jueves, 27 de marzo de 2008

Ruido

Ya no sabe dónde vive ni quién es. La única idea que puebla su mente es una : protegerle. Multitud de estruendos penetraban en la estancia procedentes del exterior. Ruidos agudos, graves, destructores, penetrantes, agonizantes y mortales se introducían en el cerebro y partían el alma.

Se encontraba en las ruinas del segundo piso de lo que una vez fue su casa, con su figura sentada en el suelo. Suspiraba compulsivamente, pugnando por no dejar soltar las lágrimas que llevaba largo rato reprimiendo. No quería llorar. No delante de su hijo recién nacido, al que abrazaba y consolaba. No le miraba, pero debía de estar llorando, pues notaba húmedas sus manos.

Pese a estar anocheciendo, se podía ver claramente el paso de los aviones. Afuera se oían gritos y disparos. Podía escuchar de forma nítida los aullidos de los moribundos, las órdenes de los altos cargos, el sonido de edificios al derrumbarse... Solo había una cosa que hacía rato que ya no escuchaba.

La puerta, que milagrosamente había permanecido en pie junto con buena parte de esa pared, se abrió bajo el peso de una enorme bota. Una cabeza con casco se asomó un instante.

- ¡Joder! ¡Lleva una bomba en un paquete!

-¡Dispara!

Una figura traspasó con rapidez el umbral de la puerta, apuntando con un rifle. Un solo disparo salió del arma. Una sola bala bastó para acabar con su vida. Penetró en su cabeza y salió por el lado opuesto, dejando tras de sí una estela de sangre y muerte. El cuerpo inerte cayó de espaldas, y el paquete cayó al suelo.

Dos hombres entraron en la habitación, con los rifles apuntando en todas las direcciones.

Uno de los dos se agachó hasta el cuerpo.

- Objetivo eliminado.

- ¿Y la bomba?

- Es un niño. Por el aspecto debe de llevar cerca de dos o tres horas muerto.

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