viernes, 14 de marzo de 2008

El rey de la nada

Unos pasos guiados por el odio te mueven. Buscas una presa. No te importa mucho quien sea, aunque tienes la imagen ante ti de alguien a quien te han dicho que debes odiar. La calle sigue lóbrega, igual que hace 2 o 3 horas. Las farolas están destrozadas, pero no te es difícil moverte por una calle que conoces de memoria. Tu mente recrea una sucesión de imágenes violentas, con el fin de descargar adrenalina. Y mezclas esas imágenes con ese estereotipo de personaje odioso. Ves su pelo, su ropa, escuchas su música. Prefieres no ponerle cara, para que pueda ser cualquiera, para no perder tu sangrienta inercia. Hoy por fin vas a darle su merecido a... Bueno, ¿Qué importa quien sea? Hoy alguien recibirá su merecido. Hace tiempo que te separaste de tus amigos, pues se habían ido todos a casa. Y, en parte, lo preferías. Te habías convertido en el rey de una calle desierta, oscura y lóbrega. Eras el emperador del mundo. De tu mundo.

Y por fin distingues a tu objetivo. A causa de la cantidad de alcohol (y quién sabe qué otras sustancias) ingerido no distingues si es o no ese prototipo de persona odiada. Y, a fin de cuentas, te da lo mismo. Saltas sobre él, lo reduces, y comienzas con tu bendita matanza. Tus puños descargan ese fanatismo inculcado desde hace largo tiempo. No paras de golpear, ni siquiera cuando su cara se vuelve irreconocible. Ni siquiera cuando su sangre salpica tu cara. No distingues si es hombre o mujer, y su ropa, al igual que la tuya, está llena de sangre. Hace tiempo que no hace ningún movimiento, pero eso no te detiene. Nunca quisiste golpear a nadie en concreto, sólo querías golpear. Descargaste tu violencia, ¿Qué más da el objetivo? Hoy una persona no volverá a su casa siendo la misma de la que salió. Esta persona, que es (fue) un ser humano más, que igual no hizo daño a nadie, que a lo mejor pensaba como tú. O igual no. Igual podrías haberle hablado sobre lo que tú pensabas. Igual hubieras aprendido algo de ella, del mismo modo que ella de ti. De todos modos, poco importa ahora, pues tienes manchadas las manos de sangre. Una sangre que no sabes a quien pertenece. Una sangre de alguien que murió porque descargaras la rabia que crea una existencia basada en conceptos absurdos.

Pero prefieres no pensar en eso. Total, ya estás tranquilo. ¿Para qué darse la barrila? Te mareas al ver el cuerpo destrozado, y vomitas sobre él. Su sangre se mezcla con tu vómito, haciendo que la cara se vuelva todavía más irreconocible. Y te vas, dando tumbos. Alejándote de tu reino, camino de tu casa, dejas atrás a una persona muerta por un fanatismo absurdo, que tuvo la mala suerte de cruzarse en los dominios de un soberano desquiciado.

No hay comentarios: