martes, 17 de marzo de 2009

Estrellas

El autobús avanza entre la selva de asfalto. Se balancea mínimamente y su movimiento patizambo produce modorra y tranquilidad a partes iguales. El Sol entra por la ventanilla contraria de donde yo me encuentro, de modo que mi cara se encuentra por fortuna lejos de sus rayos, aunque mi cuerpo no está lo suficientemente cerca como para sentir esa sensación de arropamiento que uno siente en sus mejores momentos. Estoy solo y casi todos los asientos se encuentran vacíos. Repantingado en mi asiento, observo pasar el tiempo lentamente, aunque yo no tengo prisa.

La música relaja mi mente poco a poco, y el calor y una voz tranquila me suman en un sopor que se niega a ser sueño. Veo mi vida ahora como si fuera en tercera persona. Mis problemas, mis alegrías y mis aspiraciones son sólo una visión borrosa que se difumina entre el remanso de paz en el que me hallo.

Tras la ventanilla veo el mismo paisaje calcado una y otra vez. Es la versión moderna de contar ovejitas. Observar como el mismo árbol se repite de forma secuencial a lo largo de un recorrido que estéticamente es siempre igual. Algún monte a lo lejos. Campos arados. Casas medio en ruinas. Campanarios. Señales. Humo.

La luz se apaga paulatinamente conforme el día se consume. El cielo se oscurece y parece que en él alguien enciende miles de pequeñas bombillas. Mis compañeros de viaje están demasiado inmersos en alguna conversación, en una sopa de letras o en la búsqueda del cartel que revele la cantidad de kilómetros que quedan para el regreso. Mis ojos, en cambio, no pueden apartar la vista del firmamento estrellado. Un momento para mí de parte de mí mismo. Mis sueños, tímido reflejo de lo que observo, parecen brillar con tierna dulzura entre la oscuridad.

Veo ahora todo con más tranquilidad. He cometido los suficientes errores en mi vida como para saber cuando estoy delante de uno. He disfrutado tanto que soy consciente en seguida de cuando un momento es, ha sido o será motivo de dicha. Sufrir se torna en ocasiones cotidiano. Pero es aquí, en mitad de la nada, tumbado y respirando aliviado, con la única preocupación de cuándo aparecerá el siguiente astro sobre el cielo, me doy cuenta de qué poco entiendo lo que realmente significa la palabra paz.

Llegando, las farolas iluminan el asfalto y el ajetreo de otra gran ciudad sacude mi momento de tranquilidad. Las estrellas desaparecen y lo que hacía brillar mi esperanza se apaga. Con la luz, se apagan las estrellas.