fascista! -le llamó el profesor. -¡Contrarrevolucionario! -le gritó la pasajera.

Y todos los demás pasajeros y miembros de la tripulación comenzaron a tachar al grumete de fascista y contrarrevolucionario y echándole a un lado, siguieron hablando de salarios, igualdad de mantas, derechos a hacer mamadas en público y de los malos tratos al perro. Mientras tanto, el barco, que seguía rumbo al Norte, después de un breve lapso quedó atrapado entre dos icebergs, muriendo todos ahogados.