domingo, 4 de mayo de 2008

Menú

Hoy estoy altamente animado. Quiero salir a la ventana y gritarle al mundo que es un gran día, quiero mostrar mi felicidad al mundo. Todo es perfecto. Necesito hacer algo, encaminar mi optimismo hacia algo práctico. Y pienso que nada mejor que una buena comida invitando a mis amistades más íntimas para celebrarlo. Voy hacia tu habitación, que hoy me parece más alegre que nunca, y me acerco hacia mi agenda, para pasar páginas con esa sonrisa estúpida que se te queda en la cara cada vez que tienes una idea brillante y estás con los preparativos para llevarla a cabo.

No obstante, me doy cuenta una vez que abro el cuadernito donde guardo todos los números de teléfono, que este es un día demasiado especial como para llamar a cualquiera. Dos personas ocupan siempre mi mente, personas a las que quiero en lo más profundo y que no quiero que se pierdan mi felicidad.

No necesito consultar nada para llamarles. Sé sus números de memoria. Tecleo con gracia y al poco rato, suena el pitido que me indica que el teléfono de mi primer invitado estará sonando en estos momentos. Al poco rato se oye una voz ya muy familiar para mi.

- ¿Sí?

- ¡Ey! ¡Buenos días! He pensado en hacer una comida en mi casa, cocino yo -mi voz suena más animada de lo que recordaba desde hace mucho tiempo-. ¿Qué te apetecería comer? Había pensado en una pasta con champiñones...

- ¡Quita, quita! En la tele han dicho que eso es malísimo para el hígado.

- Vaya... ¿Qué quieres comer entonces? -no me desanimo a pesar de la poca aceptación que ha tenido mi plato.

- Mierda frita. Han dicho en ese mismo programa que es excelente para el organismo, aunque nunca he comido.

- ¿Perdón?

- Si, ya sabes, mierda frita. Yo creo que estará bien.

- Esto... bueno, ahora llamo a Inés y le pregunto. Luego te llamo Gustavo.

Cuelgo el teléfono, algo contrariado. Espero que mi amiga sea más sensata a la hora de elegir menú. Tecleo, de nuevo con rapidez, y al rato suena la voz de Inés.

- ¿Diga?

- Hola cariño, soy yo. Una cosa, ¿Hoy comida en mi casa? Cocino yo. Vendrá también Gustavo.

- Claro, estará bien -noto su voz tan animada, que de nuevo vuelvo a sentirme feliz, olvidando la extraña conversación anterior-. ¿Qué habías pensado cocinar?

- Pues pasta con champiñones. Aunque si te digo lo que me ha propuesto Gustavo...

- De ese chico me espero lo que sea -oigo su risa a través del auricular.

- ¡Mierda frita! ¿Te lo puedes creer? -el auricular me deja oír otra estridente carcajada.

-¡Siempre será el mismo cafre! ¡Con lo buena que está cocida!

- ¿Cómo?

- Que cualquiera saber que la mierda como mejor saber es cocida. Lo dicen en todos lados, aunque nunca la he probado. ¿Qué te parece si lo hacemos para esta tarde?

- Eu... esto... bueno, ya veré.

Cuelgo, completamente confuso. Pienso en llamarles para cancelar la comida, pues me siento sun fuerzas. No obstante, una divertida idea cruza mi mente. Les llamo, para confirmar la comida, y me pongo manos a la obra. Voy hacia la cocina y enciendo un fuego, poniendo encima una sartén con aceite. Antes de que hierva, cojo un plato, lo dejo en el suelo, me siento y vacío en él el desayuno, de la forma que siempre se ha hecho. Una vez finalizada mi obra, con un cuchillo, divido el producto en dos, y lanzo una mitad a la sartén, donde el aceite está hirviendo. Me pongo un trapo para poder respirar, pues el hedor es insoportable. Después, introduzco la otra mitad en una olla llena de agua, que está ya hirviendo. Una vez que el alimento de la sartén se ha terminado de hacer, lo saco y lo dejo en el plato, aunque tapándolo con la sartén, para que no se vaya el calor. Después, pongo la olla a funcionar. Por otra parte, me preparo mis espaguetis con champiñones, como siempre los he hecho. Está todo listo.

Vienen mis amigos, y los recibo con besos y abrazos. Me preguntan que a qué huele, y les digo que es una sorpresa. Al sentarse en la mesa, saco mis espaguetis con champiñones, y sus ojos se encienden, llenos de hambre y deseo. No obstante, les digo que para ellos he reservado la mejor parte. Después, saco el plato, con la sartén encima, y se lo tiendo a Gustavo, que lo mira con una sonrisa que camufla su decepción y asco. Inés no puede para de reír, aunque su sonrisa se transforma en arcada cuando ve que su plato no es mejor. Tras servirme una buena ración de mi comida, cojo mi vaso, lo alzo y brindo:

- Por las buenas decisiones.

Durante toda la comida, Gustavo e Inés tenían que ir al baño a cada bocado. Sí, definitivamente, aquél era un día alegre.

No hay comentarios: