viernes, 9 de mayo de 2008

Y la rana...

¿Qué siento? Es una buena pregunta, que me hago a mí mismo, mientras sigo sin distinguir con exactitud qué es real y que no. En mi habitación se mezclan con descarada sorna un sapo, grande, y que cambia de color constantemente, me observa con grandes ojos de colores; una cama que no recuerdo nunca haber visto allí, sobre la que se asienta la rana, cual rey sobre su trono; un sol; una carta. Veo que la rana habla, pero no puedo oírla. Me siento lejos de la habitación. Mi cabeza me duele de forma un poco leve, aunque tengo esa sensación de que hay una vena golpeando tu sien de forma periódica, casi hipnótica.

Me veo gritando, agarrándome la cara, como si al arrancarla fuera a conseguir mitigar mi sufrimiento. Me siento, en una esquina, de rodillas, de espaldas a una realidad ficticia que me mata. Noto una zarpa, quizá de lobo, que me toca en el hombro. Al girarme soy incapaz de ver la cara del animal. Solo veo su sonrisa. No, es imposible que sea una sonrisa macabra. Recuerdo que una vez, de niño, alguien me dijo que al menos alguien que sonríe de forma macabra por lo menos es sincero. Aunque, ahora que medito, quién sabe si de verdad lo he vivido o no. La cabeza me duele un poco más que antes, y la vena ha crecido.

Pensar que ahora toda mi realidad es un sapo multicolor encima de una cama imaginaria me deprime, hasta el punto de que me mordería las muñecas con el fin de acabar con lo que podríamos llamar vida si no fuera porque llevo una armadura. No había reparado en ello hasta ahora. Es reluciente, de esas que creo que veía en los tebeos de valientes caballeros que salvan a damas. Aunque no recuerdo haber salvado a ninguna. No obstante, tendré que cambiarme la armadura, veo que en la zona de las muñecas, hacia donde iba a enfocar mi suicida dentellada, está muy abollada. La cabeza me duele bastante, y la vena golpea mi cabeza como si fuera un martillo.

Me giro hacia la cama, y veo que el sapo se ha girado, para mirarme. Sus grandes ojos me miran y me hipnotizan. Veo a personas pasando delante de ellos. Distingo a mis padres, que me miran y sonríen. Creo que hay más gente conocida, pero soy incapaz de distinguirlos. Veo como todos juegan en un precioso jardín, compuesto por árboles frondosos y coloridas flores. Todos ríen y juegan. Todos menos yo. "¡Quiero jugar!", grito. Me derrumbo nuevamente en el suelo, mientras lloro. Mis lágrimas son flores muertas. Quizá antes formaran parte del precioso jardín donde jugaban mis seres queridos. La cabeza me va a estallar.

Al sollozar, veo que la rana ahora simplemente es roja. Un rojo intenso, pero apagado. Me mira, triste, como intentando hacerme ver el preludio de lo que va a ocurrir. Ahora veo al lobo, con una bata blanca. No sé si antes sonreía, pero ahora es indudable que no lo hace. Ahora distingo su cara. Me mira con lástima. Veo a la rana, cuyo color se apaga, hasta quedarse de color gris. También ella me mira con pena. Chasquea los dedos y unas enredaderas se alzan y me coge de los brazos. Noto como mi armadura se deshace y se convierte en polvo que desaparece. Me siento atrapado por las plantas. Me giro violentamente, tratando de zafarme. La rana ha desaparecido, ahora solo está la cama. Veo que a mis brazos nunca los he visto, ya que están atrapados por una camisa de fuerza. No es una enredadera la que me sujeta, si no dos personas de blanco. El lobo ha perdido el pelo, y sostiene una jeringuilla con la que me apunta. Se clava en mí y todo cambia. La verdad es que la sensación es curiosa...

¿Cómo me siento? Me pregunto, mientras veo una rana que cambia de color encima de una cama que nunca había estado allí.

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