viernes, 6 de marzo de 2009

Segundo

El viento enloquece mi pelo cuando camino, solitario, de vuelta a casa. No es muy tarde pero la calle está casi vacía. Algunas parejas vuelven del cine, de vuelta al hogar. Vagabundos beben latas de cerveza o cartones de vino barato mientras intercambian historias. La hoguera sobre la que narran parte de su vida, real o ficticia, es un símbolo de Ibercaja.

Desearía que lloviera. Poder alzar la cabeza hasta que gotas de agua fría resbalaran por mi mejilla. Otra vez. Mirar al cielo nublado con una sonrisa, mientras la humedad de mi piel helada me recuerda que estoy vivo. Otra vez.

La verdad es que un aire seco se me clava en el alma sin que yo pueda hacer nada. Otra vez. La fuerza del cierzo me impulsa en dirección contraria, imposibilitando como tantas otras veces mi avance. Otra vez. El pelo se me eriza y la boca se vuelve pastosa mientras cierro los ojos, imaginando que nada de eso es real.

Otras veces desearía que me atropellara un coche. Que mi cuerpo inerte se elevara hacia el cielo, descendiendo con brusquedad, destrozándome las articulaciones y tan vivo y tan pesado como un saco de boxeo. O que alguien me metiera una paliza sin motivo alguno. Una furiosa ráfaga de puñetazos y patadas. Que me dejaran exhausto, tirado en el suelo, sin esperanzas ni nada que mereciera la pena conservar. Rodeado de mi propia sangre coagulando. Que me destrozaran el tabique nasal de un codazo o que me rompieran los dedos uno a uno con un cascanueces.

Simplemente por hacer de el dolor algo tangible.

Algo solucionable. Una solución. Un medicamento. Una tirita. Vendas. Escayola. Pero algo con nombre, algo que poder contar, o medir. O al menos saber que no tiene remedio.

De vuelta, un hombre harapiento y tirado en el suelo, alarga la mano hacia un muro que tiene frente a él. No llega a tocar nada, y lo que quería tocar ni siquiera estaba ahí. Le miro durante un rato, meditando.

Al llegar a casa, tiro parte de la ropa que llevaba puesta sobre la cama, donde me siento. Me agarro el pelo con las dos manos, respirando profundamente. Me compadezco. Compadezco a aquellos que se acercan a mí. Lanzo una muda disculpa a la humanidad.

Y es entonces cuando soy consciente de que un Segundo pasa más lentamente de lo que parece.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora si lo puedo leer entero y no a trozos.
Impacta bastante más de esta manera.
Es simplemente genial.

XXX

Asco No Tipo Infancia De Rimbaud Oculto Gran A dijo...

joder esto es basicamente lo que
entra de putamadre en una banda de crust, no se si has oido ha amebix, pues yo he leido todo con amebix de fodo y que PUTA PASADA, si es que hasta tenia estribillo "para hacer el dolor tangible" oye que grande me ha molado