martes, 11 de marzo de 2008

Mierda

Allí estaba yo, debajo de ese monte oloroso y putrefacto, acongojado ante su presencia. Al echar la vista atrás, estaba todo el mundo que no creía en mí. Y se reían. Miré al frente, y mareado por el olor, empecé a recordar lo patético de mi existencia. Casi nada más nacer la mayoría de mi vida estaba hecha. Estudiar, trabajar, ser un buen y honrado ciudadano, y morir apaciblemente en un hospital con edad avanzada. Mi niñez no había sobresalido en nada. Igual que todas.

La pestilencia del monte que estaba delante de mí me sacó de mi momentánea ensoñación. Volví a echar mi mirada hacia atrás, hacia aquellos y aquellas que no creían en mí. Y se reían. Decidí volver a pensar en mi vida anterior. Parecía menos deprimente que ahora, que se presentaba ante mí en forma de una elevación esperpéntica, decrépita y apestosa. Mis estudios habían sido normales, no muy brillantes pero iba sobreviviendo. De una forma u otra, conseguí acabar mi formación obligatoria, y ahora empezaba la "opcional". Igual que casi todos.

Volví a mirar hacia atrás, sólo por ver si la gente que no creía en mí se había cansado de fijarse en lo que ahora era mi cuerpo. Pero se reían, de modo que preferí seguir mirando hacia delante, con resignación. Y me tocó pensar en el futuro. Un futuro yermo, sin posibilidad de elección real. Nací con mi vida prediseñada, obligado a aprender, asentir y callar...

Y me cansé. Olvidé todo lo aprendiendo. Prejuicios, estereotipos, jerarquías, amores, odios. Una rabia se creó en lo más profundo de mi ser y movido por un nuevo ansia, empecé a escalar aquella elevación hedionda. Mis manos se llenaron de una miseria marrón y viscosa. La mierda salpicaba mi cara, brazos y cuerpo. No sé cuanto tiempo estuve escalando. Quizá fueron diez minutos. Quizá un mes. Pero no me importó. Por primera vez era dueño de mi vida. Y alcancé la cumbre. Estaba cubierto por la mierda. Estaba cansado. Pero, por encima de todo, estaba feliz. Y ahora era yo quien, mirando a los que nunca habían creído en mí, sonreía. No una sonrisa de venganza sino una sonrisa de satisfacción personal. Clavé en la cumbre mi bandera, una bandera negra, del mismo color que el fondo de mi corazón. Y sonreí. Me agaché y, agarrando un gran puñado de esa materia fecal, se lo arrojé a ellos. A los que nunca creyeron en mí. A los que se rieron cuando intenté hacer de mi vida lo que quise, es decir, intenté hacerla mía. No vi la reacción en sus caras. No sé si se fueron al ver que mi proyectil les salpicaba o si simplemente se quedaron, riéndose de mí. No lo vi porque no me interesé por ello.

Cogí mi bandera y seguí camino, riendo a carcajada limpia mientras me alejaba en sentido opuesto al precipicio. Riéndome de aquellos que nunca serían capaces de ver más allá de la montaña de mierda que es la vida que pretenden vendernos empaquetada. Había echado un pulso a mi mismo y a gran cantidad de estereotipos, prejuicios, jerarquías, amores y odios y había ganado. Pero todo ello carecería de relevancia si no fuera porque, por primera vez en mi vida, era realmente feliz, pues mi felicidad no se basaba en objetos materiales, si no en la realización personal y en la libertad de poder elegir. Y esos fueron los pensamientos que poblaban la cabeza mientras, conforme se alejaba la fragancia del precipicio, yo seguía haciendo camino.

1 comentario:

RATA SUIZIDA dijo...

Esperaba que les tiraras mierda (lo suponía antes de leerlo)
Yo aun me encuentro escalando ese monton de mierda, que salpica y que huele, voy demasiado lenta y puede ser que me transforme en ella si no logro llegar hasta arriba para sonreir de satisfacción y superación personal.

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