Esto ha sido un cúmulo de
casualidades. Yo me siento solo y vulnerable (el alcohol no deja de ser un
depresivo). Tú, en una casa que te es ajena. Estas noches pasadas, donde los dos somos invitados (yo de paso, tú permanente), he cerrado la
puerta para impedir tu entrada. Pero hoy los dos estamos huérfanos, y he
decidido dejarte pasar al cuarto que me ha sido asignado, y que es tuyo por
derecho.
Que me haya dado por escribir
unas líneas a estas horas es atípico, como lo es que hayas decidido subirte a
mi regazo. Sin embargo, algo de mágico hay en que todo ello haya ocurrido al
mismo tiempo. He dejado de escribir para que estés más cómodo y tú parece que
has decidido pagarme con unos sinceros ronroneos.
Tengo ganas de ir al baño e
irme a la cama. Quiero apagar el ordenador y hacer que este día dé paso al siguiente. En
otro tiempo, me hubiera limitado a bajarte de mis piernas para poder seguir con
mi lista de tareas. Pero, de algún modo, el tiempo se ha detenido para que los
dos seamos conscientes el uno del otro. Tú con tu indiferencia felina y yo con
mi dependencia tan humana. Te acaricio como el que frota una lámpara de aceite:
con la esperanza de que algo mágico surja de ti y palie mis penas.
Pero en el fondo todo lo que hay
es una persona deseosa de amar y un gato con ganas de compañía y atención.
Ni más ni menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario