jueves, 8 de octubre de 2009

Payaso triste

Aquél día volvía a casa del colegio como cualquier otro. Con mis ocho infantiles años todo parecía nuevo. Con la seguridad que da la rutina, giré la esquina que me llevaba a mi portal. Y justo allí, en la puerta de mi edificio, había un payaso. Ya había visto muchos. En la tele, en el circo... Pero aquél era distinto.

Llevaba un disfraz de un color azul chillón y una gran pajarita morada brillante. La cara pintada de blanco y unos grandes labios gruesos de un rojo intenso estaban pintados sobre su cara en forma de una sonrisa. Una peluca roja y una nariz a juego. Estaba sentado, con las manos agarradas en las rodillas. A ratos tenía la mirada fija en el suelo. Otras veces se quedaba mirando el horizonte, como imaginándose lejos de allí. Lejos del mundo.

Pero no eran esos pequeños detalles lo que le diferenciaba especialmente del resto de payasos. Aquel payaso era el primero al que yo había visto llorar. Parte de su maquillaje estaba disuelto por las lágrimas, y la sonrisa dibujada quedaba macabra en contraste con la cara de tristeza de aquel hombre.

Por primera vez pareció darse cuenta de mi presencia. Se esforzó en sonreir, pero su intento terminó en una especie de balbuceo culminado por un sordo sollozo.

Titubeé, sin saber muy bien qué hacer. Con la inocencia que caracteriza la infancia, me acerqué.

-Hola -le saludé.

-Hola -contestó, de manera apenas audible.

-¿Por qué estás triste?

-¿Por qué crees que estoy triste?

-Estás llorando.

- Buena observación.

Se hizo un silencio incómodo, el primero que recuerdo en mi vida.

-Odio mi trabajo.

-¿No te gusta ser payaso?

-Antes sí. Lo adoraba. Las risas de los niños eran todo lo que necesitaba para saber que lo que hacía merecía la pena. ¿Pero sabes? No lo merece.

-A mí me gustan los payasos...

-Ahora sí, pero ¿Y cuando crezcas? ¿Te acordarás de mí? ¿De alguna actuación infantil? ¿Pensarás que te ha servido para algo? No lo creo.

-¿Por qué? -cada frase mía iba sumiendo al payaso en una depresión mayor, mientras yo veía que la conversación iba alcanzando una altura que con esa edad no tenía.

-Recuerdo mi primera actuación. Era el cumpleaños de un chico de cinco años, con melena rubia y unos preciosos ojos castaños. Aquél día fue el que más se río de todos los que actuaron, y me llevé un grato recuerdo y una foto de él encima de mí que siempre llevaba conmigo en todas las actuaciones. Pasaron los años y yo seguí, ilusionado con mi trabajo. Hasta que diez años después , dando un paseo por la noche encontré a un joven tirado en la acera. Se encontraba tumbado, únicamente con la cabeza apoyada en el bordillo. Los brazos abiertos, como esperando una explicación, y las piernas se encontraban en un ángulo que parecía imposible. Su jersey negro llevaba restos de lo que parecía su propio vómito, que se encontraba desperdigado en torno al cuerpo. Iba a seguir mi camino hasta que me fijé más en el chaval. Un chico con melena rubia y unos ojos inconfundibles. Me acerqué a él, le dije quién era, pero me apartó de su lado con un empentón, diciendo que le dejara en paz. Le mostré la foto y la hizo añicos. Me escupió y dijo que un payaso siempre era un payaso. Y encontes entendí que yo pertenezco a una parte de la vida que la gente cada vez más se esfuerza por dejar atrás y olvidar. Se avergüenza de haber pasado tiempo conmigo. A partir de ese día en cada niño veo un reflejo de aquél chico de melena rubia y ojos castaños, y en cada persona más mayor veo gente que pretende olvidar haberme conocido. Y me he cansado. La gente no merece tener una infancia. Y yo no quiero proporcionársela.

Hacía rato que yo ya estaba llorando, pero no aguanté más. Entré corriendo en el portal, desconsolado.

-¡No huyas de tu infancia! ¡No tengas miedo por crecer! ¡Pero sobre todo, hazte un favor a ti mismo y no destroces tu vida!

Hoy en día, recuerdo con cariño aquella anécdota. No porque creciera antes ni porque me aferrara más a la infancia. Tampoco supuso un punto de inflexión. Pero fue aquella conversación la que hizo que, hoy día, lleve más de treinta años dedicándome a algo que me hace tremendamente feliz. Soy payaso.

Obviamente me entristece que las personas olviden esa parte de su vida. O mejor dicho, que renieguen de ella y hagan como si no hubiera existido. Pero me gusta pensar que hay gente que puede recordar con cariño haber estado conmigo.

Y, por encima de todo, creo que todo el mundo tiene derecho a una infancia, por mucho que luego la desperdicie en la inútil carrera hacia el futuro, donde uno tiende a olvidar todo lo aprendido.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Tal vez no sea lo que pretendas, Pero puede tomarse como una metáfora; el chico, ya mayor, en realidad no es payaso si no que simplemente no olvida su infancia y procura que los que estén a su alrededor tampoco renieguen de ella y la disfruten.

Precioso.
Al mismo tiempo es un canto a la infancia y a cada una de las etapas de la vida que hemos de disfrutar, aprender de ellas y nunca olvidar.
Lo haces en forma de cuento casi sin nada más, como dejando que el lector se invente su propio trasfondo e invitando a pensar.
Es muy bueno.

Un beso

XxX

Pedroishere dijo...

Ayer mismo se lo comenté a Pilar y te lo comento a ti ahora. Tienes algo que envidio, y es esa capacidad de reducir a unos pocos párrafos una serie de sentimientos y sensaciones (yo, con mi síndrome de King, necesito cientos y cientos de páginas xD) En serio, en general están genial. Me gustó más el de la musa (o falta de ella) porque me pilló más "de cerca", pero este también tiene algo... especial.

Así que, si los relatos cortos son a la literatura lo que la masturbación al sexo, haz un favor a tus lectores y no dejes de machacártela nunca.

Abrazos!!

Sheik dijo...

Genial, precioso, una pequeña historia cargada de sentido.
Y de acuerdo con los dos anteriores comentantes, así que nada más que añadir n_n

Miguel Martínez dijo...

Me encanta. Sobre todo la diferencia entre un payaso ("La gente no merece tener una infancia. Y yo no quiero proporcionársela") y otro ("Y, por encima de todo, creo que todo el mundo tiene derecho a una infancia, por mucho que luego la desperdicie en la inútil carrera hacia el futuro, donde uno tiende a olvidar todo lo aprendido").

Sigue así ^^