jueves, 3 de abril de 2008

Innovaciones

Era una tarde cualquiera, y, espatarrado en el sofá, cambiabas de canal, aburrido, viendo sin mirar y oyendo sin escuchar. Fue entonces cuando lo viste. Un matiz, una señal. Tan sutil, que considerabas imposible que nadie más se hubiera fijado en ese pequeño detalle. Te levantas rápido del sofá, dispuesto a conseguir que tu idea tome forma. Tanto tiempo buscando tu estilo, y al final tantos esfuerzos van a dar su fruto. En tu mente ves tu semblante con la ropa y complementos que has imaginado, y la sensación es casi orgásmica. Tan original y a la vez sin llamar la atención, que crees que jamás a nadie se le ocurrirá.

Te vistes de forma rápida, poniéndote lo de siempre, aunque te consuelas pensando que esto será solo pasajero. Sales a la calle, y miras a la gente mientras avanzas. Todos iguales. Claro que tú también eres igual... de momento. Sonríes para tus adentros. Vas a ir en contra del mundo. Ya no recuerdas cuándo llegó tu inspiración, viendo una serie, algún programa de cotilleo o un anuncio. Y la verdad es que te importa poco.

Tu primera parada, una tienda de pelucas que casualmente habían abierto hacía poco al lado de tu casa. Al entrar, puedes observar que no hay mucha gente, y apenas tienes que guardar cola. Mientras aguardas, miras el escaparate, y dudas entre una estilo afro, de gran tamaño y color verde fosforito y otra un poco más corta, de color morado con cierto tono metálico y lisa. Tras un breve asesoramiento con el vendedor, escoges la verde. Solo han sido 70 euros y sales sonriente, aunque sin ponerte tu nuevo atuendo. Prefieres esperar a haber terminado.

Más tarde te acerdas a la óptica. También hay poca gente, a en poco rato estás ya hablando con el dueño. Te enseña varios modelos, y eliges uno, de unos 30 centímetros de largo, de finas rayas verdes y rojas sobre fondo blanco, y con los cristales tintados de azul. En realidad no sufres de ningún problema visual, pero llevar a cabo tu plan bien merece un esfuerzo. Bueno, eso y 700 euros por las gafas nuevas.

Ya tienes los complementos, y ahora solo necesitabas la ropa. Vas ahora al centro comercial. Tan lleno de ropa, libros, triángulos, comida y otros productos, que no tienes más remedio que sobrecogerte. Todo un abanico de atenciones que tenían un único y feliz fin, que compres. Al llegar no te entretienes a mirar, pues ya sabes qué quieres. Una gran chaqueta roja, con topos de diversos colores muy intensos. Una camisa blanca y una gran corbata roja, a juego. Unos pantalones azules extremadamente anchos, azules y con círculos de color amarillo. Tras esto, vas a la sección de zapatería, y adquieres unos grandes zapatos, al menos diez tallas mayores que lo que te correspondería, de un color verde. Todo por unos dos mil euros, pero los pagas encantado. Por fin serás distinto.

Vuelves a tu casa dando brincos discretos. Te acuestas en tu cama nervioso, con unas ganas tremendas de poder lucir al mundo tu nueva forma de ser. Aunque es en ese momento cuando empiezan tus temores. Qué te pasará si a la gente no le gusta. Si todos te miran y se ríen. Te atenaza la angustia.

A la mañana siguiente te levantas, todavía receloso, y vas al armario, donde sacas con temor del armario todo aquello que compraste ayer. Te pones los grandes pantalones, la camisa blanca sobre la cual descansa esa corbata de un tamaño desproporcionado. Te pones la chaqueta roja con topos de colores chillones, que te llega al tamaño de la rodilla. Te colocas las gafas, que son casi más largas que el ancho de tu cabeza. Por fin, te colocas la peluca y te miras al espejo. Tampoco te ves tan raro, y eso te da el último empujón para salir a la calle.

No obstante, en el ascensor se acentúan tus temores. Te ahogas ahí dentro, y te vienen arcadas. Maldices incesantemente la hora en la que se te ocurrió pensar que ser diferente era algo bueno. Te entran arcadas y acabas vomitando de puros nervios en el ascensor poco antes de que sus puertas se abran. Estás ya en la puerta y no hay vuelta atrás. Sales a la calle, tembloroso, esperando oír las risas, las burlas, los abucheos, y, en definitiva, la desaprobación de unas personas que no conoces de nada.

Empiezas a andar, despacio y temeroso. Al doblar una esquina, lo primero que ves provoca una gran contrariedad en ti. La marea humana rutinaria aparece con grandes pelucas, pantalones anchos, zapatos desorbitadamente enormes, gafas desproporcionadas, camisas, corbatas... Y todo ello de colores chillones a más no poder. Empiezas a andar, sonriente, consciente de que volvías a ser normal. Uno más. Mientras avanzas, piensas que quizá la señal que viste por la pantalla no fuera tan sutil como tú te imaginabas...

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